Julio César Hernández: Cultores de populistas

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En los tiempos del pacto de punto fijo o de la IV República, algunos adherentes a los más prominentes líderes nacionales de los partidos políticos como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, entre otros, en señal de gratitud o de admiración eterna les encendían velas frente de los retratos que conseguían de cada uno de ellos, y hasta rezaban por el bienestar de ellos en lo personal y en lo político. Algunos de esos seguidores les atribuían esos Presidentes venezolanos, ciertas cualidades que estaban por encima del común de la gente y a eso básicamente se circunscribía toda esa devoción casi que religiosa o mística. En los tiempos actuales, puede ser que ocurra lo mismo con el recuerdo casi que sagrado para sus devotos, del expresidente Chávez Frías, a quien buena parte de nuestra gente aún recuerda y le prende sus velitas del mismo modo. Sin embargo, esa vieja práctica se ha ido extendiendo más allá de la simple devoción cuasi religiosa, para materializarla en un culto a la personalidad del respectivo líder o caudillo, de quien no se puede disentir, so pena de ser objeto de fuertes agresiones verbales, pues la palabra de esa figura es incuestionable y sólo admite apoyos y buenos comentarios respecto de sus actuaciones públicas.

Esos buenos comentarios exigidos por sus adherentes, a terceras personas, sobre hombres del sector público, pertenecientes a sus tribus, a veces rayan en la adulación excesiva, por tratarse de personajes que ostentaron o gozan de altas posiciones políticas o gubernativas a las cuales según los cultores de populistas hay que obedecer de manera ciega, sin prejuzgar de ninguna manera sobre sus ejecutorias o planes futuristas, pues estos líderes casi nunca se equivocan, según ellos, por lo que hay que exaltar en todo momento sus méritos personales o de su gestión pública, así sean muy pocos. En definitiva, los cultores de políticos populistas lo que persiguen es fortalecer la posición de sus líderes, porque detrás van ellos. En cuanto a los argumentos usados por quienes se sienten predestinados a ser los pastores de sus rebaños, uno de los que más se destaca, es el de que su dirigente o dirigentes, son los únicos que pueden conducir de forma exitosa un determinado plan político o de gobierno, sin importar resultados electorales. Sus cultores juzgan duramente las conductas de aquellos adversarios que se puedan mostrar escépticos a las propuestas formuladas por esos incuestionados líderes, dado que su gran carisma los hace creíbles y confiables en todo momento.

La creación progresiva del modelo político populista y de líderes de esa naturaleza, afean aún más al ya resquebrajado sistema democrático que se intenta recuperar. Y es peor aun cuando esta desviación es promovida consciente o inconscientemente por dirigentes de partidos políticos dudosamente democráticos que, en su afán de retener la dirección de sus respectivas organizaciones o de recibir la aprobación del poder, instan a sus seguidores para que destaquen sus “inconmensurables” cualidades personales, las que serían muy escasas por lo perfectas que ellos creen que son y, que no se van a encontrar en ninguna otra persona. Los cultores del populismo, también parecieran andar por el ámbito político, con ideas y criterios ajenos, sólo militan en sus asociaciones para obedecer, acatar, cumplir y hasta ocultar directrices o hechos adversos a la causa, pues cuando esto último se presenta, lo hecho por el líder, es sacro santo reflejado en su gestión, que no puede ser revisada, ni menos modificada por sus adversarios, ya que estos, supuestamente nunca tendrán nada programado para gobernar.

Los cultores de populismos, siempre exaltarán más las cualidades personales del líder, que sus condiciones de estadista o de gobernante, todo problema lo analizan a partir de las consecuencias que se le pueden originar al jefe, líder o mandamás, sin importar siquiera, si el interés de mucha gente puede resultar menoscabado o desconocido, habida cuenta que el cultor del populismo, entiende que su dirigente o dirigentes, no solo es o son la encarnación del querer y pensar del pueblo, sino que son seres casi que omnipotentes, capaces de resolver las más difíciles adversidades, inclusive las que la naturaleza periódicamente desata. Si tienen que confrontar ideas o decisiones de su jefe, con familiares o amigos, desestiman rápidamente cualquier comentario en contra olvidándose tal vez por desconocimiento que, la criticidad es el método recomendado para revisar la consistencia de lo dispuesto por el líder populista.  Demás está decir, como terminan esas conversaciones, que ocasionan como mínimo que, en ciertos hogares, no se vuelvan a reunir esas mismas personas o tengan que limitar opiniones al respecto.

Sobre este tema hay quienes sostienen que, mientras más cultores tenga un jefe populista, menos institucional y democrático será el sistema político imperante, dado que, esos jefes populistas pagan muy bien los favores que reciben de sus incondicionales, incluso llegan al extremo de hacerse los de la vista ciega, cuando uno de esos adulantes o cultores de su personalidad, actúan ilícitamente, como por ejemplo, excederse en el cumplimiento de labores de seguridad ciudadana, pues en definitiva, todo estaba destinado a procurar mantener al líder tranquilo en su posición de gobierno, no importa que el país tenga una crisis económica prolongada de años o pésimos servicios públicos en especial los domiciliarios. En razón de lo anterior, se observa como también esos cultores de populistas, ascienden económica o socialmente, lo que les permite acceder a suficientes recursos sobre todo los financieros, para instalar emprendimientos o negocios que sin duda llaman la atención de los entornos en los cuales crecieron, en donde se mostraban como personas humildes de recursos limitados.

Frente a todo lo anterior, la sociedad democrática o simplemente la sociedad, exige cultores, pero de los valores democráticos, ya está bueno de bulos o insultos para defender jefes populistas que están o estén severamente cuestionados por la opinión pública, esos tristes personajes se convirtieron en escuderos de dirigentes deshonestos con patologías delicadas en materia de salud mental, pues aunque no se crea, o parezca imposible de creer, muchas personas que incursionan en la actividad política o pública reclaman que sus egos sean constantemente alimentados por esos deleznables cultores, que al ser identificados socialmente empiezan por negar el triste papel  cumplían en favor de gobiernos antidemocráticos, o en el peor de los casos, se defenderán alegando que fueron obligados a hacerlo, aun cuando hayan causado serios daños personales o patrimoniales a otras personas que tuvieron la osadía de adversar al jefe que ellos rodearon, aplaudiendo cada desafuero o ilegalidad cometida.

 

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