La historia de Venezuela guarda registro profuso de su cosmogonía socio-política como nación republicana. Desde el grito de independencia de aquel 19 de abril de 1810, el conflicto bélico que tal grito emancipador desencadenó en la subsiguiente Guerra de Independencia (1811-1823), los hechos acaecidos durante la Guerra Federal (1859-1863), las guerras civiles encabezada por la Revolución de Las Reformas en 1835, y acabando con la Revolución Libertadora (1902-1903), entre otros registros, han permitido enriquecer pletóricamente las páginas de nuestra historia; y, que, no sólo registra las hazañas epopéyicas de los próceres, sino también algunos pasajes de índoles anecdóticos ‒pocos inusitados, quizás‒, pero que valen la pena colacionar por su connotación reivindicadora y social.
Una de esas anécdotas que recoge nuestra historia, es sin lugar a dudas el célebre baile entre Simón Bolívar y el general José Laurencio Silva en la Villa Real del Potosí, en octubre de 1825. Bolívar, bajo el influjo idílico de María Joaquina Costas, decide celebrar en esa ciudad el día de su santo, San Simón, el 28 de ese mismo mes; por lo que los preparativos para agasajar al Libertador y honrar su presencia no se hicieron de esperar. Los festejos empezaron con una misa en la Iglesia de la Compañía de Jesús, tras la amenización de bailantas y serenatas populares como tributos para el agasajado, luego un ágape espléndido en la Casa de la Moneda.
El Libertador, galante y entusiasta asistió al evento puntualmente, vestido con un impoluto frac de color negro y luciendo, además, una de las joyas que más apreciaba: el medallón con el rostro de George Washington, que en ese mismo año recibió de familiares del héroe estadounidense y en nombre del gobierno de los EE.UU., como reconocimiento a su lucha libertaria (al recibir el obsequio, dijo: “Hoy he tocado con mis manos este inestimable presente. La imagen del primer bienhechor del continente de Colón (…), ¿seré yo digno de tanta gloria? No. Más lo acepto con un gozo y una gratitud que llegarán, junto con los restos venerables del padre de la América a las más remotas generaciones de mi patria…”).
No obstante, estando la velada en su pleno apogeo, Bolívar percibió que las damas presentes rechazaban una y otra vez la invitación a bailar que les hacía el general Silva; pero el problema no era porque el cojedeño un supiese bailar o no tuviese la galantería suficiente, por supuesto que no; sino que la traba consistía en que José Laurencio era un hombre mestizo, es decir, su color de piel no era blanca; un rasgo racial que la aristocrática sociedad peruana de la época, no pasaba desapercibido. Bolívar, en procura de remediar la displicencia en contra de su más alto oficial, pidió a la orquesta dejar de tocar y, dirigiéndose al héroe tinaquero, le dijo: “Señor José Laurencio Silva (…) ilustre prócer de la independencia americana, héroe de Junín y Ayacucho, a quien Bolivia debe inmenso amor, Colombia admiración, Perú gratitud eterna (…) sabed que el Libertador quiere honrarse en bailar ese vals con tan distinguido personaje (…) ¿me concede el honor?”.
Acto seguido, estos ínclitos personajes de la historia americana, titanes de Carabobo, Junín y Ayacucho, irrigaron de esplendor aquel salón de baile con sus giros de estupendos bailarines ante una audiencia atónita. Una boutade que por parte del Libertador, no solamente procuró remediar la inquina segregacionista que suscitó en la velada, sino que bailando bajo al compás del vals, reivindicaron ante la consciencia letárgica de los castizos de la época, los principios de libertad e igualdad por lo que tanto luchaban infatigablemente. Tras lo ocurrido, por supuesto, a José Laurencio Silva no le faltaron damas para bailar esa noche.
@jrjimenez777