Para Diógenes.
¡Es nuestro amigo! ¡Respira como nosotros y vive! Se altera según transcurran los días de lluvia o de sol, de frío o calor, de pesada humedad o de secos y encrespados arbustos o cuando el largo viaje le ha fatigado en extremo. Es atento y amoroso pero muy sensible y de fáciles cambios de humor. Basta un tropiezo en la atmósfera del salón o alguna áspera y grosera exclamación, un inesperado o estrepitoso sonido o una vulgar risotada para que nuestro amigo se indisponga.
¡De él suelen desprenderse lejanos olores y sabores de frutas maduras, o de hueso o negras como las moras; frutas rojas, y a veces algún gusto de avellanas y romero; olores de tiempo apresado en maderas finas; no el tiempo inclemente que conocemos y pasa a nuestro lado sin saludar sino este otro que como un aire tibio nos recorre por dentro y roza al corazón que amenaza con cambiar el rumbo de nuestros pasos para que emprendamos el camino de la iluminada y eterna oscuridad sin saber si vamos a regresar o no a este mundo
(¡Si en la primera consulta al cardiólogo éste se limita a decir que el corazón es sólo el órgano que propulsa la sangre en el cuerpo sugiero que molestos e indignados abandonemos de inmediato el consultorio porque kardia, el corazón, es más que eso. A través de los siglos, los Venerables han sostenido que el corazón es el centro simbólico de la totalidad humana -física, psíquica, espiritual- y nos referimos en plena conciencia al hombre de buen corazón y al ser de perverso corazón. ¡Kardia está en el centro de nuestra cultura!).
Desde siempre nos han llamado Dionisio por ser amigos de quien sostenemos amables conversaciones algunas veces añorantes y virtuosas con cálidos acentos de afecto y amorosa disposición; pero, en otras, lamentablemente, se atraviesa una voz dura y rugosa, un enardecido rencor y personales disgustos, y entonces nuestro amigo nos mira y nos soporta y sonríe para sí, pero no logra ocultar su entristecida mirada al descubrir nuestras flaquezas y desventuras. Y es sabio en su experimentado comportamiento porque es muy anciano y desde tiempos muy lejanos nos conoce y sabe cómo andamos por el mundo. Además, él es en sí mismo el mundo porque lo recorre diariamente y vive en él y en nosotros.
Estimula y acrecienta la sed de las ilusiones, pero es capaz también de enardecer los recelos y despertar a los monstruos que yacen encadenados en los oscuros y misteriosos rincones del alma.
Es generoso y perverso al mismo tiempo. Alimenta la imaginación y nos hace retóricos mientras castiga y oscurece nuestros sentidos. Lo amamos, pero también hay quienes lo odian. Es gente impulsada por sus resentimientos capaces de enfrentarnos, ofendernos y precipitar nuestra caída y damos gracias al tiempo interminable que le ha tocado ser y vivir a nuestro amigo porque sabe y tiene la certeza de que ayudado por los infatigables medios de comunicación es el Mal y no el Bien quien triunfa en todos los continentes, pero al Mal lo sigue sólo un pequeño grupo infelizmente humano. Creemos y nos afirmamos en el Bien porque con nuestro amigo seguimos viviendo con la esperanza de alcanzar e ir más allá del glorioso horizonte que advertimos dentro y fuera de nosotros: una línea imprecisa que marca el destino de nuestro país.
Y cuando nos enardecemos y se envalentonan nuestras discrepancias, él movido por la curiosidad de saber hasta dónde podemos llegar o adivinar cuáles serán nuestros límites aviva a propósito los odios y las pasiones políticas y atiza el malestar que desatan en nosotros las traiciones o las crispantes ansiedades que causan los amores sin futuro.
Sabemos que a pesar de nuestros desvelos al final de cada capítulo triunfan los seres perversos que viven ocultos y saben aprovechar sus oportunidades para obtener beneficios políticos o personales que les permitan liberarse de la oscuridad. Es así como marcha la Historia y es así como ella tiende a gratificar al Mal y a desestimar al Bien no obstante los 7 millones de votos obtenidos en una espectacular victoria electoral. Pero nuestro amigo respira hondo y nos anima a mantener nuestros enfrentamientos hasta el final.
Me hablan de una viuda francesa, de apenas 27 años llamada Barbe-Nicole Ponsardin, que enfrentó los absurdos obstáculos napoleónicos de su tiempo e impuso el apellido de su difunto marido no solo entre la alta aristocracia de su tiempo sino en la plácida burguesía del nuestro multiplicándose ella misma en la pálida y burbujeante champagne de su propia existencia. ¡Es lo que nos toca hacer a nosotros: mantener unidos nuestros pasos a los de aquella Nicole Ponsardin conocida por la firmeza de su constancia y entre nosotros a los de Mil novecientos por su temple y valentía!
Volvamos a nuestro amigo para ver cómo se expande, prospera, se adueña del mundo y cruza los mares; negocia y se pondera a sí mismo. La célebre viuda y también algunas champañas de ánimo burbujeante se acercan con nuestro amigo y nos festejan y nos celebran. Él acostumbra cambiar los colores que viste: generalmente rojo, tinto, rosado como la aurora, albariño si le agrada vivir en ese espacio vacío que se encuentra a la izquierda del mapa ibérico; blanco, cristal o verde transparente y oro suave y desvaído.
¡Él es Uno y todos sus nombres a la vez! ¡Se ha enriquecido! En los costosos libros de arquitectura pueden verse ilustraciones de admirables obras edificadas en diversos países sólo para albergar y enseñorear el alcance del prodigio que él es. ¡Ha proliferado y aceptado que su espíritu viaje por el mundo en acariciables botellas, algunas caras y coleccionables; otras, más cercanas a las posibilidades de mi bolsillo y cada una con el nombre que han puesto en etiquetas alegres y decididamente risueñas!
¡Hablo del vino y del tiempo que respira en él y en nosotros!