A los políticos de cepa se les descubre en los momentos de conflicto. A los mediocres también. A los primeros no les importa esconder sus flaquezas porque se sienten lo suficientemente fuertes no solo para superarlas, sino para convertirlas en éxitos. Es lo que ha acabado de acaecer en Brasil con la caída del presidente, Lula da Silva, en el baño de su estancia en el palacio presidencial de la Alvorada, donde reside con su esposa, la activista feminista Janja.
La noticia de su resbalón en el baño con la consiguiente caída y trauma craneal ocurrió justamente cuando estaba con las maletas preparadas para volar aquella tarde a Rusia para el importante encuentro con Putin, con ocasión de la reunión de los BRICS, un acontecimiento considerado fundamental en la política mundial, donde empiezan a moverse los ejes de una nueva globalización en competición con la actual, centrada en Estados Unidos y en Europa. Y Lula llevaba en su carpeta el delicado tema de si Brasil apoya o no la entrada de Venezuela en el club de los BRICS.
Nada más conocida la noticia, y tras los primeros análisis sobre el golpe en la cabeza, junto con el anuncio de que Lula no iría a Rusia y estaría bajo cuidados médicos, sus colaboradores más cercanos se apresuraron a minimizar lo acontecido quitándole gravedad.
El momento es, sin embargo, doblemente delicado: por el hecho de darse en el momento en que Lula partía a Moscú a una misión en la que pretendía ser protagonista, y en vísperas de la segunda vuelta, el domingo, de las elecciones municipales en Brasil, que se presentan como un desastre político para el partido de Lula, el Partido de los Trabajadores (PT), ya que los sondeos de la víspera anuncian que podría ser la mayor derrota de su historia. Y porque de dicho resultado dependerán en gran parte las elecciones presidenciales del 2026 y la disputa en curso sobre si Lula, a su edad, debería presentarse a los comicios, o más bien, jubilarse.
Lula acaba de demostrar su talante en este episodio, aprovechado por sus adversarios para insistir en que debería dejar el protagonismo de la izquierda de su partido a alguien más joven. Mientras sus seguidores tratan de quitarle importancia a las posibles consecuencias del accidente, incluso mentales, Lula ha sorprendido al afirmar —adelantándose al diagnóstico que deberán dar los especialistas—, sobre si el golpe le ha producido hematomas en el cerebro, que el accidente “ha sido algo grave”, sorprendiendo a todos. Y ha añadido que espera el veredicto final del equipo médico antes de tomar decisiones.
Ello contrasta con lo que se ha sabido ahora: que también su antecesor, el expresidente Jair Bolsonaro, tuvo una caída similar en una víspera de Navidad y que había perdido totalmente la memoria. Y comentó: “Fue horrible”. Entonces la noticia fue minimizada. La ha recordado él ahora.
Lula está confirmando en este episodio que no ha querido ocultar lo que siempre ha sido y le ha dado resultado: un político más que ideológico, fundamentalmente pragmático, apegado a la realidad, sin esconder ni sus éxitos ni sus derrotas.
Ahora mismo, ante la evidencia de que el PT, el partido más importante de la izquierda en Brasil, está en una profunda crisis de identidad, sin nuevos líderes jóvenes capaces de recoger sus banderas, Lula no se siente vencido y deja claro de nuevo que le interesan más los hechos que los credos. Está dando señales de que en la nueva batalla de las presidenciales, que hasta el momento piensa disputar por cuarta vez, estaría dispuesto a hacer alianzas con los partidos de centro y hasta de la derecha no fascista.
En realidad, Lula en este momento más que con volver a ganar las elecciones sueña con un protagonismo a nivel mundial para enfrentar con los partidos de la nueva globalización del eje sur, y de ser posible, acabar con el poder del dólar para soñar con nuevas monedas y nuevos ejes políticos de los llamados “países de la periferia del imperio”. ¿Que son países dictatoriales? Eso le importa menos. Nunca le importó, a pesar de que fue siempre en Brasil el abanderado de la izquierda. Eso sí, la sindical. De los diputados y senadores decía que eran solo un “bando de pícaros”. Lula fue uno de los que no firmaron la nueva Constitución nacida de los escombros de la dura dictadura militar.
Sí, Lula fue siempre un enigma, capaz de tragarse a la oposición y de salir a flote de las más graves acusaciones de corrupción política. Y lo sigue siendo en este momento en el que, en vez de minimizar su caída y su golpe en la cabeza para no aparecer desgastado físicamente y enfrentar un nuevo duelo en las urnas, él mismo revela que el episodio ha sido “grave”. Un humorista podría utilizarlo para presentar a Lula con miedo a que su caída en el baño lo pueda achicar. Al antiguo sindicalista le gustan sobre todo los superlativos.