Acerca de las razones que obligaron al canciller alemán Olaf Scholz a solicitar un voto de confianza al Parlamento figura en primer lugar la ruptura interna de la coalición gobernante. Ruptura que a su vez se deduce de la imposibilidad de que los tres partidos de gobierno se hubieran puesto de acuerdo en torno al tema presupuestario del año entrante. El 16 de diciembre de 2024 el gobierno solicitará al Parlamento un voto de confianza. Al no ser otorgado, Scholz pedirá al Presidente de la Nación la disolución del Parlamento. Luego serán fijadas nuevas elecciones para el 23 de febrero de 2025, y en ellas el mismo Scholz se presentará probablemente como el candidato de su partido.
A la mayoría de los comentaristas políticos no escapa que la crisis provocada por la disidencia interna de los liberales (FDP) está precedida por otras razones que impedía a los tres partidos de la coalición lograr acuerdos sobre las más mínimas materias, principalmente con el FDP representado por Christian Lindner. La coalición había alcanzado -esa es la opinión predominante- su punto de no soportabilidad, uno que incluso se traducía en animosidades personales, como demostró el casi siempre conciliador Scholz al despedir de las conversaciones partidarias al representante de los liberales en un tono extremadamente rudo.
Probablemente el ex-ministro de finanzas Lindner sabía que el paquete de proposiciones que llevaba a la mesa de reunión no podía ser aceptado ni por verdes ni por socialistas e iba preparado para la ruptura, aunque en estilo político, y no en el modo ofensivo usado por Scholz. No queda duda, si Scholz usó ese estilo que no es el de él, fue porque quiso dejar muy claro que la ruptura con el liberalismo económico del FDP era definitiva e irreversible. Sin embargo, el paquete de Lindner era, según los expertos, el que más conviene, desde un punto de vista técnico, a la coyuntura económica por la cual atraviesa Alemania.
Entre otras medidas, Lindner proponía el desvío de recursos sociales y ecológicos al campo de la economía, disminución de impuestos al sector empresarial, fin del “aporte solidario” a la parte Este de Alemania, adecuación de la política climática a nivel europeo (incluyendo de modo tácito el retorno de algunos reactores atómicos). Todas esas alternativas coincidían con las exigencias del sector empresarial del que el FDP se considera su partido representante. Medidas ineludibles para un gobierno que atraviesa una crisis en el marco de una guerra que debilita el crecimiento económico.
A los del FDP se sumaban, entre varios, los reclamos del ministro socialdemócrata de defensa Boris Pistorius (no por casualidad el nombre más popular de la coalición de gobierno) por lo que él considera, muy bajos presupuestos destinados a la defensa del país. Siempre argumentando con la verdad, Pistorius ha insistido que, en un momento bélico por el que atraviesa Alemania, el gobierno no debe enfrentar la situación con actitudes que solo pueden ser válidas en un ambiente internacional de distensión. Claramente ha dicho el ministro: “La industria rusa produce en tres meses más armas y municiones que toda la UE en un año”. En otras palabras, adujo: “si queremos que Rusia no gane la guerra debemos posponer nuestras reformas sociales y ecológicas”. Algo muy cuerdo, pero difícil, si no imposible, de ser aceptado por verdes y socialistas.
Desde aquí entonces, hasta llegar a las elecciones de febrero, habrá en Alemania un gobierno de izquierda- izquierda (rojiverde) destinado no a gobernar sino a desaparecer. O en otras palabras: el centro de la política alemana se rompió por el lado izquierdo. Si los socialdemócratas resurgen a la superficie política, lo harán como socios menores de la derecha constitucional, la CDU- CSU, dirigida por el incisivo Friedrich Merz, aunque solo en caso de que a los socialcristianos les falten algunos puntos para completar la mayoría absoluta. Nada parecido a la coalición formada en el pasado reciente con Angela Merkel, dentro de la cual los socialistas ocuparon la mayoría de los ministerios.
Lejos se ven los tiempos en los que el tridente socialista, ecologista y liberal emergía como un gobierno cuyas tendencias, después del ahorrativo gobierno Merkel, anunciaban profundos cambios en la economía y en la cultura política de la nación. La terrible pandemia, bien gestionada por el gobierno Merkel, ya estaba quedando atrás. No se divisaban peligros económicos en el horizonte. Alemania parecía entrar en una nueva era de prosperidad conservando su rol de locomotora de Europa. Todo parecía estar en orden hasta que el 24 de febrero del 2022, el dictador Putin, decidió invadir Ucrania.
La defensa del orden político europeo al que desde la posguerra ha sido fiel Alermania, más la violación flagrante de la institucionalidad y la legislacíon europea cometido por la dictadura de Putin, obligaron al gobierno de Scholz a sentar los pilares de una economía y una política de emergencia conocida como Zeitenwende (cambio de los tiempos). Y aquí reside justamente el problema central del gobierno de Scholz. Para una política de guerra, Alermania no estaba ni económica, ni política, ni militarmente preparada. Alemania, fiel a la tradición iniciada en 1945 había sido constituida como una nación pacífica destinada a prosperar en una Europa pacificada. En cierto sentido, la caída del gobierno alemán puede ser anotada en la cuenta de las victorias de Putin
Nadie sabe que es lo que pasa en la atormentada mente de Putin, pero si su propósito al provocar la guerra hubiera sido desmantelar el tren europeo haciendo estallar a su locomotora económica, podemos decir que está a punto de lograrlo. Los comentaristas de hoy no lo dicen. Pero con toda seguridad, los historiadores del futuro no podrán pasar por alto el hecho de que la caída del gobierno de Scholz fue un resultado indirecto de la guerra iniciada por Putin en contra de Occidente, como el mismo no se cansa de decirlo.
Alemania se encontró de pronto aquejada pot una crisis económica y energética que nadie había computado. El gobierno de Scholz se vio así obligado a enfrentar al dilema de elegir entre el desarrollo económico y el desarrollo energético. En efecto, no podía hacer lo uno sin afectar a lo otro.
Gracias al peso que al comienzo de la guerra tenía el Partido Verde, el gobierno optó por superar la crisis energética pero a costa de una notable disminución del crecimiento económico. En efecto, probablemente el breve gobierno Scholz pasará a la historia como uno que se deshizo de la energía fósil y atómica en el lapso de un año. Una verdadera proeza, dirán algunos. Pero lamentablemente hecha a cuentas del erario público y de los bolsillos de los ciudadanos. Y todo eso cuesta votos. Muchos votos; millones de votos. ¿Adónde han ido a parar esos votos? En primer lugar a las arcas de los dos extremos: al putinismo de la extrema derecha representada por AFD y el putinismo de la nueva izquierda populista representada por Sarah Wagenknecht. En segundo lugar, hacia la centro derecha, es decir a la CDU/CSU, combinación que hoy aparece como una alternativa centrista para enfrentar problemas que no se pueden solucionar en días; quizás solo en decenios.
La herencia que recibirá la nueva combinación de centro no puede ser más pesada.
La Alemania que despide al gobierno de Scholz, está muy deteriorada. Ese deterioro se manifiesta en la economía y en la política, no solo en la nacional sino también en la internacional. Bajo esas condiciones, Alemania no puede permitirse el lujo de ser regida por un gobierno débil, mucho menos uno dirigido por un hombre como Scholz, seguramente un excelente administrador, pero -así ha demostrado ser- un pésimo comunicador político.
Es cierto que las condiciones para preservar el apoyo a un gobierno democrático son muy difíciles de superar para cualquier gobernante, pero sobre todo lo son para uno como Scholz. Aún está vivo el recuerdo que, bajo condiciones muy graves que en otros países costaron la vida a algunos gobiernos, Angela Merkel al enfrentarlas, usando un modo comunicativo con la ciudadanía, no solo no perdió; incrementó el apoyo a su persona y a su partido.
Merkel, cada vez que debía abordar un tema existencial para la nación -entre otros la gran crisis económica del 2008 y la pandemia del 2019– buscaba a través de los medios la cercanía con el pueblo, poniendo a prueba su poderosa empatía. Scholz, en cambio, se esconde, desaparece de las pantallas, su voz no se oye. De modo que a la crisis económica y militar se sumaba una crisis de conducción política. El gobierno de Scholz estaba paralizado no solo por razones externas, sino internas, mucho antes de que Lindner provocara la ruptura de la coalición. En gran medida, gracias a la intransigencia de los verdes y de los socialistas, la caída del gobierno Scholz puede ser vista también como una crisis autoinducida. La CDU/CSU casi no ha actuado en esa crisis. El gobierno y sus tres partidos han cavado su propia tumba.
Afortunadamente el gobierno de Scholz se va, lo dicen muchos, incluyendo a no pocos que sentían y aún sienten simpatías por el primer ministro saliente. También afortunadamente, se va en el momento preciso. Por si fueran pocas las dificultades que no podía enfrentar Scholz, al otro lado del Atlántico ha aparecido triunfante la presencia de Donald Trump, aplaudido con entusiasmo por todas las ultraderechas europeas que seguramente se verán estimuladas a seguir creciendo.
Ya sea porque el aislacionismo de Trump debilitará militarmente a Europa cuyos gobiernos se verán obligados a redoblar sus presupuestos militares, no solo a favor de Ucrania sino a favor de sí mismos, ante una Rusia cada vez más inperialista; ya sea porque las exportaciones europeas se verán afectadas por el proteccionismo trumpista; ya sea porque los gobiernos democráticos deberán enfrentar a gobiernos y movimientos puti-trumpistas internos, Europa, y sobre todo Alemania, se encontrarán situados frente al peligro de un deterioro de sus democracias.
Nadie dice que la crisis alemana se verá solucionada con un cambio de gobierno. Pero todos saben que si el gobierno minoritario de Alemania no era cambiado, la crisis iba a derivar en una derrota de Alemania en todos los ámbitos. No olvidemos: El fracaso de la República democrática de Weimar creó las condiciones para el ascenso del nazismo. La salida de Scholz será justamente llevada a cabo para que su gobierno no se convierta en una nueva república de Weimar. La suerte todavía no está echada.