Ante la aguda y grave crisis ecosocial en curso, se desprende que tenemos que actuar en dos planos o escenarios diferentes: los problemas ecológicos fundamentales son planetarios, aunque tengan manifestaciones locales distintas. A su vez, podemos constatar que el desarrollo de esos problemas es desigual y combinado en el conjunto mundial, presentando la misma forma que las cuestiones económico-sociales: y no es casualidad. Ambos planos están vinculados y guardan una correlación cuasi perfecta. A su vez debemos tener siempre presente que las responsabilidades respecto a la situación común son comunes pero diferenciadas entre los países ricos e industrializados y los empobrecidos y dependientes, entre las oligarquías y las clases subalternas. De todo ello podemos deducir nuevos problemas por resolver.
En primer lugar, constatamos que la solución a cuestiones como la del cambio climático debe darse en el nivel mundial, pero, a la vez, el principio de la solución no será simultáneo, sino que aparecerá con diferentes tiempos en diferentes espacios, dependiendo de la correlación de fuerzas en cada lugar y momento, lo que complejiza la estrategia de cambio. En segundo lugar, las soluciones a adoptar, por ejemplo, un descenso drástico en el consumo de energía, no podrán aplicar de forma mecánica una fórmula aritmética igual en las metrópolis imperialistas que en la sabana africana, donde seguramente sus habitantes deberán poder acceder a mayores insumos eléctricos para satisfacer sus necesidades básicas. Ese factor de justicia climática significa que a situaciones desiguales y problemas diferentes tenemos que ofrecer soluciones diferenciadas, aunque coherentes entre sí. En definitiva, nos tendremos que enfrentar a la asimetría programática y la asincronía política. Y, en tercer lugar, la lucha por una transición ecosocial justa e igualitaria es inseparable de la defensa intransigente de las libertades políticas, los derechos humanos y las conquistas del movimiento obrero y del feminismo.
Hace años que viene abriéndose paso, desde puntos de partida diferentes, una idea-fuerza: existe una intersección entre los conjuntos “economía” y “ecología” que determina a ambos. La primera no es un conjunto de abstracciones de leyes ahistóricas y la segunda no es un mero descriptor de los seres vivos. Es indispensable que la crítica de la economía política incorpore el marco biofísico en el que se desarrolla el metabolismo social y que la ecología inserte en el centro de sus preocupaciones el reparto de los bienes y la riqueza.
La pandemia de covid-19 tuvo muy probablemente su origen en la transgresión de límites ecobiológicos entre seres vivos, pero ello no es lo más relevante para esta reflexión. Lo que pretendo destacar en este momento es que tuvo efectos devastadores en la industria y el comercio mundiales por el cese de intercambios y puso de manifiesto que una economía descentrada, basada en una división del trabajo internacional que implica la producción lejana de bienes tan esenciales en aquel momento como las mascarillas o el monopolio de las patentes de vacunas por parte de los países imperialistas, era un sinsentido. Este hecho fue la puntilla de la idílica globalización mundial que ya venía dando síntomas de agotamiento.
Y, a su vez, desde hace décadas viene constatándose que el cambio climático, inducido por el uso de combustibles fósiles, está acelerándose con efectos negativos sobre los ciclos del agua, la agricultura y la vida cotidiana, lo que a su vez es un factor determinante de las nuevas migraciones de la juventud de los países del llamado Tercer Mundo. El calentamiento global está afectando ya a la producción de cereales, olivas y distintas variedades de frutas y hortalizas. El caso español de Freixenet es paradigmático: en la campaña de navidades de 2024 no va a poder ofrecer todo el cava que la demanda estimada requeriría porque las vides que necesita han tenido una producción bajísima en el presente año. Pero lo malo no es que una minoría no pueda brindar con cava, lo malo es que haya millones de personas sin acceso al agua potable, mal alimentada y sin futuro.
Distorsión que resulta dramática en el caso de las hambrunas —más allá de la anécdota del cava— y que contrasta con las posibilidades no realizadas que tiene todavía el planeta de suministrar alimentación para toda la humanidad. Contrasta también con la capacidad que tiene la economía capitalista de producir artefactos; capacidad que lleva a la existencia de almacenes repletos de mercancías en países como China o Vietnam o con la voracidad del capitalismo occidental por encontrar nuevos nichos de negocio y nuevos yacimientos de diversos materiales estratégicos para la economía digital y la fabricación de vehículos eléctricos.
Por tanto, debemos incorporar a la teoría de las ondas largas del capitalismo —a la que Ernest Mandel hizo una aportación decisiva en sus escritos, particularmente en El capitalismo tardío y en Las ondas largas del desarrollo capitalista— un nuevo ítem derivado de la dependencia del proceso económico del estado de la biosfera en el que se desarrolla. El comportamiento cíclico del modo de producción capitalista —donde la competencia juega un papel central— adopta la forma de una secuencia de contracciones y expansiones de la producción de mercancías, base de la producción de plusvalor cuya realización, así como la acumulación de capital, también acaban experimentando movimientos cíclicos de expansión y contracción. La conclusión de lo anterior es que la teoría de las ondas largas del capitalismo que basa su explicación en la existencia de factores endógenos del funcionamiento del capital y de factores exógenos que abren o cierran campos de posibilidad para la producción, debe incorporar la existencia de factores ecógenos que enmarcan los límites de la sostenibilidad biogeofísica de la producción generalizada de mercancías.
La política ¿qué pasa con la política subversiva?
Es evidente que en la situación objetiva hay factores subjetivos que finalmente forman parte del nudo gordiano a cortar para poder seguir nuestro camino hacia la Frigia del cambio ecosocial. Dicho de otra manera, el marco en el que actuamos no sólo tiene componentes que para nuestro actuar son muros materiales por derrumbar, sino que también hay que contar con las fortalezas y sobre todo debilidades de las fuerzas rebeldes que podrían derrumbarlo. Y hemos de ser claros: estamos ante una incomparecencia de los sujetos del cambio. Hay embriones, pero todavía no tienen la entidad necesaria.
Un primer elemento es la inexistencia de un movimiento obrero internacional organizado e internacionalista. A diferencia de los primeros años revolucionarios del anterior siglo y del ascenso de luchas anticoloniales y obreras a mediados del mismo, actualmente existe —pese algunas movilizaciones puntuales— cierta calma chicha asociada a la paz social. Por una parte, el sindicalismo en la mayor parte de países se ha convertido en un mero mediador del pacto social y productivista entre las clases trabajadoras con sus respectivas burguesías nacionales sin proyección autónoma en la escena mundial, donde actúa como mero acompañante de las medidas paliativas del social-liberalismo o directamente de vocero de los mantras de las instituciones nacionales o internacionales. Por lo que difícilmente, pese la necesidad de que existan sindicatos, puede ofrecer alternativas a la crisis ecosocial.
En segundo lugar, en el ámbito de la izquierda se ha producido un desplazamiento creciente hacia la derecha. La mayor parte de partidos verdes y socialdemócratas —estos últimos en crisis y abrazados al social-liberalismo— son meras correas de trasmisión del discurso y de las políticas burguesas dominantes tanto en economía como en cuestiones energéticas, o en la militarización del pensamiento y la economía. Y votan presupuestos de guerra, y planes de economía verde que son meros apéndices de las exigencias del capital en el terreno energético y de las políticas de crecimiento ilimitado. Resulta llamativo, en el caso de la Unión Europea, que a la primera de cambio, ante la crisis de suministros y la evidencia de la dependencia de las importaciones procedentes de Rusia puesta de relieve con la guerra de Ucrania, la mayoría de los parlamentarios de la Eurocámara, el Consejo y la Comisión cambiaran de opinión, olvidaran su discurso de la transición hacia energías renovables y el fin del uso de las fósiles y en cuestión de horas declararan (me permito ironizar) que el carbón, el gas, la energía nuclear o eran limpias, o al menos no tan malas.
Michael Löwy ha sido muy claro en la caracterización de las opciones electorales verdes al afirmar que sus propuestas están condenadas al fracaso y son utilizadas por el sistema porque la ausencia de una postura anticapitalista coherente condujo a la mayoría de los partidos verdes europeos —en Francia, Alemania, Italia, Bélgica— a convertirse en simples socios ‘eco-reformistas’ de la gestión social-liberal del capitalismo por los gobiernos de centro-izquierda. Por lo que de ellos poco cabe esperar.
Ello implica que la mayor parte de las opciones electorales de izquierda existentes y las perspectivas que ofrecen a la mayoría social son: su asimilación a la ideología dominante y el refuerzo del modelo económico productivista, extractivista, neocolonial (tanto en las naciones explotadoras como las explotadas), en alianza con un patriarcado (contra el que lucha el movimiento feminista) que coloca a las mujeres en un papel subalterno en la división del trabajo y en el ingreso tanto en el campo como en la industria y servicios, haciendo recaer sobre ellas el grueso de las tareas de reproducción y cuidados.
Pero lo que más dañó al marxismo y a la idea misma del comunismo fue el llamado “socialismo real” que echó por tierra las primeras conquistas revolucionarias de la Rusia de Lenin y Trotsky y convirtió una esperanza en un gulag. La clase trabajadora rusa no pudo decidir el futuro de su país y sus gobernantes entraron en una competición con la economía norteamericana en la que utilizaron sin más las mismas herramientas en el proceso productivo, dando pie a desastres ambientales de una envergadura similar a las del imperialismo yanki. La implosión del sistema posestalinista no dio paso a una revolución obrera democrática sino a una nueva forma de capitalismo oligárquico productivista.
Ello nos obliga en el siglo XXI no sólo a resignificar los términos tras el descrédito socialdemócrata, estalinista y verde, sino también a limpiar de “escorias productivistas” —en expresión de Bensaïd— el pensamiento marxista porque no debemos utilizar las mismas herramientas crecentistas capitalistas para ofrecer nuestras alternativas ni usar —cuando construyamos una nueva sociedad— los mismos modelos y formas de producir del capitalismo. Capitalismo que nos va a dejar una pesada herencia por los desastres en curso. Una parte importante de la intelectualidad que se reclamaba del marxismo mostró además una inocente mirada sobre la técnica y la tecnología como si fueran neutras, y una gran miopía y pereza intelectual para incluir en sus considerandos la crisis ecológica y en sus horizontes el ecosocialismo.
La crítica a la izquierda gestionaria y a la sinrazón estalinista debe ir también acompañada de una autocrítica desde la izquierda marxista revolucionaria que durante décadas desatendió la cuestión ambiental —cuando el anarquismo de forma elemental ya la tenía presente— y no entró en diálogo con las primeras elaboraciones de la ecología política. Aunque hubo excepciones que más abajo indico.
Reconstruir, depurar y recrear el pensamiento marxista en clave ecológica a la vista de la crisis civilizatoria es una tarea central del momento. Para ello deberemos partir de la recuperación del pensamiento de Marx, sabiendo que en el mismo podemos encontrar —en expresión nuevamente de Bensaïd— “un ángel verde y un demonio productivista”.
Economista, miembro del Patronato y del Consejo Asesor de viento sur y militante de Anticapitalistas. Forma parte del Foro Transiciones y Espacio Público. Es coautor de Como si hubiera un mañana (Sylone y viento sur, 2020).