La crisis económica, política y social en suelo venezolano sigue su ascenso. Esa situación resuena en las personas como el latido del corazón alterado por correr intentando escapar a la miseria. La asfixia se refleja en los rostros de los adultos y el llanto de la niñez en los hogares. El sufrimiento inducido no encuentra barrera en sectores que deben alzar su voz para reclamar la desfachatez que acontece. El temor arropa y la cordura se esconde. Satisfacer las necesidades básicas para mantener la vida se ha convertido en un lujo para los ciudadanos de la patria de Simón Bolívar.
El salario mínimo no encuentra piso porque está completamente destruido. Hace solo dos años, marzo de 2022 ese salario oscilaba alrededor de los 30 dólares. Hoy, noviembre de 2024, representa 3,66 dólares. Los ajustes realizados por el gobierno nacional sobre la base de los llamados bonos auxilian el bolsillo momentáneamente, pero no solventan la precariedad por la que se atraviesa. Trabajar en dos o hasta tres lugares distintos está destruyendo la salud de las personas, dejando a los menores todo un día en casa en completa soledad, huérfanos de afecto y atención familiar. Un escenario para que la maldad se ocupe de esa realidad. La vulneración de los derechos humanos salta a la vista de todos, y la explotación del ser humano ya no es de acomodados, ahora es un nicho de los llamados revolucionarios del siglo XXI.
El problema estructural de la economía sigue en el limbo. Las políticas públicas por ofrecer oportunidades laborales dignas y bien remuneradas no se ven por ninguna parte. Lo que si se escucha es la voz arrogante de quienes pretenden tapar la precariedad existente con discursos altisonantes. Correr la arruga es el pretexto que se aplica para evadir la responsabilidad. La radicalización del conflicto en nada favorece a la solución del problema. Lamentablemente cuando alguna persona, hace la propuesta de reencontrarnos para ayudar con planteamientos que coadyuven a solventar tan denigrante situación por la que se padece, aparecen los destructores lanzando dardos envenenados acusándolos de entreguistas y vendidos. No diferencian entre debatir, proponer y secarse por la estupidez.
Escuchar a representantes del gobierno decir que la situación económica del país ha mejorado es un indicativo de que no están paseando las calles, menos el de usar la vista para enterarse de la cantidad de comercios que han cerrado sus puertas. La reunión de Fedecámaras realizada hace unos días atrás en suelo tachirense, puede haberles permitido conocer cifras reales de lo que acontece. De eso conocen a fondo los representantes de las diferentes cámaras que allí se agrupan y los asistentes del órgano gubernamental que escucharon los esbozos. Sería interesante conocer conclusiones sobre lo tratado.
El escenario que se vive en suelo venezolano tiene encrespados a los ciudadanos. El abismo que representa recibir bolívares y comprar al valor del dólar, pareciera insalvable. Esa desconexión empuja a las personas hacia la cultura de la sobrevivencia. ¿De qué proyectos pueden hablar en los grupos familiares? ¿Cuáles son las puertas que se dejan abiertas a la juventud? ¿El sacrifico debe hacerse por el bien de la llamada revolución? La sociedad se desangra, y la invitación a vivir en la precariedad no es recibida con beneplácito. La complicidad es de una minoría, las mayorías se rehúsan a vegetar en esas condiciones.
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