Jesús Puerta: ¿Cuál es el proyecto madurista?

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Hablo de “madurismo” por comodidad “periodística”. Desde un punto de vista histórico, podría ser considerado como una fase del período “chavecista” (como lo llama Luís Fuenmayor, en puridad morfológica), de acuerdo a ciertos criterios con que los historiadores a veces distinguen las etapas de un proceso, y que aquí podemos datar entre 1999 hasta nuestros días. Por otra parte, hay diferencias importantes entre las gestiones de gobierno de Chávez y de Maduro. Esto de distinguir etapas, también se puede hacer con el tiempo en que Chávez fue presidente. Así, puede distinguirse una primera fase de inestabilidad política (golpe del 2002, sabotaje petrolero, referéndum), continuación de políticas económicas de la gestión anterior de Caldera y lanzamiento de las “misiones; un segundo segmento temporal, cuando se procura definir un proyecto “socialista del siglo XXI”, con la frustrada reforma constitucional, las estatizaciones, la fundación del PSUV y otras medidas, que cierran con los indicios de una crisis que reventaría después en la etapa madurista. A otro nivel de análisis, como movimiento político, pueden diferenciarse un primer momento doctrinario, que se resumió en la nueva Constitución y la retórica antimperialista, de un segundo momento, marcado por la retórica socialista. Luego, con Maduro, se insistió por un tiempo en las mismas constantes discursivas, pero luego se evidenció un olvido del socialismo al mismo tiempo que el giro autoritario con la violación creciente del debido proceso, el estado de excepción, la deformación institucional a partir de la Constituyente del 17 y el asalto a todos los Poderes Públicos por militantes del PSUV. La construcción de un enrejado de leyes represivas y ultracentralizadoras, culmina, el 28 de julio, con el robo de las elecciones presidenciales, el uso y abuso del TSJ y la AN, y un nuevo avance de la “transición” de una democracia limitada a una patrimonialista, policial, con base principal en la fuerza y claras tendencias autoritarias.

Por supuesto, hay continuidades y discontinuidades. Esto motiva intensas discusiones. Los representantes del PSUV y el cogollo de los seis (Maduro, Cilia, los hermanos Rodríguez, Diosdado Cabello, Padrino) destacan las continuidades entre el chavismo y el madurismo. Por su parte, el llamado “chavismo crítico” destaca las discontinuidades, marcadas por el incumplimiento del “Plan de la Patria” y el abandono del proyecto socialista, además de la situación lamentable de las políticas sociales de Chávez en educación y salud, el giro neoliberal, notable por la política contra los salarios, el abaratamiento forzado de la fuerza de trabajo, la privatización, el estímulo al capital extranjero (que, a ratos, parece una venta al mejor postor de las riquezas minerales del país), una coordinación con la burguesía “nacional” (hay que destacar esas comillas), mientras se acentúa el giro autoritario.

El primer argumento que suele emplearse para sostener la continuidad entre Chávez y Maduro, es que este fue designado por el primero, como su sucesor. Se trataba de mantener al PSUV en el poder, con el mismo esquema centralizado en el Presidente de la República, quien también era el jefe del Partido. Lo mismo puede decirse de la vida interna del PSUV: el “sustitutismo” en su expresión máxima (el Líder-presidente sustituye a la Dirección y, en consecuencia, al Partido que, antes, había sustituido al pueblo), la cooptación para controlar la elección de los dirigentes por parte de los actuales, absoluta subordinación de los militantes a sus organismos y de los organismos de “abajo” a los de “arriba”, cero debate interno, disciplina mecánica, lealtad personal con el jefe del Partido (versión criolla del “Führer Prinzip” nazi), promoción del “sapeo” para impulsar “purgas” con criterio de luchas entre grupos de poder, etc.

Durante varios años, el primer período de la etapa madurista, continuaron algunas políticas económicas seguidas por Chávez (de orientación vagamente keynesiana, evidentemente rentistas), sin ningún resultado efectivo en los repetidos “relanzamientos” puramente retóricos de la economía venezolana: control de precios, control de cambios, centralización extrema, los “motores”. Las consecuencias desastrosas de la destrucción del aparato productivo, la fuga de capitales, la importación masiva fomentada por la bonanza petrolera de los años postreros de la presidencia de Chávez (imposible ya con la caída de los ingresos petroleros), la corrupción, la destrucción de la capacidad operativa y de la experticia en servicios como la electricidad, la hiperinflación y antes el desabastecimiento, fueron justificadas por la “guerra económica”. Por supuesto que las sanciones norteamericanas afectaron la economía nacional. Pero a ello se respondió con negocios ilícitos, tratos con toda clase de “trenes”, y otros desaciertos. Se mantuvieron (y profundizaron) otras líneas de continuidad de la gestión como la militarización en todas las instancias del Estado, incluidas las empresas y PDVSA. En 2019, después de varios años de caída estruendosa de la economía, se produjo el giro neoliberal: abaratamiento forzado del valor de la fuerza de trabajo, aniquilación del derecho laboral, privatizaciones, dolarización. Todo ello acompañado por el estado de excepción, el autoritarismo patrimonialista, la violación sistemática de la Constitución.

¿Se trata entonces el madurismo de una desviación del chavismo, análoga a la desviación estalinista de la revolución soviética leninista? La analogía pudiera justificarse si se reconocen los contenidos nacionalistas, populares y democráticos del discurso chavista original. De hecho, hemos planteado en varios textos (entre ellos, en mi libro “Interpretar el Horizonte”) que el “chavismo” ideológico es una mezcla heterogénea de nociones y propuestas originales de la izquierda, la teología de la liberación y el nacionalismo épico-mítico. Allí entran formulaciones de avanzada como la democracia participativa, las “comunas” (en un sentido cercano a la “democracia directa” o el empoderamiento de las comunidades), formas colaborativas de apropiación del trabajo, soberanía nacional frente al imperialismo norteamericano, unidad de los países latinoamericanos frente a propuestas neoliberales, “pago de la deuda social”, etc. Esto se expresó en esa “lista de buenas intenciones” (Giordani dixit) que fue el “Plan de la Patria”. También puede afirmarse que los gérmenes de esas “desviaciones” maduristas ya venían desde la gestión de Chávez, con su “hiperliderazgo”, la concepción ultracentralista del Estado evidenciado en su propuesta de reforma constitucional, al igual que su tendencia militarista, y su evidente personalismo. Los gérmenes del despotismo policial actual y hasta sus impactos contra la izquierda, ya se observaron en la creación del PSUV, los “protectores” de los estados y municipios donde los gobernadores y alcaldes electos fueron de la oposición, la “hegemonía comunicacional” lograda con la censura y la compra de medios, la proliferación de una nueva clase burguesa de los “enchufados”. Todo ello como profundización del rentismo clientelar y populista identificables en Chávez.

Cabe preguntarse entonces ¿cuál es el proyecto madurista? En primer lugar, por supuesto, lo es su eternización en el poder, “por las buenas o por las malas”. Se puede reconstruir en declaraciones de los dirigentes (el cogollo de los seis) esa vocación autoritaria que no se para en formalismos constitucionales y/o legales. Dentro del “pensamiento” madurista no cabe la idea de la alternabilidad política. Para eso controlan las armas, los organismos de seguridad, la policía política. El uso de una política sistemática de amedrentamiento que impacta hasta a nivel micro, como la familia (la amenaza a los padres de los adolescentes presos y torturados, que, si ellos son “terroristas”, sus padres también lo son). Pero esto no basta ni siquiera para sostenerse en el poder. Cualquier elenco político está sobredeterminado por los intereses de clases y segmentos sociales. Esto implica la conservación o cambios en el sistema de apropiación de la riqueza (incluidos los mecanismos de reparto de la renta petrolera, por ejemplo), funcionamiento de instituciones, etc., así como un comportamiento ante fuerzas del contexto: otras naciones, el capital extranjero, las tensiones geopolíticas mundiales, etc.

Una observación de las medidas y políticas del régimen nos indica que éste se orienta por las siguientes líneas:

A) Aprovechamiento extractivista de los recursos minerales del país, incluyendo el petróleo, el hierro, el oro y demás. Esto, a falta de capital de origen nacional, se logra haciendo participar al capital extranjero en una suerte de “subasta al mejor postor” del país. Esto sin ninguna consideración legal (la Ley antibloqueo pone en suspenso todas las leyes al darle poderes de desaplicarlas al Presidente, incluso en secreto), mucho menos laboral o ambiental;

B) Un oportunismo geopolítico que tiene mucho de ilusión para la galería (vender la idea de que un posible ingreso a los BRICS, aparte de resolver todos los problemas, sería un golpe al imperialismo norteamericano, tan repudiado en el discurso, pero deseado en la forma de Chevron, Repsol y demás empresas) y bastante de “hacerse los vivos” en sus tratos con el gobierno norteamericano (el chantaje de pasarse al campo de los rusos o los chinos, en medio de la actual “guerra fría”); se trata de buscar un “padrino” poderoso, sin reparar en la pérdida de soberanía nacional;

C) En la misma onda de “vender al país al mejor postor”, mantener en el mínimo el costo de la fuerza de trabajo, para atraer capital extranjero. También la política fiscal, de exenciones de impuestos juega ese juego;

D) Fortalecimiento de una “burguesía revolucionaria”, cuyo núcleo sería, en primer lugar, los “enchufados” y, luego, en familiares y testaferros del cogollo de los seis. La relación de subordinación de esta nueva burguesía (que se asocia a la vieja) hacia el gobierno, es ambivalente. La línea sería “enriquézcanse, pero obedezcan a las órdenes del Presidente”.

E) Controlar las inquietudes en las bases del Partido, o bien mediante la coacción, la culpabilización si algo sale mal, o bien con actividades que las “mareen” con discursos exaltados, con largos chorizos de adjetivos (chavista, revolucionario, popular, antiimperialista, etc.) o con catarsis colectivas que, poco después, sirven para detectar disidentes potenciales y aislarlos.

F) Limitar las garantías democráticas constitucionales mediante una “jaula de leyes”, estilo Nicaragua- Ortega-la Chayo, que permita al cogollo de los seis mantener el control en una delgada brecha de tolerancia y acción política, siempre en peligro de cerrarse en cualquier momento, aplastando a los más audaces.

La respuesta a esta especie de “proyecto madurista” debe ser elaborada e impulsada por todo el pueblo, sujeto heterogéneo, que es uno de los polos de la contradicción principal régimen/ Pueblo. Hablaremos de esto en siguientes artículos.

 

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