Rafael Fauquié: Babel, hoy

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La tradición judeocristiana recuerda que el castigo para Nemrod, el rey que pretendió llegar hasta el cielo para contemplar el rostro de Dios, fue el caos de Babel. La torre interminable habría de permanecer en la memoria de la humanidad como una alegoría del fracaso de los hombres en la desmesura de sus propósitos.

En su libro Después de Babel, George Steiner recuerda que en la mayoría de las culturas existen mitos que hablan de la insalvable diferencia entre la voz del nosotros y la voz de los otros. Alegoría del no diálogo, de la incomunicación absoluta, en Babel encarnan las diferencias entre los hombres, las aproximaciones imposibles entre colectividades y culturas.

En nuestros días, existe otra imagen posible para Babel: la de la incomunicación de sociedades hacinadas, la de la exclusión de los seres humanos en medio de límites saturados y superficies abarrotadas. La percepción de un mundo achicado acerca a los hombres encerrándolos en espacios cada vez más reducidos, y esa proximidad forzada pudiera indicar comunicación y cercanía; pero se trata de una imagen falsa: hombres y sociedades más que comunicarse, superficialmente se asemejan.

Steiner recuerda, por ejemplo, que, en nuestros días, el idioma inglés, en su particular versión de un inglés norteamericano, simplificado al extremo, se ha convertido en una lengua de uso práctico, lengua de los dominadores del tiempo presente transformada en herramienta de trabajo al interior de un mundo hipercomunicado. La aparente semejanza de comportamientos y sistemas, de costumbres y técnicas no oculta la multiplicante exacerbación de particularismos empeñados en no escucharse sino a sí mismos.

Contradictoriamente, nuestra época reúne ambas posibilidades: la de la estridencia de los dialectos y la de la universalización de los lenguajes. De un lado, la multiplicación de palabras de encierro, localismos que llaman a la destrucción del otro, parlas de sectas que exigen el silencio ajeno; del otro, vastísimas semejanzas que no pasan de aparentes y caricaturales similitudes.

Para Steiner, la traducción, como metáfora de idealizados procesos de comunicación, de proximidad entre hombres y naciones al interior de un mundo empequeñecido, significaría el posible conjuro de Babel en la posibilidad ética de las palabras. A través de esa idealizada versión, podrían superarse muchas salvables contradicciones y entenderse las legítimas diferencias. En suma: la natural divergencia humana superada por una traducción que estableciese que las voces humanas tienen, todas, derecho a existir en el entendimiento, en la aceptación de diálogos globales en un mutuo esfuerzo de comprensión…

La creación del mundo humano comenzó con la aparición de las palabras. Ellas fueron el signo de la vitalidad de un universo donde el hombre comenzaba su itinerario protagonista. Hoy, nuestro tiempo contempla la confusión de demasiadas referencias y alusiones, el desvanecimiento de muchas voces. El exceso de palabras y códigos de nuestro tiempo podría conducir a los hombres al silencio. Para Benjamin la imagen más desoladora para la humanidad era el silencio: casi lo mismo que no existir, que no ser o dejar de ser.

El principio de lo humano llegó junto a las palabras que comenzaron a suplantar a las cosas. Quizás su final llegue cuando demasiadas palabras incomprensibles o vacías de significados señalen el inicio de un tiempo que ha comenzado a contemplar el desvanecimiento humano.

 

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