En relación con el recién reelecto presidente de los Estados Unidos, Fiona Hill habló a la agencia de noticias AP el 21 de octubre de 2021, que reproduce el diario El Clarín, acerca del narcisismo egocéntrico de Trump. Mientras estuvo acompañándole en las giras a Rusia y encuentros con Vladimir Putin, aunque Hill habla con fluidez el ruso, “la ignoró en una reunión tras otra y una vez la confundió con una secretaria y la llamó ‘querida’”. En sus conversaciones, de las cuales tomó cuidadosa nota, ambos dirigentes la ignoraban “como si hubiese sido una mosca en la pared”. Destacada experta en Rusia, diplomática y asesora de Donald Trump en la Casa Blanca en su primera presidencia, estuvo también un tiempo en su equipo de seguridad nacional; Hill había sido oficial nacional de inteligencia para Rusia desde comienzos de 2006 hasta fines de 2009 y era muy respetada en los círculos de Washington.
De esta experiencia escribió el libro There Is Nothing for You Here (No hay nada para ti aquí). Expuso cómo su carrera, dedicada a entender y gestionar la amenaza rusa, se estrelló contra su descubrimiento de que la mayor amenaza para Estados Unidos provenía de adentro. En su entrevista, siguiendo las declaraciones del libro, describe al presidente electo con “un apetito voraz por los elogios y ningún gusto por gobernar”. Según refiere el diario El Clarín, “de su personal y de todos los que entraran en su órbita, Trump exigía atención y adulación constantes”. Especialmente en los asuntos internacionales, “la vanidad y la frágil autoestima del presidente eran un punto de aguda vulnerabilidad”. Putin lo tenía claro y manipulaba constantemente al estadounidense; Trump admiraba su riqueza, poder, fama y carácter de “máximo exponente de lo que es ser macho”.
En la conferencia de prensa que dieron conjuntamente en Finlandia, cuando Trump parecía ponerse del lado de Putin por sobre la opinión de sus propios organismos de inteligencia en lo relativo a la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016, Hill estuvo a punto de perder los estribos. Si Trump hubiera aceptado que Rusia había interferido en las elecciones a favor de él, a su modo de ver bien podría haber dicho “soy ilegítimo”. Putin supo cómo halagarlo para evitar que reconociera tal hecho y que la revelación no fuera a socavar los acuerdos incluso vagos que habían asumido el autocrático líder Putin y Trump, quien en su gobierno cada vez se parecía más al ruso. Por su vanidad, se perdieron acuerdos importantes entre Rusia y Estados Unidos sobre el control de armas.
El hoy recién electo presidente de los Estados Unidos, a juicio de Hill, tiene un talento poco común para entender lo que la gente quiere oír. En su libro señala: “Hablaba el lenguaje de muchas personas corrientes, despreciaba las mismas cosas, operaba sin filtro, le gustaba la misma comida y destrozaba alegremente las tediosas normas de la élite. Mientras Hillary Clinton bebía champán con los donantes, Trump se dedicaba a hablar de puestos de trabajo en el sector del carbón y el acero, al menos esa era la impresión.” Lo malo es que ese don lo ha utilizado solo al servicio de él: “Yo, el pueblo”, título de uno de los capítulos. Preocupa el ascenso de líderes populistas como Putin y Trump, capaces de sacar partido de los miedos y los reclamos de quienes se sienten abandonados por las élites políticas tradicionales.
En este sentido, hay tres facetas que pueden explicar el significado de la victoria de Donald Trump para ejercer de nuevo la presidencia de los Estados Unidos. En el plano económico, un enfoque aislacionista, de reducción tributaria a las más altas fortunas y de desregulación puede aumentar el déficit fiscal en detrimento de los sectores más vulnerables en la escala social; en el de la mentalidad predominante, un mayor individualismo de los derechos refleja y fortalece ciertas tendencias culturales, políticas y sociales en la sociedad estadounidense, incrementa la desconfianza en las instituciones y agrava la falta de cohesión social de una sociedad cada vez más atomizada. Trump no solo representa una figura política, sino un símbolo de valores y actitudes que han polarizado al país; y en el plano de los valores éticos, predominan el pragmatismo y el relativismo moral; en lugar de elegir a un líder con un compromiso ético claro, los votantes optan por alguien que maximiza intereses personales o grupales a corto plazo y apoyan a un líder con antecedentes de corrupción y abuso.
La tradición republicana desde el punto de vista económico ha sido el proteccionismo y el nacionalismo. Pese a que Trump deshilachó la base filosófica y programática de su partido al que distorsionó hasta someterlo a su medida, los anuncios de su política económica repiten patrones hoy anacrónicos, que han sido una constante en la historia de los gobiernos de esta tolda política, casi desde su fundación. Recortes de impuestos, beneficios para las grandes corporaciones, guerra comercial e imposición de altos aranceles a las importaciones, renegociación de tratados, impulso a las industrias tradicionales, son algunos de los aspectos cuyo impacto en el contexto de la globalización puede ser negativo para la competitividad global, la estabilidad económica y el incremento de precios para los consumidores dentro del país.
En el plano de las mentalidades, su victoria podría indicar el surgimiento de un populismo autoritario, una más aguda polarización de la sociedad, la preferencia por líderes que se perciben como ajenos al sistema y un mayor rechazo hacia el “establishment” político, el cambio cultural y político. Su lema de “Hacer Estados Unidos de América grande de nuevo” refuerza una mentalidad nacionalista que prioriza los intereses internos frente a compromisos internacionales. Representa una reafirmación de valores conservadores tradicionales frente al avance de agendas progresistas y refuerza una visión más patriarcal de los roles de género.
Trump ha cambiado las normas del discurso político, al hacer más aceptable un lenguaje agresivo, directo e incluso insultante. Pareciera estimular con su estilo la violencia, el enfrentamiento abierto y menor respeto por las normas tradicionales de cortesía y diplomacia. Su retórica contra la inmigración y la diversidad cultural fortalece sentimientos xenófobos y la idea de que los inmigrantes son una amenaza para el país. Su compulsiva inclinación a la mentira también ha alentado la desinformación y el cuestionamiento de las instituciones tradicionales como la prensa, el sistema judicial y la academia. Su victoria ha puesto en evidencia el riesgo para la democracia liberal, un mayor rechazo hacia el statu quo político y la búsqueda de igualdad y justicia social porque parecieran poner en peligro la identidad nacional.
En el plano ético, la victoria de Trump plantea interrogantes profundos sobre los valores, prioridades y tensiones morales de la sociedad estadounidense. Trump es un producto de la cultura mediática que aprecia la notoriedad y el espectáculo por encima de la sustancia. Su personalidad extravagante y polarizante atrae más atención que su conducta inmoral. El desapego a la verdad, la seducción del conquistador, el mito del hombre fuerte, el relativismo, el tribalismo y su pulsión autocrática revelan una crisis de valores democráticos y de la salud moral de la sociedad estadounidense, cuya disposición a tolerar comportamientos inmorales en líderes y las prioridades que guían sus decisiones colectivas sorprende. Significa un llamado urgente a reflexionar sobre el papel de la ética en la política y la responsabilidad ciudadana.
@martadelavegav