El G-20 de Brasil selló un consenso de mínimos bajo la sombra de Donald Trump

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Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil y anfitrión del G-20, junto al presidente saliente de EE UU, Joe Biden, y otros mandatarios, este martes en Río de Janeiro.

Acuerdo de mínimos. El G-20, el club de las principales economías del mundo, que este martes ha cerrado en Brasil su cumbre anual, ha salvado la unidad de la reunión, pero no ha logrado alcanzar un consenso a la altura de los desafíos globales. La cita, marcada por las guerras de Ucrania, Gaza y Líbano y el inminente regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, ha mostrado el alcance de las discrepancias internas tanto ante el horizonte bélico como sobre los compromisos en la lucha contra el hambre y la pobreza, la gran apuesta del presidente anfitrión, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La declaración final de los líderes participantes, conocida el lunes por la noche, hace un llamamiento a un alto el fuego en la franja palestina de Gaza, a agilizar urgentemente la entrada de ayuda humanitaria, sin mencionar a Israel ni a Egipto, que controlan los pasos fronterizos. El pronunciamiento sobre Ucrania es incluso más genérico, evita una referencia a la integridad territorial y se limita a alentar cualquier esfuerzo por lograr “una paz justa y duradera”.

La segunda y última jornada estuvo dedicada la lucha contra el cambio climático y algo eclipsada por los arrestos de cinco uniformados sospechosos de intentar matar al mandatario brasileño. En su discurso, Lula pidió más ambición porque las señales de alerta no dan tregua. “Propongo a los miembros desarrollados del G-20 que adelanten sus objetivos de neutralidad climática de 2050 a 2040 o incluso a 2045. Sin asumir sus responsabilidades históricas, las naciones ricas no tendrán credibilidad para exigir ambición a los demás”.

Tanto el canciller Olaf Scholz, como el presidente Emmanuel Macron, han lamentado que la declaración final sea así de tibia sobre Ucrania. “Es demasiado poco cuando el G-20 no encuentra las palabras para dejar claro que Rusia es responsable”, según el alemán. El francés ha ido más allá y ha señalado al anfitrión: “El comunicado fue cerrado por el presidente Lula. No estuvo a la altura de la posición que podríamos haber tenido”. El brasileño Lula decidió cerrar la declaración final al concluir la primera jornada cuando, según Reuters, los mandatarios de Estados Unidos, Francia y Alemania no estaban en la sala y tras sortear un amago de protesta del negociador francés.

El presidente Lula y la diplomacia brasileña se anotaban el tanto de haber logrado una declaración final en el primero de los dos días de la cumbre, cuando a menudo las negociaciones se extienden hasta el final o incluso más allá de la clausura. Y pueden presumir de que ninguno de los miembros del G-20 introdujo notas a pie de página, como Trump hizo en su primer mandato.

El consenso de mínimos salió adelante después de que fuera neutralizado el intento del G-7, los países más industrializados del mundo, de reabrir la negociación del apartado sobre la guerra de Ucrania para endurecerlo. El G-7 cedió, como también lo hizo el argentino Javier Milei, que se adhirió al documento, aunque emitió un comunicado donde renegaba de las conclusiones sobre varios asuntos.

El documento final, de 22 páginas, también menciona la necesidad de un mundo sin armas nucleares. El empeño y el mimo con el que los diplomáticos negocian cada palabra en una cumbre como esta contrasta con la brutalidad y la velocidad a la que se suceden los acontecimientos sobre el terreno, sea el primer ataque ucranio a Rusia con misiles estadounidenses nada más autorizarlo Estados Unidos, cambios en la doctrina nuclear rusa o el robo a gran escala y a mano armada de ayuda humanitaria en Gaza.

La sombra de Trump ha planeado sobre la declaración final y todo el desarrollo de la cumbre que supone la despedida internacional de Joe Biden. El segundo mandato del republicano en Estados Unidos siembra enormes incertidumbres en los equilibrios internacionales. Muchos lo ven como una amenaza para la colaboración entre países y el futuro de los organismos multilaterales.

Defensa de la cooperación mundial

En contraste con el discurso aislacionista del presidente electo estadounidense, el G-20 recoge en su documento final una defensa de la cooperación mundial al señalar que “los desafíos que enfrenta hoy la comunidad global solo pueden abordarse a través de soluciones multilaterales y el fortalecimiento de la gobernanza global, tanto para las generaciones presentes como para las futuras”. Con esta premisa, los miembros de la cumbre se comprometieron “a trabajar por un sistema multilateral revitalizado y fortalecido”.

Eso significa, para Brasil y otros países emergentes, abordar de una vez por todas la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, de las instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial para que reflejen los equilibrios de poder actuales y no los de hace más de siete décadas. Es una vieja demanda.

Además de volver a transitar por caminos recorridos, los mandatarios aceptaron adentrarse por nuevas sendas. En la declaración final, abrazaron la propuesta brasileña de un impuesto que grave el patrimonio de los superricos, un término que evitan para usar uno más técnico: “Con pleno respeto a la soberanía fiscal, buscaremos colaborar para garantizar que las personas con un patrimonio neto ultraalto paguen impuestos de manera efectiva”. Sería un impuesto que cada país debería recaudar. Se barajó que rondara el 2% del patrimonio de los más ricos y el dinero resultante podría ser invertido en la lucha contra el cambio climático u otros fines.

Las diferencias con la agenda que Trump ha prometido para su segundo mandato quedaron reflejadas también en el debate sobre desarrollo sostenible. El G-20 abogó expresamente por continuar la lucha contra el cambio climático en el marco del Acuerdo de París —que el presidente electo estadounidense pretende abandonar de nuevo— y urgió a los países reunidos en la conferencia de Bakú (Azerbaiyán) a que logren un acuerdo sobre financiación.

El brasileño Lula instó a acelerar la reducción de emisiones y pidió a la cumbre —cuyos integrantes emiten el 80% de los gases de efecto invernadero— más ambición para lograr los objetivos. Pero, al mismo tiempo, el documento final evita una petición expresa de dejar atrás los combustibles fósiles. El presidente argentino, Javier Milei, que estuvo a punto de boicotear la declaración, fue un férreo opositor durante el cónclave de todo el contenido relacionado con la Agenda 2030, es decir con los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU, que abarcan desde la erradicación del hambre hasta la igualdad de género.

Para Lula, esta cumbre era la ocasión de que los países más poderosos miraran de nuevo a problemas enquistados y poco tratados en un mundo de crisis y conflictos como el hambre o la pobreza.

Con este G-20, Brasil escribe otro capítulo importante en su regreso a la escena internacional. El año que viene tendrá otra cita con la primera cumbre climática de la ONU en la Amazonia tan citada y que pocos han visitado. La COP 30 se celebrará en Belém.

El País de España

 

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