Jorge Majfud: El imperio de la negación cierra los ojos y cree

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Desde Jacksonville, Florida.―Profesor ―me dijo un estudiante― juéguesela y diga quién va a ganar mañana.

―Trump.

Ya lo había dicho en varios medios, pero no me interesa la política partidaria en mis clases.

―Según todas las encuestas gana Kamala. ¿Por qué habría de perder?

―Por Gaza. No se puede tapar el sol con un dedo.

Horas después de conocer los resultados de las elecciones, las mayores cadenas, desde CNN hasta Fox News, comenzaron a digerir el triunfo de Donald Trump. Las figuras más conocidas parecían estar de acuerdo en que había tres temas que habían golpeado a los demócratas: 1. La economía; 2. La crisis migratoria; 3. El conflicto en Medio Oriente.

En otras palabras, el bolsillo, el racismo y la moral. En los tres puntos vemos la fabricación de ideas y sensibilidades de la propaganda de esos mismos medios:

1. La economía doméstica no está bien, pero veamos que esto no se debe a un gobierno en particular sino a un problema estructural mucho mayor que va desde la corrupción legalizada de las corporaciones que lo han comprado todo (políticos, medios) para continuar acumulando la riqueza (plusvalía) que le han venido secuestrando a la clase media y trabajadora. Desde 1975, la clase trabajadora ha trasferido 50 billones de dólares (dos veces el PIB de China) al uno por ciento más rico.

El otro factor económico es la pérdida de hegemonía y poder de dictar de Washington en el resto del mundo, lo cual no sólo ha agravado su natural agresividad, sino que se ha encontrado con una competencia que no acepta. Pero si nos limitamos a las administraciones de turno, veremos que el periodo en que Trump fue presidente, el PIB creció menos que durante el período de Biden. Cierto, hubo una pandemia, pero el mismo argumento aplica cuando se alaba el precio del combustible más bajo en el período anterior, debido a la drástica reducción de la circulación viaria.

2. Existe un problema migratorio en la frontera sur, pero no una crisis. Eso es una fabricación mediática, alimentada por los políticos que se benefician de la demonización de los más débiles que no votan y ni tienen lobbies para presionarlos y comprarlos. Por regla general, los inmigrantes ilegales ni son criminales ni incrementan la criminalidad sino que la reducen. No viven de los servicios del Estado sino que aportan impuestos al consumir y al cobrar sus salarios, con el pago de impuestos que nunca reclaman sino que van a la Seguridad Social para beneficio de alguien más. No le roban el trabajo a nadie sino que hacen el trabajo que los ciudadanos no quieren hacer y de esa forma lubrican la economía para que continúe funcionando.

Según Trump, “los inmigrantes ilegales son criminales que están entrando sin control”. Amenazó a México con aranceles altos si no detiene el tráfico de drogas, sin mencionar que su país es la raíz del problema, no sólo en el consumo sino también en la distribución de la droga y de armas. Como está documentado, los criminales, genocidas y terroristas viven libres y legales en Florida y son poderosos donantes de su partido político.

3. Si bien los estadounidenses suelen votar con el bolsillo, hay una parte que (aunque minoría, se cuentan en algunos millones) votamos con una fuerte convicción moral. Este ha ido el caso del genocidio en Gaza que los demócratas han tratado de silenciar para no hablar de las armas y los miles de millones de dólares que enviaron en solo un año a Israel para masacrar decenas de miles de niños bajo la retórica de “Israel tiene derecho a defenderse”; o como respondió Bill Clinton, “porque el Rey David estuvo allí hace tres mil años”. O la candidata Harris, silenciando cada pregunta sobre Gaza con la misma arrogancia nasal: “Estoy hablando yo”. El gobierno ha ignorado las numerosas protestas estudiantiles, reprimidas con violencia, las multitudinarias marchas urbanas, de camioneros…

Luego, cuando aparece el voto castigo, los mismos medios que habían invisibilizado la masacre en Gaza quisieron explicar la catástrofe electoral recurriendo a lo mismo: relegando el tema moral a una tercera posición y hablando de “crisis en Medio Oriente”, evitando decir Gaza, Palestina y genocidio. Ni siquiera masacre.

Este genocidio se está convirtiendo en una metástasis en Medio Oriente, una parada más en el Anillo de Fuego (Ucrania, Siria, Palestina, Irán, Taiwán) producido por la fricción del Macho Alfa de Occidente que intenta rodear al Dragón que ya se despertó.

En lugar de negociar y beneficiar a sus pueblos con una cooperación global, el Macho Alfa va detrás de eliminar la competencia. Esta metáfora proveniente de la manada liderada por un lobo macho, ahora por los ideólogos de la derecha. Olvidan que cuando el macho alfa envejece y se enfrenta a uno más joven termina en un conflicto mortal.

En 2020 los demócratas ganaron Wisconsin y Michigan, dos estados con una fuerte presencia de población árabe. Ahora, los republicanos ganaron en los dos. Sin embargo, la representante de origen palestino, Rashida Tlaib (Michigan) retuvo su banca con el 70 por ciento de los votos e Ilhan Omar (Minnesota) lo hizo con el 75 por ciento.

Más que un voto por Trump (quien había perdido las elecciones cuatro años antes por alguna razón) fue un voto contra Harris y los demócratas. Un voto indignado y sin esperanzas. Este sistema electoral es una herencia de la esclavitud y el sistema político-mediático ha sido comprado por las corporaciones tecnológicas y financieras, que son las que gobiernan este país. Larry Fink, el CEO de BlackRock (financiera que administra tanto dinero como cinco veces la economía de Rusia), lo dejó claro: “no importa quién gane; Harris o Trump serán buenos para Wall Street”.

Es un saco de fuerza: el dinero pasa de los partidos a los medios para publicidad y promoción. Es decir, con el mismo dólar se compra a políticos y a medios de prensa en dos momentos diferentes. Los presidentes se encargan del circo. Se encargan de mantener las pasiones encendidas, sobre todo las pasiones raciales y de género. No existe otra estrategia mejor para invisibilizar los problemas de clase social. El racismo es la forma más efectiva de invisibilizar el profundo problema de clases sociales que tenemos, incluida su traducción global, el imperialismo.

Por fin tendremos un presidente convicto de la justicia (34 causas), quien se jactó de ser listo por no pagar impuestos. Claro que con ser listo no basta. Es necesario tener al pueblo embrutecido con divisiones identitarias, con individuos alienados por las mismas tecnológicas que dominan la economía, la política y la geopolítica.

Algo que no es difícil en un pueblo acostumbrado a creer por encima de los hechos. Un pueblo entrenado en las iglesias para cerrar los ojos y reemplazar la realidad con el deseo hasta que la realidad cambie. Porque para la mentalidad religiosa, la realidad narrativa importa más que la factual: “En el principio era el verbo…”.

De ahí a aplicar las mismas habilidades intelectuales y convicciones al salir de un templo para ingresar en otros (bancos, bolsas de valores, televisión, partidos políticos) hay solo un paso. A veces ni siquiera eso.

 

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