Cada año, el 1 y 2 de noviembre, millones de personas en diferentes partes del mundo celebran dos festividades muy especiales: el Día de Todos los Santos y el Día de los Muertos. Aunque comparten un propósito común —honrar a los fallecidos y recordar su legado— estas celebraciones tienen orígenes y formas de expresión singulares que reflejan la rica diversidad cultural y espiritual de las regiones donde se practican. Una diferencia fundamental entre estas dos fechas se encuentra focalizada en los protagonistas o en quienes son honrados en estas fechas: mientras que en el Día de Todos los Santos se honra a los ‘Mártires Cristianos’, en el Día de los Muertos se honra a los familiares y seres queridos fallecidos.
El Día de Todos los Santos tiene sus raíces en las primeras prácticas cristianas y en el deseo de honrar a todos los santos y mártires, tanto aquellos reconocidos oficialmente como también aquellos no canonizados (Caso JG Hernández), cuya vida fue un ejemplo de fe. Establecida en el siglo IX por la Iglesia Católica, esta festividad se sitúa en el 1 de noviembre y se remonta al papa Gregorio III, quien decidió trasladarla a esta fecha para cristianizar las festividades paganas de finales de octubre, como el Samhain Celta, que marcaba el final de la cosecha y el cambio de estación.
En la Edad Media, esta celebración se arraigó en Europa, con tradiciones que incluían misas, procesiones y visitas a las tumbas de los seres queridos. Esta mezcla de solemnidad y oración, en la que se encienden velas y se colocan flores en las tumbas, simboliza la esperanza en la vida eterna y el descanso en paz.
Por su parte, el Día de los Muertos, que se celebra fundamentalmente en México, pero también en otras partes de América Latina, tiene sus raíces en las prácticas precolombinas, especialmente en el Mikailhuitl, una festividad azteca que honraba a los muertos y a las deidades de la muerte. En México no hay nada que represente tan bien el espíritu de esta festividad como “La Catrina”. Esta figura fue creada a principios del siglo XX, como una sátira hacia quienes negaban sus raíces indígenas en favor de las costumbres europeas, originalmente fue llamada “La Calavera Garbancera” y representaba a los “garbanceros”, término utilizado para referirse a quienes vendían garbanzo (y no maíz, característico de México) y aspiraban a tener estilos de vida europeo.
Al llegar los colonizadores españoles a América, en el siglo XVI, el Día de Todos los Santos y el Día de los Muertos se fusionaron, y la celebración se trasladó a las fechas del 1 y 2 de noviembre, coincidiendo con el calendario católico. En esta celebración, que ha sido reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, los altares decorados con flores de cempasúchil, ofrendas de comida, calaveras de azúcar y objetos personales de los difuntos forman un colorido y simbólico homenaje.
Otra diferencia entre las dos celebraciones radica en el enfoque de cada día. El Día de Todos los Santos celebra a los santos y niños fallecidos que ya están en la presencia de Dios, mientras que el Día de los Fieles Difuntos se centra en rezar por las almas que aún están en el purgatorio. En ambos días, se celebra la vida y la muerte, pero con matices diferentes en cuanto a las prácticas y el simbolismo.
Ambas celebraciones comparten un profundo sentido de respeto y amor hacia los fallecidos. Tanto en el Día de Todos los Santos como en el Día de los Muertos, los familiares visitan los cementerios y decoran las tumbas de sus seres queridos. En ambos días, las familias se reúnen, ya sea en las iglesias o en los hogares, para recordar a los difuntos y mantener viva su memoria. Las velas, las flores y la oración son símbolos recurrentes en ambas celebraciones y representan la luz y la paz en el descanso eterno.
A pesar de estas similitudes, la forma de celebrar cada festividad es notablemente distinta. En el Día de Todos los Santos, especialmente en Europa y en regiones de fuerte influencia católica, el enfoque es más solemne y espiritual. Los rituales incluyen principalmente oraciones, misas y visitas al cementerio para reflexionar en silencio.
Por otro lado, el Día de los Muertos es una festividad vibrante, donde el luto y el recuerdo se expresan a través del arte, la música y los altares coloridos. Los altares en los hogares y cementerios se llenan de calaveras de azúcar, fotografías, y platos favoritos de los difuntos, simbolizando la creencia de que sus espíritus regresan a convivir con sus familiares durante esta fecha. Es una celebración que equilibra solemnidad y alegría, recordando que la muerte es una parte natural de la vida.
El Día de Todos los Santos y el Día de los Muertos reflejan cómo distintas culturas honran a sus muertos, cada una de acuerdo con sus creencias y tradiciones. Ambas celebraciones nos recuerdan la importancia de la memoria y el amor hacia los que han partido, y aunque sus expresiones sean distintas, comparten la creencia en una conexión perdurable con los seres queridos. Este compromiso con la memoria de los difuntos, ya sea mediante la oración o la celebración, representa un valor universal que trasciende fronteras y diferencias culturales.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE -Noelalvarez10@gmail.com