Con las palabras no solo se dicen cosas, sino que también se hacen cosas. Esta distinción entre la dimensión semántica (¿qué significa tal o cual palabra?) y la pragmática (¿qué hace esa palabra o expresión? ¿Para qué se utiliza?) Es clave para el análisis de la propaganda política y de los discursos. Los regímenes políticos tienden a desarrollar una jerga, un vocabulario propio, y con él, por una parte, construyen una “realidad”, un conjunto organizado de significaciones, y por la otra, lo usan para agredir, insultar, halagar, distraer, engañar e, incluso, marear a su auditorio.
Fue Orwel en su archicitada novela 1984 quien resaltó la importancia política del lenguaje, especialmente cuando de regímenes opresivos, como el venezolano, se trata. Por eso describió la “Neolengua” de la dictadura totalitaria de su narración que, no por ficticia, era menos real. En primer lugar, corroborando lo que han afirmado varios filósofos, poetas y educadores, que el mundo de las personas es del tamaño de su lenguaje, las neolenguas totalitarias tienen un léxico cada vez más pequeño. No solo hay cada vez menos palabras, lo cual impide dar cuenta de los matices, las ironías, todos esos vuelcos que enriquecen la comunicación y el pensamiento humano, sino que estas son sustituidas por fórmulas, clichés, frases repetidas hasta la saciedad, lo que los retóricos llamaban “lugares comunes”. Con ese proceso de reducción lingüística se impide una mejor comunicación, pero también, y sobre todo, se va limitando la posibilidad de un pensamiento más penetrante. Los discursos se vuelven una repetición ritual que no terminan por no significar mayor cosa, pero que sí hacen: marear, entumecer el pensamiento, paralizar la reflexión. Pero también, como ya hemos dicho, agredir, señalar al “enemigo”, promover la exclusión y la persecución, estimular los prejuicios y el odio.
Maduro hace poco estrenó nuevos insultos contra la izquierda. No se trata de que enriqueció su léxico. Al contrario, diversificó los medios del terror y la persecución política. Ya la izquierda no solo es “trasnochada”, sino también “piltrafa humana” y “basura cósmica”. Hacía poco una viceministra (creo que de transporte) dio una clase de buen lenguaje madurista llamando “desgraciados” e “hijos de su…” a los enemigos, “fascistas” y “agentes de la CIA y la ultraderecha” que podían esconderse en los barrios o conjuntos residenciales, bajo la apariencia engañosa de simple vecinos. Este “estiércol perfumado” (como diría Alí Primera) tiene su cara alterna. Es el estilo caracterizado por la pomposidad y rimbombancia, a veces llena de pegajosa adulancia hiperbólica (o “jalabólica”), frases en las que se agregan largas cadenas de adjetivos huecos (revolucionario, nacionalista, cristiano, profético, antiimperialista, humanista, robinsoniano, bolivariano… y profundamente chavista): Gran Congreso Nacional del Bloque Histórico para el siglo XXI, las 5G (robado de los tecnólogos chinos; pero bueno…), las 7 T, el famoso “Estado comunal”, etc. Si fueran recursos meramente retóricos que se utilizan en los mítines o en la televisión monopolizada por el gobierno, pueden resultar hasta divertidos, de lo ridículos que son, emulando aquel personaje de Emilio Lovera, el “Chunior”. Lo peligroso es que esa neolengua ya penetra en los textos legales, tipificando a los “fascistas”, “traidores de la patria” y “terroristas” que, a estas alturas, ya tienen hasta sus leyes respectivas (parece que también van a meterlos en la nueva Ley de los jueces de paz para aplicar un apartheid político redoblado).
No crea, como esos intelectuales “antifascistas” que hacen turismo político regularmente por Venezuela, que esos términos poderosos, y de gran significación histórica y política, significan en el discurso oficial algo más que insultos y etiquetas, de inmensa gravedad, porque ahora pueden tener hasta consecuencias penales. No se olvide que para el gobierno “fascista” y “terrorista” es la muchacha adolescente presa, que hace poco intentó suicidarse por causas que todos podemos presumir, relacionadas con tratos obviamente abusivos, tal vez de carácter sexual, dada la total indefensión de todos los muchachos y muchachas de extracción humilde que el 29 de julio salieron a protestar lo que, a todas luces, se trató de un fraude electoral, un abuso de control de un solo partido sobre las instituciones y un golpe de estado.
Como si no fuera suficiente esta neolengua, peor que la de los reggaetoneros, parecida por lo burdo, grosero y ofensivo, desde hace un tiempo, después de los éxtasis religiosos, los toques de Jesús que se dieron varios altos funcionarios, incluido el hijo del déspota, después de ponerse la bufanda con la cita bíblica en el cuello, Maduro pretende apelar a las supersticiones. Ahora quien cuestiona la violación del artículo 5 de la Constitución, ese mismo que consagra la soberanía popular, así como la aniquilación del debido proceso, las detenciones arbitrarias, las condenas express sin defensa privada, la persecución de adolescentes, las torturas y abusos de todo tipo que apenas tienen expresión en el terror, superado por la dignidad, de los familiares de los muchachos y muchachas martirizados, la esclavitud bonificada y la aniquilación de todo derecho laboral en el país, corre un peligro adicional, más relacionado con brujerías o creencias como las de Sai Baba (de quien se decía que hacía aparecer joyas de la nada, y a quien le elevaron un templo cerca de Galipán, urbanizando parte del pulmón de Caracas). Pues sí: ahora la izquierda se va a “secar”.
Como digo una cosa, digo la otra: al menos el Gran Hablador le instruyó a su fiscal para que revisen los casos de los muchachos presos y a nombre de un concepto que no sé si entienda: justicia. Ya varios destacados venezolanos (destacados por su actuación política legal y cívica, como Enrique Márquez, María Alejandra Díaz y un largo etcétera) se han pronunciado por revisar esas detenciones y solicitar una amnistía. Hay casos dolorosos allí. Hay abusos inaceptables. No sé si esa intervención de Maduro, después de negar el perdón y ofrecer Tocorón a todos los “terroristas” y “fascistas” que ahora abundan en los barrios populares de todas las ciudades del país, tenga que ver con la petición de esos venezolanos. O quizás sea la necesidad de lavarse un poco la cara ante los anuncios ministeriales de Trump. No lo sé.
Solo queda tener un poquito de esperanza de que, efectivamente, habrá una pizca de justicia con los muchachos y muchachas que no, no son fascistas, ni agentes de la CIA, ni traidores de la patria, mucho menos terroristas.