Rosalía Moros de Borregales: El servicio, un camino a la restauración

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La restauración es uno de los actos más profundos y significativos que Dios realiza en la vida de sus hijos. Dios toma lo que está roto, perdido o herido y le devuelve propósito, alegría y plenitud. La restauración de cada ser humano herido es parte intrínseca de Su obra. Uno de los medios que Dios usa para llevar a cabo esta restauración es el servicio. Cuando servimos, no sólo impactamos la vida de quienes reciben nuestra ayuda, sino también nuestra propia vida, siendo transformados a la imagen de Cristo.

El servicio cristiano va mucho más allá de realizar tareas o cumplir con ciertas obligaciones. Servir, desde una perspectiva bíblica, es un acto de amor y entrega inspirado por el ejemplo de Cristo. Jesús mismo dijo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Servir implica reconocer la dignidad de los demás, independientemente de su condición, y actuar con humildad y compasión. Servir es un reflejo del carácter de Jesús. Cuando servimos, participamos en Su obra redentora, trayendo luz a donde hay oscuridad y esperanza a quienes la han perdido. En consecuencia, el acto de servir también transforma al servidor, moldeando su carácter y acercándose cada vez más a la imagen de Cristo. A medida que el cristiano aprende a caminar con el Espíritu Santo, llevando a cabo la obra del Amor, revelada, ejemplificada y transmitida por cada acto de servicio de nuestro Señor, va siendo transformado, así como lo describe el apóstol Pablo en II Corintios 3:18. “Por lo tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.

Nuestro primer gran ejemplo fue nuestro Señor Jesucristo. Sin lugar a dudas, el acto más ilustrativo del servicio lo llevó a cabo Jesús al lavar los pies de sus discípulos: “Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después… Así que, después que les había lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”. S. Juan 13:4-7, 12-17.

El servicio no comienza en grandes escenarios ni en proyectos extraordinarios; comienza en el hogar. El hogar es la primera escuela donde aprendemos a amar, a dar y a servir. Es allí donde desarrollamos nuestro carácter, al interactuar con las personas que más nos conocen y que pueden sacar tanto lo mejor como lo peor de nosotros. Aprender a servir en casa es esencial porque en ese entorno íntimo enfrentamos los desafíos diarios de la convivencia: la paciencia, la comprensión y el sacrificio. Mostrar el amor de Dios en el hogar implica actos sencillos pero poderosos: Escuchar con atención, ayudar en las tareas hogareñas, consolar en momentos de tristeza y ser un ejemplo de integridad. Moisés fue preparado en el hogar de su suegro Jetro para liderar al pueblo de Israel (Éxodo 3). A través de su servicio humilde, aprendió la paciencia y el liderazgo. Timoteo, el discípulo amado de Pablo de Tarso, fue criado por su madre Eunice y su abuela Loida, y recibió de ellas la enseñanza de la fe. Su fe fue construida piedra a piedra desde su hogar (2 Timoteo 1:5). Servir primeramente en el hogar establece las bases para un servicio genuino hacia el mundo exterior. Porque, ¿cómo podremos servir al ajeno e ignorar al cercano, al verdadero prójimo?

El Antiguo testamento está lleno de relatos donde el servicio fue el medio para la restauración, tanto para quienes lo ofrecieron como para quienes lo recibieron. El primero que viene a mi mente es José, el hijo de Jacob. José fue vendido como esclavo por sus hermanos, pero en cada etapa de su vida sirvió con fidelidad a Dios. Desde la casa de Potifar hasta la cárcel, y finalmente como gobernador de Egipto, José administró los recursos de la nación para salvar a miles durante la gran hambruna de la visión de las vacas flacas. Su servicio restauró la vida de su familia y le permitió ver cómo la mano de Dios obra para nuestro bien, aún en las circunstancias más adversas: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20).

Ruth, una mujer moabita, mostró un amor y una lealtad excepcionales hacia su suegra Noemí. Después de la muerte de cada uno de sus esposos, hijos de Nohemí, Ruth decidió acompañar a su suegra y servirle. Se fue al campo a trabajar para conseguir el sustento para ella y para su suegra y allí, mientras el sudor mojaba su frente y sus manos eran heridas por las espigas del trigo, Dios  le envió a un redentor. Su acto de servicio no solo trajo restauración a la vida de Noemí, sino que también la llevó a su propia restauración al casarse con Booz quien cuidó de ella y de Nohemí. Y gracias a esta unión, Dios la insertó en su propia familia, ya que Ruth forma parte de la genealogía de Jesús. Las palabras de Ruth a su suegra Nohemí permanecerán como una llama de fuego, como un recordatorio viviente para todo aquel que esté dispuesto a servir: “No me pidas que te deje y me separe de ti; porque adonde quiera que vayas iré yo, y donde quiera que vivas, viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. (Rut 1:16).

Otro ejemplo que ha impactado mi vida desde que lo leí, fue Nehemías. Este varón de Dios dejó su posición privilegiada como copero del rey Artajerjes, para servir a su pueblo al liderar la reconstrucción de los muros de Jerusalén. Su dedicación y liderazgo restauraron la seguridad y la identidad de la ciudad. Nehemías demostró que el servicio también implica asumir responsabilidades y enfrentar oposición con valentía. Además, es una historia que nos muestra que la Tierra entera está al servicio de Dios y que Él usa a quien quiere, como quiere, según la actitud de nuestro corazón: “Me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera. Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego? Me dijo el rey: ¿Qué cosa pides? Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey: Si le place al rey, y tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré. Entonces el rey me dijo (y la reina estaba sentada junto a él): ¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo volverás? Y agradó al rey enviarme, después que yo le señalé tiempo. Además dije al rey: Si le place al rey, que se me den cartas para los gobernadores al otro lado del río, para que me franqueen el paso hasta que llegue a Judá; y carta para Asaf guarda del bosque del rey, para que me dé madera para enmaderar las puertas del palacio de la casa, y para el muro de la ciudad, y la casa en que yo estaré. Y me lo concedió el rey, según la benéfica mano de mi Dios sobre mí.” Nehemías 2:2-8.

En el mundo contemporáneo encontramos ejemplos de servicio que resaltan de manera contundente, como la reconocida Madre Teresa, quien dedicó su vida a servir a los más pobres y marginados en Calcuta, India. A través de sus actos de amor y cuidado, restauró la dignidad de cientos de enfermos y moribundos. Y a través de este servicio encontró la fuente de restauración para su propia alma. Solía decir: “Las manos que sirven son más santas que los labios que rezan”. La Madre Teresa siempre expresó que ella veía a Cristo en cada persona que atendía, y ese propósito de servir a los más pobres y necesitados la llenaba de paz. Un día escuché una anécdota que contaba que en una ocasión la madre Teresa fue visitada por una actriz muy rica y famosa, quien al verla limpiando a un enfermo de lepra le dijo: Yo no haría eso ni por un millón de dólares, a lo que la madre Teresa le contestó: _ Ni yo tampoco.

El pastor David Wilkerson, fundador de Teen Challenge, un ministerio dedicado a jóvenes adictos, trabajó toda su vida arduamente para ayudar a miles de muchachos perdidos en la oscuridad de la pobreza, estrangulados por las cadenas de las drogas, en los suburbios de Nueva York. A través de su servicio miles de vidas fueron restauradas, encontrando libertad espiritual y emocional. Wilkerson enseñaba que: “El servicio no es algo que hacemos por obligación, sino un reflejo del amor de Dios en nosotros”.

El carácter de todo ser humano se moldea a través del servicio, ya que éste nos confronta con nuestras limitaciones, nos enseña a depender de Dios y nos da la oportunidad de manifestar los frutos del Espíritu como el amor, la paciencia, la bondad y la humildad. La restauración a través del servicio es una verdad innegable que se manifiesta en las Sagradas escrituras y en la vida de muchos cristianos a lo largo de la historia. Ya sea en el hogar, la iglesia o la comunidad, cada acto de servicio tiene el potencial de transformar vidas. Servir no es solo una acción; es una expresión del amor de Dios que fluye a través de nosotros.

Mi deseo y oración por ti es que podamos aprender a servir primero en nuestro hogar, donde el amor de Dios puede mostrarse en lo cotidiano, y luego extender ese amor hacia el mundo, siendo instrumentos de restauración en las manos de Dios. Porque al final, servir no solo cambia a otros, sino que también nos cambia a nosotros. Como un día dijo Martin Luther King Jr.:

La pregunta más persistente y urgente de la vida es: ¿Qué estás haciendo por los demás?

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