En lo personal, considero que en la oposición, tiene serias dificultades para lograr la unidad perfecta, si está dividida, entre institucionalistas versus insurrectos. Los institucionalistas piensan que las instituciones pueden ser arregladas. Los insurrectos creen que todo está tan mal, tan corrompido, que es mejor quemar y destruir todo el sistema. Esos insurrectos están creciendo. Mientras estas instituciones sigan enfermas, mayor será la fuerza de los insurrectos. Creo que la gente, está tan desesperada, que lo ven de forma positiva.
La confianza, es el elemento clave del funcionamiento de una sociedad y de una economía. Sólo la confianza permite que una persona tenga relaciones con otras personas.
Esta situación, justifica plenamente que la sociedad civil haga un intento de movilizar a la ciudadanía y evitar que coja miedo, pierda confianza en sí misma y en sus conciudadanos, y quede inerme, cuando resulta que los ciudadanos lo son todo en una democracia. Por lo tanto, cuanto antes recuperen la confianza en sí mismos y tomen iniciativas individuales o colectivas, el destino será esclarecedor, ya que existe la certeza histórica de que las crisis siempre acaban.
Hoy, la confianza es aún más importante. Ahora bien, la confianza tiende a ser volátil, ya que es una creencia que forma parte de un conjunto más amplio de elementos psicológicos, es decir, creencias, impulsos y emociones espontáneas inherentes a la condición humana que hacen que una gran proporción de nuestras actividades y decisiones dependan, más de estas creencias y motivaciones que crean estados de pesimismo u optimismo, que de las expectativas o probabilidades matemáticas. La dramática caída de la confianza ha llegado a paralizar los mercados de crédito (que eran demasiado abundantes y baratos), encareciendo y racionando el crédito y la financiación mayorista, acelerando la recesión, reduciendo los efectos del multiplicador keynesiano y obligando a los gobiernos a gastar en exceso.
La opinión pública manifiesta un desencanto casi absoluto con el Régimen. La credibilidad de las autoridades y entidades públicas, continúa en picada, sin que muestren asomos de recuperar la confianza de la gente, situación está que se agrava con la reciente elección del 28 de julio junto a la muerte y el encarcelamiento de muchos ciudadanos, sin entrar en detalles.
La autoridad más visible, el presidente de la República, alcanza el peor índice de aprobación de todo su mandato. Menos del 21 % de los encuestados considera buena su gestión. El índice de desaprobación, igualmente, es el más alto desde que asumió la Presidencia: 88 %.
Pero no es solo el presidente, quien se desbarata, sino buena parte de sus políticas. Varias de ellas alcanzan el más alto índice de desaprobación en su gestión: 88 % cree que la inseguridad está peor; la asistencia a la niñez (60 %); la calidad y cubrimiento de la salud (83 %); la lucha contra la pobreza (70 %); la corrupción (85 %), de cuya erradicación irá a dictar cátedra en China y Rusia; el desempleo (74%).
Pero el Poder Ejecutivo, no es el único que se enfrenta a tan alto desprestigio. Las propias Fuerzas Militares, antes tan cercanas a los afectos nacionales, ven caer su popularidad. La Policía Nacional es reprobada en más de un 59 % de los consultados. La Fiscalía General tiene el peor indicador: el 57 % la reprueba, lo cual no es extraño cuando un ente de tal importancia pasa sin rumbo y dedica sus esfuerzos a todo menos a acabar con la impunidad. El Tribunal Supremo de Justicia, que tuvo niveles de apoyo en la Gestión de Iván Rincón del 70 %, hoy solo genera confianza a poco más del 13 % de la población. El sistema judicial en su conjunto solo merece aprobación del 13 % de los encuestados, el porcentaje más bajo también en décadas.
De La Asamblea Nacional, ni qué decir. Alcanza el mayor nivel de desaprobación de los últimos 20 años: 76 %.
Hay que precisar, que el desgaste en la imagen presidencial es habitual en gobiernos largos. El problema en el caso venezolano, aquí y ahora, es que el jefe del Ejecutivo no ha podido consolidar su proyecto bandera.
Esta falta de confianza, generalizada, no hace bien a nadie. La fortaleza institucional es esencial, pues sean cuales sean las contingencias de un gobierno, el funcionamiento cabal de todas las instituciones asegura que el país pueda seguir funcionando como una democracia normal. Quienes ocupan cargos públicos, como en alto Tribunal o en las cúpulas militares como policiales, deberían asegurar la dignidad de sus investiduras, pero ante todo de las instituciones a las que sirven. Los malos desempeños personales, no deberían lesionar la imagen pública de la institución en su conjunto, pues éstas permanecen y deben mantener su respetabilidad.
Tan alta ausencia de legitimidad institucional, es uno de los más graves problemas que habrán de remediar la democracia venezolana y la sociedad en su conjunto en el inmediato futuro.