En 2024, las redes sociales alcanzaron la extraordinaria cifra de 5 billones de usuarios, según el Digital Report presentado por We Are Social y Meltwater. Eso equivale, según el mismo informe, al 62,3% de la población mundial
Además de este dato, que ya es sorprendente, debemos agregar otro igualmente importante que devela el documento: “El internauta promedio ahora está 6 horas y 40 minutos en línea cada día”.
Ello nos da una idea de la relevancia que han adquirido las redes sociales digitales en la vida cotidiana de las personas en todo el mundo. Esto es positivo cuando hablamos de acceso a información, democratización de la participación, el rompimiento de barreras geográficas y culturales, la facilidad para crear grupos con intereses comunes, o la comunicación instantánea, sin mencionar otros grandes beneficios que ofrecen las redes sociales digitales.
Pero esos datos resultan aterradores cuando hablamos de castigos sociales a través de estas plataformas. Eso es lo que sucede con la cultura de la cancelación.
¿Qué es la cultura de la cancelación?
Paulette Delgado, especialista en Tendencias Educativas en el Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación (2020, 13 de diciembre), explica que “consiste en retirar el apoyo o “cancelar” a una persona que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable”.
La autora coincide con otros expertos en que se trata de un tipo de “bullying grupal”, dado que muchas personas se ponen de acuerdo para atacar, descalificar los puntos de vista o dejar de seguir las cuentas en redes sociales de una persona o de una empresa.
Asimismo, resalta que es un “es un movimiento tan grande que varias personas han perdido sus trabajos por ser canceladas, sin la posibilidad de enmendar o arreglar sus acciones, quedando para siempre encerradas en un charco de odio público”.
Origen de la cultura de la cancelación
La cancelación no es un fenómeno nuevo en la sociedad. Podemos encontrar indicios de algo parecido, incluso fuera de las redes sociales digitales, cuando algún grupo decide alejar su apoyo a una persona y la aísla, insulta o boicotea públicamente. Solo que con las redes sociales digitales se ha multiplicado su extensión a través de las comunidades de usuarios.
Edixela Burgos y Gustavo Hernández Díaz (2024, 21 de septiembre) señalan que el término “cancelación” se remonta a la década de 1990. Su masificación se le atribuye a una red de usuarios de la comunidad afroamericana en Estados Unidos: Black Twitter, para denunciar los hechos de discriminación racial.
Burgos y Hernández Díaz agregan que el término “ha sido usado para boicotear a personajes públicos que incurren en prácticas racistas”; y desde 2017, para denunciar “la violencia física y psicológica, el acoso sexual y conductas misóginas que han acontecido en la industria del espectáculo hollywoodense”.
No obstante, aunque en principio la cultura de la cancelación parece tener fines positivos, representa un peligro para la libertad de expresión y el debate de ideas. La cancelación busca aislar, no darle paso a la verdad. Su impacto disminuye las posibilidades críticas, promueve los linchamientos digitales y la autocensura, y fomenta la división y la polarización; todo ello sustentado en la supuesta consecución de la justicia social.
La Cultura Snack y la cultura de la cancelación
La “cultura snack» ha contribuido con el auge de la cultura de la cancelación.
En la era de la inmediatez y el consumo de la realidad en fragmentos de un minuto, los usuarios de las redes sociales buscan contenido que se pueda consumir de forma rápida y fácil. Los videos cortos, los memes y los tuits concisos se han convertido en la norma.
Esta preferencia por el contenido breve y fácilmente digerible ha generado un ciclo de noticias constantes y fragmentarias, donde las opiniones a menudo se simplifican y se polarizan.
La información, entonces, se ha transformado en un producto de entretenimiento. Los usuarios buscan contenidos que les provoquen emociones fuertes, y la cultura de la cancelación se alimenta de esta dinámica. Ofrece un espectáculo en el que los usuarios pueden participar como jueces y emitir públicamente sus veredictos.
Comunicadora social. Doctora en Ciencias Humanas. Directora de la Escuela de Comunicación Social, ULA Táchira.