Ramón Guillermo Aveledo: Ser republicano, aquí

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Por venezolano soy republicano de nacimiento. Nuestra Venezuela es una promesa de república desde aquellos debates de 1811. Promesa intermitentemente cumplida, por decir lo menos, porque como ha sido frecuente en la geografía latinoamericana y en general en las naciones del Tercer Mundo, nuestras repúblicas suelen ser poco republicanas.

Por demócrata, soy republicano de convicción. Convengo que en naciones con larga tradición monárquica esa forma se ha avenido muy bien con la democracia y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Lo admito, pero aquí, en estos parajes, aparte de lo artificial –y ridícula- que sería una corte, sigo creyendo que el sistema republicano es el que mejores resultados puede darnos a nosotros, sociedades ajenas al blasón y el abolengo, naturalmente igualitarias y aquí entre nos, parejeras.

La república es, por definición, un proyecto de igualdad en el marco de la legalidad. El enunciado es sencillo, lo difícil es ponerlo en práctica. Hacer república es cosa exigente. En las cercanías del plebiscito italiano después de la II Guerra para decidir entre monarquía y república De Gásperi, señor serísimo, advirtió a sus compatriotas que si querían instaurar la república deben asumir de que esta “cosa pública es vuestra y solo vuestra; sobretodo …tener conciencia de poder, con vuestra obra de pueblo, defender esta res publica y en ella, la libertad, que es el bien supremo”.

Históricamente, nuestro republicanismo ha tenido los condicionamientos del caudillismo heredado de las guerras, del autoritarismo centralista hispánico, hasta pasada la mitad del XIX del clericalismo y después de ésta de una tendencia al poder concentrado con independencia de las formas constitucionales. En el período reformador del año treinta y seis al cuarenta y cinco, los viejos hábitos no se arrancaron de cuajo. Una revolución de tres años y otra dictadura de diez siguieron. Aún en los cuarenta años de la República Civil, me parece que sumando y restando hasta hoy la mejor etapa de nuestra historia, la figura meta estatutaria del “líder máximo” condicionaba su funcionamiento. Paternalmente, cierto, pero no republicanamente. El suyo era republicanismo, pero sin exagerar.

Y esta Quinta creadora de la Comandancia Eterna, con su corte eléctrica ha sido menos república, con un efecto expansivo regresivo que promueve comportamientos que se comen la flecha, no sólo en los motorizados, sino en más de un líder o lideresa sea propio (a) o alternativo (a). Y lo peor es que hemos llegado al punto de considerarlo una virtud y de exigir un voto de fe ciega en la infalibilidad, que no es un precepto republicano sino pontificio y sólo en lo que se refiere a dogmas de fe.

Algunos de nuestros republicanos son, sin leerlo, del tipo de Bodino (o quizás sí), cuyos “Seis Libros de la República” de 1576 son en defensa del absolutismo. Al príncipe soberano “no se le puede atar de manos”, está absuelto del poder de las leyes.

 

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