Jesús Alberto Castillo: El talento es clave en la praxis política

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Una de las frases favoritas de Gilberto Martínez Núñez, ciudadano ejemplar de Marigüitar, es que “calidad mata a cantidad”. No deja de tener razón el dilecto amigo porque hoy vivimos en una sociedad donde se premia el tumulto, la mediocridad y el espectáculo absurdo. Es la política del pan y circo puesta en escena en el Coliseo de Roma y que está presente con novedosos matices en nuestro ideario colectivo.

La mayoría de los gobernantes juegan con la psiquis de la gente y hacen lo imposible para mantenerla en la más completa orfandad cultural. Es el medio propicio para seguir ejerciendo el control social y perpetuarse en el poder político. Convertir a la población en un conglomerado de seres invertebrados, sin capacidad reflexiva, para que se sometan a los caprichos y acciones despóticas de tales mandatarios.

Ya de estas cosas nos habló mucho el afamado filósofo español José Ortega y Gasset en su obra “La rebelión de las masas”, en la cual describe el comportamiento tumultuoso de las masas para generar caos. Las masas no piensan, son teledirigidas por una figura carismática o ungida. Acaban con todo, incluyendo todo aquello que puede servirle de sustento. Se conforman con lo poco y quedan fascinadas ante el espectáculo que le presentan sus gobernantes. Ante ello el autor español nos invita a revertir esa situación con educación. Es importante el conocimiento en el ámbito político y contar con líderes idóneos y bien formados en valores ciudadanos.

Por cierto, “La rebelión de las masas” es muy poco leída por la generación actual y, mucho menos, por quienes tienen deseos de convertirse en las nuevas caras de la política. Incursionar en este complejo y dinámico requiere de talento y pasión por servir al otro. En ella no basta el carisma personal sino la capacidad intelectual y honestidad de sus actores. Es necesario, entonces, la lectura y la disposición a romper prejuicio para afrontar los exigentes cambios de la realidad social.

Estas reflexiones son pertinentes frente una clase política de baja monta, devenida en desgracia, e incapaz de cumplir fielmente con la misión de gerenciar las instituciones del Estado y tomar decisiones para elevar la calidad de vida de los ciudadanos. Aunque a algunos les cueste reconocer y vean en la propuesta una postura elitesca, se requiere del talento y pensamiento creativo del sujeto para gobernar u ocupar un cargo de representación popular. No es suficiente tener una “cara nueva o agraciada” ni caer bien a fuerza de espectáculo al estilo del coliseo romano. Lo fundamental es que el dirigente político tenga una formación integral y de calidad para dar respuesta a las múltiples demandas que están presentes en los asuntos públicos.

La política está considerada como el arte de lo posible, es decir, en ella lo que menos pensamos que ocurra se da y, viceversa, lo que creemos seguro puede esfumarse repentinamente. Por eso quien desee hacer política y elevar su majestad debe preocuparse en formarse y rodearse de los más talentosos para aprender de ellos. Es como dice el refrán “a quién buen árbol se arrima buena sombra lo cobija”. Así de claro es el asunto, por más que cause ruido a los oídos de populistas y demagogos de oficio.

La calidad, como bien lo ha expresado el amigo Gilberto Martínez Núñez, es clave en todos los asuntos de la vida. La gente no debe conformarse con la cantidad, el tumulto o la bagatela, como solia decir el exgobernador sucrense Ramón Martínez. Debe exigir calidad, respeto y honestidad ante la realidad reinante. En la compra de un bien, en el disfrute de un servicio y hasta en ejercicio público la calidad debe estar presente. La sociedad cambia y con ello los criterios de la política donde es necesario contar con personas competentes para recuperar su credibilidad.

Politólogo y profesor universitario.

 

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