Dignifiquemos nuestro trabajo -este mes y todos los meses-, el que sea, de industrial o barrendero, para sacar este país adelante.
Quizás muchos piensen que ser barrendero de calles o recolector de basura, sea el oficio más vil para un ser humano. Digo lo contrario: quizás sea el más alto, porque ninguna ciudad puede vivir hundida en desperdicios, ni ninguna sociedad o nación se sostiene sin el buen funcionamiento de estos servicios básicos. Una parálisis total de éstos puede hacer caer a un régimen político. Mario Moreno Cantinflas lo comprendió muy bien cuando, en su última película “El barrendero” (1982), trató el tema con inteligente y certero buen humor.
A san Martin de Porres, peruano, primer santo mulato de la Iglesia, se le representa con su escoba, porque barrer y mantener el convento limpio era su oficio, como hermano lego de los frailes dominicos. Tal que san Francisco de Asís, es santo de lo mínimo, lo más humilde, lo más olvidado de la sociedad. Y como el de Asís, amaba a los animales. Se cuenta que no mataba a los ratones, sino que los mandaba a irse con los suyos fuera del convento.
Barrer no es indigno, haciéndolo bien se puede dar mucha gloria Dios. Lo indigno es hacerlo mal, como actividad que no importa. Todo trabajo es importante. Dios nos puso en este planeta para que lo desarrolláramos, para completar su Creación. Nos dejó todos los elementos para la civilización.
De nómadas y recolectores pasamos a sedentarios y cultivadores. No hemos inventado nada, sino que hemos ido descubriendo todo. Los vegetales estaban en la naturaleza, los descubrimos, Dios nos dotó de inteligencia, creatividad y audacia para elaborarlos como alimento y multiplicarlos por el cultivo. Lo mismo fue con el reino animal, primero fuimos cazadores, pero después pastores y dueños de hatos. Uniendo agricultura y cría llegamos a hacendados.
Con los minerales agudizamos el ingenio. Los descubrimos en las piedras, el fuego nos ayudó a extraerlos y elaborarlos para construir instrumentos de trabajo y ornamento.
El fuego ha sido nuestro mejor aliado. El momento en que descubrimos cómo producirlo, marca un hito en la historia, que ha inspirado la mitología y la leyenda. Porque la imaginación y la fantasía han suplido en el hombre su incapacidad temporal para alcanzar la verdad. Esto vendría después, con el desarrollo de la inteligencia, la ciencia y la filosofía.
¡Qué maravilla ver el progreso de la civilización! Desde el hombre apenas erguido en sus dos patas -que pasan a llamarse piernas- con un palo en la mano como primer instrumento defensivo y de ataque, hasta el metido en su escafandra navegando en el espacio infinito. De la edad de piedra a la era espacial. De ser sólo lodo terrestre a casi polvo de estrellas. La condición humana se crece en su inteligencia.
Vuelcos ha dado la historia. Tinieblas temporales nos han sumido en guerras, fanatismos, discriminaciones, que nos han bañados en sangre, dolor y llanto. ¡Cuántas veces hemos vivido esa sentencia de Thomas Hobbe!: Homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre). Y, sin embargo, hay algo que siempre permanece: la necesidad de servicios.
Ninguna civilización ha prescindido de los hombres sirviendo a otros hombres, sea en calidad de esclavos o siervos, diferenciado unas clases sociales de otras; sea en calidad de empleados con sueldos justos, ejerciendo los oficios básicos, como el de barrendero.
Sucede que, en una errónea y superficial interpretación de las sagradas escrituras, se ve el trabajo como un castigo, impuesto por Dios a Adán y su descendencia, después del pecado original. Y no es así. Dice el Génesis 2, 15: Entonces Yahvé tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase… Es decir, para que lo trabajase. El trabajo no es castigo sino don de Dios para que el hombre lo ayudara a terminar la Creación. El castigo vino después de la caída, cuando Dios le dijo al hombre que de ahí en adelante el trabajo lo haría con esfuerzo, el sudor de su frente y fatiga. Tan degradado ha sido el trabajo, que hace años, un vendedor de lotería -lo he contado antes- en el aeropuerto de Maiquetía gritaba, para hacer propaganda a su mercancía: ¡Si con el trabajo se progresara ya los burros fueran ministros! Lo peor es que no sé si por el trabajo o por trapisonda política, algunos llegaron.
Tampoco el trabajo es fin, sino medio. No es el hombre para el trabajo, como es la tesis marxista, sino el trabajo para el hombre. La dignidad humana está por encima de cualquier trabajo y uno que atente contra ésta no es legítimo. Horarios y salarios laborales deben garantizar una vida digna para cada hombre y su familia, con posibilidades ciertas de tener techo, alimentación, servicios básicos, acceso a la educación, la recreación y el descanso.
Cuando Jesús, Hijo de Dios, pasó por la tierra, se encontró con una torcida interpretación, por parte de los dirigentes del pueblo judío, del descanso sabatino. Habían hecho del Sábado algo tan sagrado, que no se podían curar enfermos durante éste ni practicar otros caritativos menesteres. El de Nazaret hizo todo lo contrario, antepuso la caridad al precepto y dijo con contundencia: El Sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el Sábado.
Aquí también tratan de confundirnos con fines políticos. Octubre no es un mes navideño sino de trabajo, con este adelanto de las fechas decembrinas, se ha disparado el dólar. Los bolsillos se vacían. Los cambios “estratégicos” de un régimen dictatorial y espurio, sólo han traído malestar. Tampoco es una fecha de octubre día de la resistencia indígena. ¿Cuál resistencia, si los aborígenes cambiaron perlas por espejitos? Sería más bien de la inocencia indígena. Pero no, Día de la Raza y a mucha honra pertenecer a ésta. Octubre es el mes del Rosario, el 7 fiesta de la Virgen bajo esa advocación porque fue en esa fecha de 1571 que la cristiandad ganó la Batalla de Lepanto contra la amenaza turca, gracias al rezo del santo Rosario. Pero, sobre todo, dignifiquemos nuestro trabajo -este mes y todos los meses-, el que sea, de industrial o barrendero, para sacar este país adelante.
Última hora: El 25 de octubre, nace en Venezuela un Niño Jesús sietemesino.