Unidad y resistencia bajo el signo de la dictadura en Venezuela, por Pedro Benítez

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Cuando ocurrió el golpe militar que derrocó a Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, Acción Democrática (AD), el partido de gobierno, se encontraba al borde de la división. Este es uno de los aspectos pocos conocidos de la historia detrás de aquel acontecimiento debido a que, principalmente, sus protagonistas prefirieron intentar olvidarlo.

Lo cierto del caso es que en la VIII Convención Nacional de ese partido, efectuada en mayo de 1948 (Gallegos había tomado posesión como presidente en febrero), se decidió apartar de la Dirección Nacional a los diputados Raúl Ramos Giménez y Jesús Ángel Paz Galarraga. Los dos eran las cabezas más visibles de un sector de esa tolda que durante los debates en la Asamblea Constituyente de 1947 había abogado por la elección directa de los gobernadores de estado. Con el fantasma todavía no muy lejano en ese momento de las luchas entre los caudillos regionales que habían ensangrentado al país en el siglo XIX, Rómulo Betancourt, al frente del sector fundador de la organización que luego se conocería como “la vieja guardia”, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Gonzalo Barrios, se opuso rotundamente. No obstante, fue tal la insistencia en defender sus argumentos, en particular de Ramos Giménez, que Betancourt los bautizó como el “grupo ARS” por aquella agencia de publicidad muy conocida por entonces en Venezuela cuyo lema era: “permítanos pensar por usted”.

Al parecer el enfrentamiento entre las dos facciones fue creciendo, pero no se llegó a la ruptura total porque el golpe contra Gallegos sepultó cualquier disputa interna. Durante la siguiente década los dos sectores pusieron a un lado sus diferencias, que obviamente siguieron existiendo, porque la prioridad era la resistencia contra la dictadura.

Cuando en 1958 regresaron a la legalidad se optó por posponer el debate sobre las causas que llevaron al golpe de Estado de noviembre de 1948, entre la cuales se encontraba precisamente aquella desavenencia. Tampoco se habló del distanciamiento que había surgido entre Gallegos y Betancourt en los meses previos al derrocamiento del régimen constitucional, y cómo esa situación había paralizado al partido ante la conspiración. De hecho, este último fue una especie de punto ciego en la crónica de esos años hasta que Rafael Simón Jiménez lo abordó en su libro de 2014, “El pleito entre los dos Rómulos: verdades desconocidas sobre el golpe del 24 de noviembre de 1948”.

Pese a que once meses antes el autor de Doña Barbara había ganado la elección presidencial con el 78% de los sufragios, su gobierno y el partido fueron inermes ante la insurgencia golpista. No se hizo realidad la amenaza de Betancourt según la cual: “…en defensa de este régimen estamos en condiciones de lograr que no se dé un solo martillazo sobre un yunque, que no se mueva una sola polea, que no camine por las carreteras un solo camión, que no salga una sola gota de petróleo del subsuelo del país…”.

El presidente Gallegos no pudo o no supo detener la conspiración militar y la mañana de ese 24 de noviembre fue arrestado en su casa de Altamira junto a varios ministros. Esa tarde la Junta Militar se instaló en Miraflores con solo tres integrantes: Carlos Delgado Chalbaud como presidente, Marcos Pérez Jiménez, ministro de la Defensa y Luis Llovera Páez, ministro de Relaciones Interiores. El intento de resistir en Maracay del presidente del Congreso, Valmore Rodríguez, junto con el coronel Jesús María Gámez fue rápidamente neutralizado. A los pocos días Betancourt se asiló en la embajada de Colombia ante el desconcierto e impotencia de sus compañeros.

La maquinaria represiva procedió con implacable eficacia. La cárcel Modelo, así como otras del país, se llenaron de senadores, diputados, concejales, sindicalistas y dirigentes campesinos de AD. El 4 de diciembre fue disuelto el Congreso Nacional, el 7 todos los concejos municipales, el 8 se designó una nueva Alta Corte de Justicia (el TSJ de la época), el 13 el Consejo Supremo Electoral y el 17 les tocó el turno a las autoridades de las universidades. Por supuesto, en el camino se decretó la disolución de AD, el embargo de todos sus locales y fue clausurado el diario El País.

La toma violenta del poder dejó descabezado al otrora hegemónico partido, al extremo que el cargo de secretario general recayó en manos de un joven Octavio Lepage solo por la circunstancia de no haber caído preso.

Nunca hubo plan B. Una de las coartadas del golpe militar fue la acusación según la cual los adecos estaban organizando milicias armadas con el propósito de reemplazar al Ejército. Aunque la imputación nunca fue cierta, a continuación, se les reprochó por todo lo contrario, no armarse para defender la democracia.

No sin controversias por la declaración que Gallegos dio al llegar a su exilio en La Habana, el 21 de enero de 1949 el gobierno de Estados Unidos le otorgó el reconocimiento diplomático a la Junta Militar y poco después seguirían su ejemplo el resto de los países latinoamericanos. En el contexto de la Guerra Fría los nuevos gendarmes venezolanos se comprometían en mantener al, por entonces, primer exportador mundial de petróleo en el campo del “mundo libre”. De modo que las perspectivas de que Venezuela volviera a tener una democracia se veían sombrías y muy lejanas.

Contrariando las promesas iniciales del gobierno militar, la situación, como no podía ser de otra manera, degeneró una dictadura abierta, en particular luego del asesinato de Delgado Chalbaud en 1950. Este habría manifestado su objetivo de hacer elecciones imparciales, sin los adecos. Jóvito Villalba y URD llegaron a elogiar en un primer manifiesto al país “la promesa democrática de la Junta”. Él y Rafael Caldera habían criticado con acritud el sectarismo de la hegemonía adeca, a la que se responsabilizaba como la causa del golpe. De modo que, para completar el cuadro, la oposición civil se encontraba amargamente dividida. Unirla frente al adversario común llevaría algunos años.

Frente a la adversidad Betancourt exhibió su talento como conductor político. En un estilo churchiliano no prometió una reversión inminente situación, por el contrario, hizo un llamado a la resistencia y a la organización a “la acción popular de masas, constante, valiente, perseverante”. Aseguró que AD volvería al poder, “…quizás en cinco o diez años, pero recuérdeme mis palabras, volveremos (…) no por la fuerza, ni por el apoyo de los cuarteles, sino por la demanda popular…”.

La represión del régimen de facto alcanzó al Partido Comunista cuya existencia fue consentida por unos meses. Luego de tolerar por un tiempo al resto de la oposición civil, progresivamente dirigentes y sindicalistas de todos los partidos fueron perseguidos, apresados y enviados al exilio.
Poco a poco los odiados adecos se fueron reivindicando, esta vez bajo la conducción clandestina de Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevali.

Las divisiones en la oposición sobre la estrategia a seguir continuaron hasta noviembre de 1952, cuando Villalba y Caldera desafiaron a la dictadura participando en las elecciones para elegir un Congreso Constituyente con el que pretendía legitimarse. Contra todo pronóstico y en medio de una dura represión URD derrotó a los candidatos oficialistas con sus mismas reglas. Un mes antes Ruiz Pineda había caído asesinado al ser interceptado por miembros de la Seguridad Nacional.

La Junta, esta vez presidida por Pérez Jiménez, desconoció la voluntad mayoritaria de los electores y envió a Jóvito Villalba al exilio. En las cárceles y en la clandestinidad se forjaría la unidad opositora.

Durante aquellos años, los dirigentes del grupo ARS darían sobradas muestras de valor físico y moral en las cámaras de tortura y los campos de concentración de Guasina y Sacupana.

La división del arsismo, la segunda en la historia de AD, no ocurriría hasta 1962 en ocasión de la disputa por la candidatura presidencial del año siguiente.

Cuando se estudian los hechos del pasado es muy común pasar por alto las pequeñas miserias de sus protagonistas, los celos, ambiciones, malos entendidos y los muy humanos errores, colocando nuestra mirada en la grandeza y el heroísmo. En la lucha por construir la democracia venezolana hubo de todo eso. Por supuesto, nos quedamos con la parte edificante, pero conviene no olvidar la otra.

Al Navío – @PedroBenitezF

 

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