Thomas Milz: La Cumbre del G20 y los méritos diplomáticos de Lula da silva

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Después de todo, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva consiguió lo que quería en la cumbre del G20, en Río de Janeiro. La declaración final incluyó los tres principales puntos de su agenda: la lucha contra el hambre y la pobreza, la transición energética y la reforma de las instituciones globales.

Esa es la buena nueva de Río. La única, en medio de formulaciones vagas y de la división de la comunidad internacional.

La Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza ha conseguido ya el respaldo de 82 países. También el de Argentina, cuyo presidente, Javier Milei, no hizo efectiva su amenaza de boicotear la declaración final.

Sería interesante saber cómo la gente de Lula logró que no convirtiera lacumbre del G20 en un fiasco total. Porque pareció que eso iba a ocurrir, después de que Milei se manifestara en forma pública contra prácticamente todos los planes brasileños para el documento final.

El mayor éxito de Río, también para Lula en lo personal, es la Alianza contra el Hambre y la Pobreza. Ya durante su anterior presidencia, entre 2002 y 2010, había intentado infructuosamente poner en marcha un proyecto global de este tipo. Ahora parece ir por buen camino, aunque haya que mantener mucha cautela, en vista de las muy vagas promesas que representa un acuerdo del G20.

Lucha contra el cambio climático

En el segundo punto importante de la agenda de Lula, la lucha contra la crisis climática, queda en evidencia cuán dividido está hoy por hoy el mundo. Los ricos países industrializados demandan que los emergentes participen en el financiamiento de un fondo para el clima. Visto a grandes rasgos, es una disputa entre el G7 y los BRICS. El dilema ya ha conducido a un empantanamiento en la conferencia climática COP29, en Azerbaiyán.

Tampoco en Río se lograron resultados palpables. Oficialmente, se mantiene el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 grados, una marca que ya se ha rebasado hace tiempo. Uno busca en vano en el documento final compromisos concretos para salvar el clima.

A fin de cuentas, tampoco Lula y sus experimentados diplomáticos pueden hacer milagros. En vista de los crecientes antagonismos entre Occidente y China y Rusia, los signos globales apuntan más al conflicto que a la cooperación constructiva.

Ni Rusia, ni Israel

En cuanto a los dos grandes conflictos actuales, la declaración final de Río es vaga. Hay un llamado general a la paz en Ucrania, sin mencionar al agresor -Rusia- por su nombre. Los países occidentales no pudieron imponerse en este punto, lo cual probablemente obedeció también a que Joe Biden llegó a Río como presidente saliente. Biden no pudo prometer mucho ni ejercer gran presión, dado que gobernará en la Casa blanca un Donald Trump que dará marcha atrás a la política del demócrata.

Así, el documento final tampoco se pronuncia explícitamente por la integridad territorial de Ucrania. Rusia, representada en Río solo por su ministro de Relaciones Exteriores, seguramente se alegre de ello.

Y el hecho de que el ataque de Hamás contra Israel ni siquiera se mencione en el texto debería ser inaceptable, como había señalado previamente la delegación alemana. Pero el canciller Olaf Scholz firmó finalmente la declaración. En cambio, se apoya la solución de los dos Estados y una mayor ayuda humanitaria para los palestinos. Que no se condenara expresamente a Israel por su proceder en Gaza parece haber sido parte del trato. Ni condena para Israel ni condena para Rusia.

En lo que respecta a la reforma de las instituciones globales, incluyendo a la ONU y al Fondo Monetario Internacional, las esperanzas se depositarían en Sudáfrica, que liderará el G20 por un año. En Río ya se celebró como un éxito diplomático el compromiso de buscar una representación más justa. Eso es algo vago, como tantas otras cosas en esta cumbre del G20. Pero hay que reconocer que haber logrado articular un documento lleno de vagos lugares comunes es, en la actualidad, un gran mérito diplomático de Lula y su equipo.

 

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