Cuando escribo mis artículos de opinión recibo, vía redes sociales, muchas críticas. Algunas alentadoras, constructivas, de estímulo, otras un tanto subidas de tono, duras, inconscientes, sobre mí parecer en cuanto al abordaje de cualquier tema que aborde. Las críticas se hacen mucho más severas cuando opino sobre lo que está ocurriendo en nuestra sociedad desde el punto de vista político, según el cual lo abordo de manera muy objetiva y sin herir susceptibilidades. No obstante, la arremetida contra quien esto escribe, se hace con un verbo descalificador. Cargado de odio. De ira. Es decir, quien así actúa, no lo hace para abrir un debate fructífero, de orientación, asertivo, para proponer ideas y corregir los entuertos que se presentan en el camino. No señor. Hacen las críticas pero para ofender. No hay ese respeto que debe existir en una sociedad donde todos somos iguales ante Dios y la Ley. Donde podamos emitir juicios de opinión respecto a algo que sucede en cada rincón de nuestro “terruño”, en función de mejorar las condiciones de vida. En función de aportar ideas pertinentes y creativas. Ese es mi norte. El mismísimo dinero, para algunos la perdición del hombre, me importa un bledo.
La ira, el rencor, el odio, la venganza hacia nuestros hermanos (ambos géneros), no deben ser el signo que nos marque en estos tiempos de grandes conflictos. En estos tiempos de profunda reflexión, donde el ser humano está dejando de lado los valores morales – respeto, tolerancia, responsabilidad, cordialidad -, y se aleja, cada vez más, del racionamiento ético, constructivo. Debemos ser cuidadoso ante las demás personas. Nuestra actitud es la carta de presentación, estemos donde estemos. Cada vez que emitimos un juicio de opinión para tratar de mejorar las situaciones que necesitan de nuestro concurso, pienso que se debe dejar de lado el egoísmo, el insulto, la arrogancia, el descrédito. No puedes hacer algún comentario en positivo porque de inmediato te topas con alguien iracundo que te ataca. ¿Envidia?
Las palabras vulgares y ofensivas que, a mi modo de ver, hieren más que los objetos cortantes, son las que utilizan. Nos encontramos con personas que sacan de su “manga”, la calumnia y la mentira con tal de destruirte, porque emites un juicio que, en el peor de los casos, pudiera desfavorecer a alguien en particular. Repito, no es mi norte. Y además, como dijo Indira Gandhi: “Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos”.
La razón no priva en seres cargados de ira. Para él o para ella, no existe el debate de ideas. No está presente un raciocinio claro, transparente, que conduzca a una posible solución del problema que se plantea. Porque, cuando usted piensa que con su opinión puede servir para el encuentro de soluciones efectivas, entonces viene la lluvia de sátiras y descalificativos. Incluso, personas que se suponen son inteligentes y hasta profesionales de carreras. Esa no es la idea estimado hermano. La idea, en mi opinión, es el libre debate. Que se discuta en un tono cordial, de respeto. Obviamente que todos no somos iguales. Cada quien es como es. Cada cual piensa como mejor le parezca. Pero, me pregunto a manera de reflexión: ¿Entonces para qué fuimos formados? ¿Y los valores morales y los principios éticos dónde los guardas? ¿Para quién los tienes reservados? Porque cuando respondemos de manera irracional, todo lo que hemos aprendido en la escuela, en el liceo o en la universidad lo lanzamos por la borda. Y finalizo con un comentario de un amigo: “Las personas que manifiestan ira, que se creen incólume, por lo general su figura anatómica se deforma”. Anótenlo en el “chip mental”. Yo agrego: la ira, definitivamente, puede ser castigo del cuerpo. Y acoto, no es que quien esto escribe, sea perfecto, no. Para nada. Pero al menos trato de poseer algunos valores morales para no morir en el intento y trascender de manera asertiva. Mucho menos “yoísta”. Es, como decía Kotepa Delgado: “Escribe que algo queda”. Y eso es justamente lo que hago. Queda abierto el debate.
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