Sergio del Molino: ¿Se te está pasando el arroz?

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Paseaba yo distraído, cavilando si salirme de Twitter o quedarme enfurruñado, cuando un anuncio me arrancó de mí mismo: “¿Se te está pasando el arroz?”, gritaba en letras grandes. Sí, claro, respondí para mis adentros, pero mirando desolado para mis afueras: las articulaciones que crujen, las canas de la barba y esa maldita manía de levantarme las gafas para leer los wasaps porque me he olvidado otra vez de ir a la óptica a encargar unas progresivas. Tristísimo, recité en silencio el poema de Machado que empieza “llamó a mi corazón”, y cuando iba por el verso que dice “flores en mi jardín no hay ya, todas han muerto”, me di cuenta de que el anuncio no era la muerte rompiendo el primer sello, sino una conminación grosera a tener muchos hijos.

Me costó pillarlo a la primera porque nadie que yo conozca usa la expresión del arroz pasado en esos términos. La última vez que la escuché fue a una tía abuela que murió hace más de 30 años, y ya entonces sonaba rancia y muy desagradable. La Asociación de Familias Numerosas de Madrid, autora de esta campaña procoital, redondea el mensaje con el lema “te la están colando”, muy contradictorio con una publicidad que lamenta justo lo contrario: que no te la cuelan lo suficiente.

¿Por qué la gente que tiene muchos hijos quiere que los demás también los tengan? No será porque se sienten solos, pues viven rodeados de su propia prole. Cuando uno es feliz con sus decisiones, no le importan las decisiones de los demás. La única razón de este proselitismo ha de ser, por fuerza, la desgracia: su vida es tan horrible que solo pueden sobrellevarla haciendo miserables a los demás. Desean que en toda España haya cuatro hermanos peleándose por entrar en el cuarto de baño a las siete de la mañana. Solo el mal de muchos consuela.

Ojo, nada me gusta más que ser padre. He escrito mucho sobre eso. Antes que cualquier otra cosa en la vida, soy padre de mi hijo, pero precisamente por ello me inhibo de cualquier proselitismo. Tener hijos es algo tan hondo, tan íntimo, tan transformador y, a la vez, tan espontáneo y divertido, que ponerlo en un anuncio cutre con un lema casposo lo abarata hasta lo miserable. Quien ha ideado esa campaña no solo insulta la inteligencia de los adultos libres que la sufren mientras esperan el autobús, sino la suya propia y hasta la mera idea de la maternidad y la paternidad. Si se tomaran esta última tan en serio como presumen, no la rebozarían por las calles.

 

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