Papel Literario del 27 de octubre de 2024, por Nelson Rivera

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Amigos lectores:

I. Papel Literario arranca recordando a José Ignacio Cabrujas  (1937), tempranamente fallecido de un infarto en octubre de 1995. Culto y activísimo, lúcido y resonante, Cabrujas fue un hombre de mundos diversos e interconectados: del teatro y la televisión, de la ópera y la radio, del periodismo y la política: una de las más potentes marcas culturales de las últimas tres o cuatro décadas del siglo XX, ineludible intérprete de nuestro tiempo.

II. Reproducimos en la página 1 un ensayo de Leonardo Azparren Giménez, que forma parte de los cuatro volúmenes de Teatro político venezolano (y otros teatros), publicado por la Academia Venezolana de la Lengua en 2022. Está dedicado a la obra El Americano Ilustrado (1986). Escribe Azparren: “El discurso de esta obra es contemporáneo con los inicios de una crisis nacional estructural profunda, producto del resquebrajamiento de lo que supuso ser la Gran Venezuela y de las inconsistencias para asumir las debilidades e inconsistencias de esa ilusión. El discurso también conlleva un profundo dolor de patria y una gran desilusión sobre su destino”.

III. También de un infarto falleció Ibsen Martínez (1951-2024), en septiembre. Días antes de su inesperada partida, hablamos largamente de Cabrujas. Entonces me propuso escribir sobre las fuentes italianas del articulismo de Cabrujas, asunto sobre el que ambos habían conversado alguna vez. Al morir, el texto quedó inconcluso: había adelantado, con el título de Fiesole, las primeras 600 palabras de una crónica que, según su estimación, tendría entre 2000 y 2500 en total. Tengo que agradecer a Iván Martínez Calcaño, su hijo, que hizo las diligencias necesarias para localizar el archivo y enviármelo. Insisto: Fiesole no es más que un borrador parcial, en el que la cuestión de los articulistas italianos que había leído Cabrujas, todavía no asoma.

IV. En la misma página 2 vienen otros dos materiales de Ibsen Martínez sobre Cabrujas: un artículo del 2017 sobre El día que me quieras, cuando el Grupo Actoral 80 la llevó a escena, dirigida por Héctor Manrique, quien, además, interpreta a Pío Miranda: “Pío es el epítome de la mediocridad y del resentimiento, envueltos en máximas de redención social: un saco de yute lleno de aire, sostenido por un autocomplaciente supremacismo moral. Es el izquierdista ‘bueno para nada’ que hay en toda familia “.

V. El tercer texto (sigo en la página 2) es el prólogo de El mundo según Cabrujas, selección de crónicas, discursos y piezas misceláneas, que la Editorial Alfa publicó en 2009: “Tomadas en conjunto, se advierte que no se ajustan dócilmente a ningún género; carecen, astuta y felizmente, de un territorio literario propio. Es este un libro digresivo, tanto como pudo serlo la conversación de un autor que fue no sólo dramaturgo y guionista de radio y televisión, sino un notable columnista de prensa. Como conferencista solía correr sus linderos con irrepetible gracia hasta hacer de él un iluminador «ensayista distraído», para usar una expresión con que alguna vez le escuchamos definir su oficio de explicador del mundo”.

VI. Se cumplen 30 años de la publicación de Catia: tres voces (1994), libro magnífico de la periodista y escritora Milagros Socorro. Una de esas tres voces es la de Cabrujas. En las páginas 3 y 4 viene un fragmento: “Según me cuenta mi madre, yo tenía tres o cuatro años cuando me fui a vivir a Catia. Veníamos del Centro, de una esquina que nadie puede encontrar hoy en día: de Poleo a Buena Vista, muy cerca de Miraflores, donde ahora está el Palacio Blanco. En la actualidad hay una colina debajo de la cual se supone que debe estar la calle donde yo nací. Siempre he pensado que Caracas es una ciudad donde no puede existir ningún recuerdo. Es una ciudad en permanente demolición que conspira contra cualquier memoria; ese es su goce, su espectáculo, su principal característica. En algún momento de mi vida me he horrorizado ante esta situación; hoy no. Hoy pienso que es una legitimidad, y así como hay pueblos que construyen, hay otros que destruyen. Hay pueblos que tienen en la destrucción un sentido de la vida, como algunos lo encuentran en la construcción. El caraqueño es un pueblo demoledor, no por nada, solo por ser fiel a su propia historia”. Huelga decirlo: de la primera a la última línea, esa voz hipnotiza. Nos habla. La entrevista, imperdible, se puede leer completa en la web de su autora: Milagros Socorro.

VII. Quizá los lectores de esta nota de envío recuerden que en la edición del 29 de septiembre publiqué un reportaje de Miyó Vestrini, tomado de la edición aniversario de El Nacional, correspondiente a 1980, que entonces dirigió Pablo Antillano. De la misma, se reproduce hoy el reportaje del propio Antillano, La era del espectáculo: una visión de nosotros mismos, recorrido por los hechos de cuatro décadas del teatro, el cine y la televisión en Venezuela. Reportaje de grandes trazos, en el que no faltan consideraciones críticas y preguntas difíciles de responder: “¿Es homogéneo el público? ¿Es pasivo? ¿Es víctima irrecuperable de los mensajes dominantes? ¿O es más astuto de lo que se pensaba? Este es el centro de una de las más importantes discusiones que se mantienen en el movimiento cultural venezolano de hoy y sobre todo en el teatro”. Páginas 5, 6 y 7.

VIII. Coordinado por María Elena Ramos, Abediciones (UCAB) acaba de publicar Imágenes del arte: revelaciones de la violencia (2024). Trae ensayos de Ariel Jiménez (Roberto Obregón. Una estética topológica o de los inconmensurables), Félix Suazo (Cartografía corporal de la violencia), Rodolfo Izaguirre (La violencia en el cine), Diana Arismendi (Resonancias de lo vivido), Rafael Castillo Zapata (La guerrilla considerada como una de las bellas artes), y la propia Ramos (Ética, estética y política en el arte contemporáneo y en tiempos de crisis).

En la página 8 viene la presentación que escribió Roberto Briceño-León: “el libro se ocupa de los diversos modos de hacer visible la ética detrás de la pintura, la poesía, el cine, los performances, la música.  En un arte que revela las violencias que se ejecutan desde el poder, contra el poder o en la disputa por el poder. Nos revela la íntima relación que hay entre el arte y la política, pues es la tensión entre el artista y su tiempo, la cual puede asumirse o ignorarse pero no por ello deja de existir, pues, como afirma Félix Suazo al inicio de su capítulo, el arte puede estar contra la violencia, pero no puede estar al margen de la violencia, dado que el artista no puede ignorar el totalitarismo, las dictaduras, la pérdida de libertades… O quizá sí”.

IX. “Una imagen frecuente en las pantallas de los cines es la explosión… ¡una oleada de fuego destruyendo todo a su alrededor, esparciendo fragmentos, despojos, hierros retorcidos, ventanas que estallan, muros que se desploman, automóviles envueltos en llamas que vuelan por la onda explosiva! El cine nos ha acostumbrado a ver este tipo de situaciones con tanta insistencia que la explosión ha terminado por convertirse en un hecho trivial que trata de impresionar e impactar visualmente a unos espectadores que tienden, cada vez más, a permanecer impávidos o deslumbrados frente a semejantes truculencias. De la misma manera como la muerte, en el cine terminó haciéndose anónima, también las explosiones han acabado por hacerse ‘cinematográficas’, esto es, exteriores, ajenas, desprovistas de significación”. El texto de Izaguirre está en las páginas 9 y 10.

X. Con el cine todo es empezar: así se titula el ensayo de Alberto García Ferrer con que cierra la edición: ““¿Cómo empezó el cine, papá?”. La  pregunta de un hijo  inicia el guion que lee el director de una  escuela de cine.  ¿Es  adecuada una pregunta para iniciar un relato? ¿Sirve como una provocación? En la memoria del atareado lector fue el disparadero de un viaje. Artículos, libros y películas compusieron una prolongada conversación en la que  escritoras, guionistas o ensayistas, liberados de obediencias y certidumbres, intervienen a voluntad. Y todo empieza…por un guion”. Páginas 11 y 12.

XI. Llegó así a la línea final, para escribir hasta la próxima semana y agradecer que me hayan acompañado hasta aquí.

 

Nelson Rivera.

 

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