Jesús Puerta: ¿Cuál es la ultraderecha “Nazbol”?

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Por supuesto que no es suficiente (ni siquiera orientador) el esquema simple, lineal, de representar las posiciones políticas en un continuum, cuyos extremos sean la izquierda y la derecha. Es claro que eso no agota todas las posibilidades ni las realidades. Y eso que toda posición en esa línea es relativa a otra, más o menos cercana.  Desde que se adoptó el esquema en el siglo XVIII, algunos han sugerido graficar más bien un cuadro, con un eje vertical y otro horizontal; uno que represente las posturas acerca de la intervención estatal en la economía (desde la propiedad estatal total de la URSS hasta un respeto religioso de la propiedad, sin ninguna intervención fuera del mercado), y el otro, que ilustre el trato de los derechos políticos o ciudadanos, desde un extremo totalitario, en que el Estado no dé espacio para lo íntimo, hasta la liberalidad completa o Estado mínimo. O sea, una coordenada económica y una abscisa política. Esto nos ofrecería un mapa más aproximado de las posturas políticas. Allí podrían representarse, por lo menos cuatro espacios básicos: los socialistas liberales o democráticos (intervención necesaria del Estado en la economía y máximas libertades ciudadanas), los socialistas totalitarios (Stalin), los neoliberales autoritarios (Pinochet) o los neoliberales liberales (ponga usted un ejemplo).

En fin, el mapa nunca corresponde exactamente al territorio que representa. Esta dificultad se agudiza cuando todas nuestras referencias han sido objeto de un barajeo completo, como ha ocurrido desde el derrumbe de la URSS que dejó sin modelo viable al socialismo como transición a la sociedad sin clases ni Estado; el desplazamiento de los Estados Unidos de su posición de única potencia dominante en el globo y el ascenso económico y político de otras naciones (China, Rusia, etc.), que ahora divide al mundo, no por ideologías, sino por geopolítica; el surgimiento político-militar del fundamentalismo religioso; la irrupción del populismo de “ultraderecha” en Europa, Estados Unidos y América Latina (Milei, Bolsonaro) y el surgimiento del movimiento “Nazbol”.

Debo detenerme un poco en los “nazbol” (nacional-bolcheviques). Esto no designa únicamente unas fuerzas políticas y unos gobiernos (Putin, la Italia de Meloni, los neonazis alemanes, entre otros). Es una ideología sistematizada por pensadores como el ruso Alexander Dugin y el italiano Cusaro, entre otros. Si nos guiamos por el primero, asesor de Putin, se trata de hacer una alianza de lo que hasta hace poco se conocía como izquierda y derecha, contra el liberalismo, tanto el político (democracia parlamentaria, representativa, etc.) como económico, y para ello hacer una amplia  convergencia cuyos ejes son la recuperación del nacionalismo frente a la globalización (volver a las fronteras del imperio zarista frente a la OTAN, por ejemplo), el rescate de las tradiciones religiosas y filosóficas nacionales (desde la Iglesia ortodoxa en Rusia, hasta la filosofía de Confucio en China, o las iglesias del Bible Belt en Estados Unidos que alaban a Trump como un enviado de Dios, y así) y de costumbres sociales y sexuales (odio al feminismo y al LGBT, reunidos en un invento llamado “ideología de género”), entre otras cosas.

En conjunto, pudiera interpretarse esta “Nueva Derecha” (que es diversa, además: Milei no es lo mismo que Putin en lo que se refiere a la intervención del Estado en la economía; ni siquiera es igual a Trump, amigo de crear una barrera proteccionista en Estados Unidos) como una reacción violenta, “de principios”, “radical”, contra la globalización que se impuso desde la década de los 1980, tuvo su clímax con la presidencia de Busch hijo e hizo crisis con la burbuja financiera de 2008. Incluso se trata de una reacción a otras tendencias de finales y hasta mediados del siglo XX. Como por ejemplo la lucha por los derechos civiles de los negros, de las mujeres y los LGBT en Norteamérica.

A raíz de la elección del mestizo Obama como presidente de EEUU, se reconfiguró el mapa político de ese país, es decir, el Sur, donde el racismo es una fuerte tradición, se hizo republicano, y surgieron grupos ultraconservadores como el “Tea Party”. Se trataba de la venganza del blanco anglosajón protestante contra la representatividad de los negros, las mujeres, los gays y, sobre todo, los inmigrantes, que constituyen para muchos de estos “ultra” una verdadera amenaza a la identidad nacional estadounidense, caracterizada por su “excepcionalidad”. Además, hay una reacción ante la desindustrialización provocada por la globalización, al promover la ubicación de las inversiones en países de fuerza de trabajo barata y disciplinada (léase China), con el debido resultado de desempleo de WASP (White Anglosaxon Protestant People). De allí surge el liderazgo de Trump y sus ofertas de sacar por la fuerza a los latinos (empezando por los “locos, delincuentes y perros” venezolanos) y declarar un día en que todo sea válido para aniquilar a los indeseables. No está muy desacertada Kamala Harris de calificar como “fascistas” estas promesas electorales.

Los ideólogos “naz-bol” mezclan, a propósito, ideas y enunciados que, leídos aisladamente, parecen de la vieja “izquierda”; pero también de los conservadores religiosos, los defensores de las “buenas costumbres” y la “tradición, familia y propiedad”. Y, por supuesto, no puede faltar la exaltación nacionalista o, sería mejor decir, chovinista. Atacan la supuesta conspiración de los “dueños del mundo” (y eso que tienen a uno de ellos, Musk, apoyándolos). Cuestionan el libre comercio. Putin, por ejemplo, siempre ha sostenido que el Estado debe ser propietario de las industrias básicas y controlar los precios. Se quejan del hambre y la opresión de Estados Unidos y Europa sobre las naciones pobres, al tiempo que hacen mil millonarios préstamos a los países de África, que serán debidamente cobrados, claro, al puro estilo de los imperios financieros (no olvidar que, en la definición de Hobson, adoptada por Lenin, el imperialismo se caracteriza por el predominio del capital financiero).

Pero es que el propio Partido Comunista Chino, al entrar en la Organización Mundial de Comercio, en aquel año ya lejano de 2001, defendió la tesis del libre flujo de capitales y mercancías (la fuerza de trabajo, no tanto) entre las naciones; principio básico del neoliberalismo. El PC chino ya tiene una porción importante de multimillonarios en su Comité Central. Es decir, todas las coordenadas y abscisas del mapa están alteradas. Aunque quizás habría que matizar un poco esta última afirmación. La vocación genocida del sionismo, por ejemplo, sigue intacta; quizás más evidente que nunca, en la medida en que ejecutan un genocidio sin freno y, más bien, con el apoyo de sus aliados de siempre. Ya la URSS había tenido sus expresiones imperialistas en los tiempos de Stalin y sus sucesores. La actual muerte lenta de Cuba demuestra que el apoyo soviético solo se debía a razones de la guerra fría, y no al famoso “internacionalismo proletario”. Aparte de otras cosas: el “socialismo” nunca viabilizó la independencia nacional de ese pobre país. Pero esa es otra discusión.

Aunque pueda parecer “nuevo”, este barajeo ideológico repite algunos basureros de ideas del pasado. Todos los historiadores se han dado cuenta de cómo Mussolini y Hitler mezclaron nociones leninistas, chovinistas y racistas. Por supuesto, si nos ponemos a buscar antecedentes de esos cocteles, tendríamos que meter a los Padres de la Cristiandad por esa merengada de cultos mistéricos de la época romana, tradiciones judías, con algunos toques griegos (Platón, Plotino, Aristóteles y los estoicos). O uno de los más inteligentes ideólogos de todos los tiempos, Mahoma, quien mezcló judaísmo y cristianismo con algunas hierbas de su propia cosecha (como la “Yihad”; pero este es otro tema). Por otra parte, ya la ideología de la Revolución Francesa había tenido sus propios pensadores reactivos quienes, contra todas las ideas del iusnaturalismo (la creencia de que los seres humanos tenemos derechos solo por el hecho de nacer, es decir, somos libres e iguales por naturaleza; aparte de que no hay “Humanidad” sino un montón de hombres distintos) y la Ilustración (la fe en la razón del Hombre), ya habían levantado las ideas románticas de la primacía del sentimiento, de las tradiciones populares y la religión “original”.

De modo que hay que renovar las coordenadas donde ubicamos las posiciones políticas. El chavismo siempre fue una merengada de este tipo, una mezcla de ideas heterogéneas, de diferentes procedencias, al gusto del auditorio: nacionalismo de “Venezuela Heroica”, catolicismo de caridad hacia los pobres y las ideas más disímiles que fue capaz de producir la izquierda durante todo el siglo XX. Mucho más el madurismo, cuyos representantes ni siquiera se toman en serio lo que dicen, y últimamente se están copiando las acciones de otros “Nazbol” del continente: Ortega y la “Chayo”. Aquí no hay proyecto, más allá de mantenerse en el poder. Ni siquiera saben hacia dónde dirigir la nave del Estado, que solo funciona para reprimir con total arbitrariedad y excepcionalidad, y producir una “jaula de leyes” hecho a la medida de los señores. La ideología sirve para justificar; pero ya ni eso hace. La crisis de legitimidad es también crisis de legitimación: nadie les cree. La frase “antiimperialismo” y “antifascismo” solo sirve para hacer desapariciones forzadas, al tiempo que se le brinda a Chevron, Repsol y todo el capital transnacional que quiera venir a esta tierra de mano de obra barata, todas las facilidades, justificar la violación de la Constitución, especialmente el artículo 5 de la soberanía popular, no presentar las actas que evidencian su fraude y su golpe de estado. Ni siquiera Chávez se salva: lo usan a conveniencia, aprovechando el fervor y el sentimiento que todavía despierta en sus fieles. El madurismo es “Nazbol”.

 

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