Los venezolanos comprendieron que debían sumar fuerzas organizándose en asociaciones civiles de toda naturaleza, desde la ayuda humanitaria para el que llegaba pidiendo refugio, hasta los que deseaban emprender en nueva tierra. ¿Por qué los que tuvieron el poder político no fueron combativos para exigir el reconocimiento de un estatus especial para la migración venezolana que les permitiera o abriera camino a la normalización, a los permisos de trabajo o a evitar el terror de la deportación? Hoy hay millones que viven en la inestabilidad. Sin poder dormir tranquilos.
Juan Guaidó, el flamante presidente reconocido por más de 60 países y que representó otra esperanza fallida, juega al tenis en Estados Unidos, en algún club. Se le ve fresco y vestido con buenas ropas, muñequeras y gorra.
Habrá sudado mientras duraba el partido. Tiene tiempo para disfrutarlo y tomarse algo luego. Le llovieron las críticas y le tocó defenderse, pero la imagen quedó en Google.
Las imágenes siguen hablando mucho. Hoy más que nunca con el Instagram y el TikTok ardiendo.
Él y su interinato, desde 2019 a 2023, pudo hacer mucho por el torrente de venezolanos que salía huyendo del país y se convertían en exiliados forzados.
Tuvo arrojo, al principio, pero terminó desgantándose en una diplomacia de foto, de restaurantes costosos y de conversaciones de muy alto nivel con mandatarios del mundo que, guste o no también sumaban dividendos políticos con el drama venezolano.
Hizo ruido con un concierto de ayuda humanitaria donde llovió fama y dinero. Pero ahora, en perspectiva, aquello no fue más que otro circo.
Y así se fue construyendo un entramado que, se vendía como gobierno, pero cuyo objetivo no iba más allá de querer controlar más y más recursos de Venezuela. Citgo o Monómeros en Colombia fueron episodios que aún hoy destilan corrupción. Las reservas de oro en el Banco de Inglaterra se habrían salvado.
Los venezolanos salían desesperados mientras el país se rompía a pedazos, y sigue rompiéndose.
Pero Guaidó (Voluntad Popular), Julio Borges (Primero Justicia), su punta de lanza como comisionado Presidencial para Asuntos Exteriores, un canciller de siempre, Tomás Guanipa (Primero Justicia) embajador en Colombia al inicio del interinato, o el distante y el casi aristocrático Carlos Vecchio (Voluntad Popular) encargado de negocios de Venezuela en Estados Unidos, se convertían en un clan.
Hubo otros encargados de la diplomacia de Guaidó que intentaron destacar, pero no les alcanzó ni el tiempo ni la gestión.
Y es que esos cuatro años de control de poder, de proyección internacional, de reconocimiento global, de manejo de recursos, de capacidad para influir, o al menos pedir, no se tradujo en nada para los venezolanos que llegaban a pie a Colombia, o cruzaban el Darién, o vivían travesías horrendas para cruzar de México a EEUU, o llegaban exhaustos a Ecuador, Bolivia, Perú, Chile o Argentina.
Mucho menos para los que lograron pasar el charco y fueron a parar a España o hasta Islandia.
La gente entendió que sería más efectiva la diplomacia civil, que cualquier diplomacia de aquel interinato de aprovechamiento.
Hoy lo sigue creyendo y parece que la tendencia no cambiará.
Los venezolanos comprendieron que debían sumar fuerzas organizándose en asociaciones civiles de toda naturaleza, desde la ayuda humanitaria para el que llegaba pidiendo refugio, hasta los que deseaban emprender en nueva tierra.
Hubo peticiones a esos jerarcas, pero nunca fueron gestionadas. El servicio público, para el cuál se habían designado, era una pantalla que matizaban con alguna declaración frente a periodistas. Con eso ya estaban cubiertos.
La foto en la Casa Blanca valía más en los medios del mundo y alguna pared del despacho que arremangarse e ir a los refugios donde se hallaban centenares o miles de venezolanos ahogados en incertidumbre.
Parecían lobos en manada. Ante los medios querían mostrar garra con un verbo combativo enfrentando al régimen, pero lucían dóciles y serviles ante el poder real, sentados como niños buenos bien peinados y siempre asistiendo.
¿Por qué no fueron combativos para exigir el reconocimiento de un estatus especial para la migración venezolana que les permitiera o abriera camino a la normalización, a los permisos de trabajo o a evitar el terror de la deportación?
Hoy hay millones que viven en la inestabilidad. Sin poder dormir tranquilos.
¿Por qué no se montaron duro en resguardar a las familias que lloraban en los páramos caminando con niños que ya no podían cargar?
Para ellos no era ese su papel.
Por eso hoy Guaidó, el propio Leopoldo López, líder de Voluntad Popular, suelen ser abucheados allá donde asoman la cabeza. Borges está enzarzado en una lucha con Capriles por el control de su partido y se extravían en el desprecio muy bien ganado de los venezolanos en el mundo.
Versión Final continuará siendo altavoz de los presos políticos y sus familias y también de esa migración dolida, la que ha encontrado tranquilidad y la que la sigue buscando en otros países, en sociedades hermanas cuyos Gobiernos aún no terminan de entender la magnitud de nuestra tragedia que a expulsado de nuestras tierras a más de 9 millones de venezolanos. Estaremos informando, analizando y exigiendo como medio que se cumpla con los derechos humanos. Es hora de transformar conciencias.