Emiro Rotundo Paúl: Ya está bueno ya

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Si no ocurre nada extraordinario en los dos meses que faltan para terminar el año 2024 y Maduro continúa en el poder más allá del 10 de enero de 2025, se abrirá para Venezuela un horizonte oscuro, incierto, sembrado de problemas, algunos predecibles y otros no. A partir de ese momento, con toda propiedad y sin ningún atenuante, Maduro pasará a ser un presidente absolutamente ilegítimo, un usurpador, y su gobierno será un Estado de hecho, no de derecho.

En tales circunstancias, la situación de Venezuela en todos los ámbitos de su acontecer se agudizará de forma inusitada. La economía nacional seguirá en declive porque nadie invertirá un centavo en un país en el que la Constitución y las leyes son una fantasía. El aislamiento del país de su entorno natural geográfico, político, histórico y cultural será total, las sanciones internacionales impuestas al país serán más severas, el deterioro de la industria petrolera se agravará, el éxodo de población aumentará, el rechazo al régimen por parte de la ciudadanía, situado ya en más de 80%, llegará al máximo, por encima de 90%, y la represión oficial será más profunda y sangrienta. En forma figurativa, las puertas del infierno se abrirán de par en par para todos los desdichados venezolanos que no puedan huir del país.

Alguien podrá decir que lo dicho anteriormente es una exageración y que el tono apocalíptico empleado para expresar el futuro de Venezuela bajo el yugo continuado de Maduro es un artificio para crear zozobra y desesperanza. A esa persona, incondicionalmente ligada al mito redentor del chavismo o enchufada a él por intereses inconfesables, habría que decirle que simplemente compare lo que era Venezuela antes de Chávez y lo que es hoy en día con Maduro. Si el inmenso daño causado al país por ambos personajes no la mueve a pensar que lo dicho anteriormente no es ninguna exageración, no vale la pena cruzar otra palabra con ella.

Lo ocurrido con la elección presidencial del 28 de julio pasado es un episodio más de la larga historia de conspiraciones, insurrecciones y golpes de Estado que jalonan el camino de este desdichado país desde el inicio mismo de su independencia. Es un eco repetido del intento frustrado de Hugo Chávez de derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez en 1992, del “Carmonazo” contra el propio Chávez del 2002, del desconocimiento del triunfo de URD y de Jóvito Villalba por parte de Marcos Pérez Jiménez en 1952, del derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948 y del golpe de Estado contra Isaías Medina Angarita de 1945, actos todos fraguados en los cuarteles del país por la casta militar heredera de las guerras y las “revoluciones” del siglo XIX, realizados con las armas de la República contra las Constituciones de cada época, contra las libertades públicas y la democracia, para satisfacer las ansias de poder de toscos y sanguinarios caudillos que han sido el azote de este infortunado país por más de doscientos años.

No sabemos cómo terminará ni cuánto durará esta nueva versión de la tragicomedia golpista venezolana. Ojalá fuera rápida e incruenta, pero eso nadie lo sabe. La tozudez de Maduro, la complicidad de los militares, la cooperación de los “enchufados”, el soporte de los beneficiarios del régimen y la colaboración de las mafias de diversas clases que han acompañado al régimen por muchos años, harán todo lo posible por mantener el status quo actual. Dependerá mucho del pueblo venezolano, de su valentía y resiliencia y de la solidaridad de los países democráticos del mundo, la posibilidad de que esta situación no se prolongue por mucho tiempo más. Son ya 26 años de autoritarismo, arbitrariedad, ilegalidad, represión, persecución y muerte, que constituyen el verdadero legado de Chávez. Ya el “proceso” alcanza la duración del gomecismo (1909-1935) Como diría un nativo del oriente venezolano: “Ya está bueno ya”.

 

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