El incremento de la ansiedad, la depresión y los suicidios en nuestros jóvenes es tan preocupante que han surgido muchas iniciativas desde las administraciones públicas, escuelas y plataformas, para tratar de ayudarlos a superar las situaciones de malestar psicológico. Los trastornos de ansiedad se han duplicado entre los menores de 25 años desde 2016 y han crecido casi un 30% desde la pandemia, según el Sistema Nacional de Salud. Los jóvenes manifiestan que no saben cómo abordar un sufrimiento insoportable, una angustia cotidiana que los supera hasta el punto de que algunos llegan a ver la muerte como su única solución. Resulta escalofriante constatar que el suicidio es la segunda causa de muerte de los jóvenes españoles y que ha aumentado un 35% desde la pandemia. Esta “epidemia silenciosa” se ceba también en los adolescentes más jóvenes, los menores de 15 años, entre quienes se han triplicado los casos de suicidio desde 2019.
Para afrontar esta enorme crisis psicológica se están desarrollando diferentes actuaciones y programas. La mayoría se centran en nombrar las enfermedades mentales para que dejen de ser tabú y no puedan estigmatizar a quien las sufre. Visualizar y verbalizar suele ser un modo de empezar a afrontar la realidad en el mundo psicológico. Otras abordan el aprendizaje de herramientas para manejar las emociones negativas que nos bloquean e impiden nuestro crecimiento personal. La novedad es que se utilizan las redes sociales para llegar a más audiencia y aumentar el impacto.
Incluso el cine se ha sumado a la ola de popularización de la enfermedad mental con películas como la producida por Píxar Inside out 2 en la que la Ansiedad es la protagonista: Una chica de color naranja, insegura y empática, que humaniza la angustia, en lugar de presentarla como algo terrible y oscuro. Todo esto es positivo, en principio, aunque empezamos a tener datos que indican que la masiva y superficial proliferación de programas y conceptos psicológicos tal vez no sea tan buena como esperábamos.
Empezamos a tener evidencia científica de que algunos de los programas que se están implantando no son adecuados para el fin con el que se concibieron e incluso pueden ser perjudiciales. Teniendo en cuenta el principio de los profesionales de la salud —ante todo, no hacer daño—, vale la pena seguir atentamente los estudios para acertar en los tratamientos.
El psicólogo Jonathan Haidt ya había expresado que pensar mucho en la depresión podría convertirse, sin desearlo, en su causa. El hecho de centrar la atención de los adolescentes en los problemas de salud mental podría haberlos exacerbado, paradójicamente. Sumergirse en el mundo de la enfermedad mental podría volverlos aún más vulnerables.
La psicóloga de Oxford, Lucy Foulkes, alerta sobre el fenómeno, tan extendido, de que “síntomas” o “diagnósticos” estén en nuestras conversaciones diarias: “Estoy deprimida”, “tengo un ataque de pánico”, “tengo ansiedad”. Estas etiquetas conforman la imagen que las personas tienen de sí mismas y pueden convertirse en profecías autocumplidas. Los adolescentes todavía están desarrollando su identidad y se toman muy en serio las etiquetas psicológicas, sobre todo si provienen de influencers. Además, cuanto más miran este tipo de contenidos en redes, más se los ofrece el algoritmo, en una retroalimentación perniciosa. El problema es pensar que están nerviosos, no por algún motivo concreto, que pueden superar, sino que tienen ansiedad y es inútil actuar. Esta etiqueta, que justifica su estado de angustia o depresión, contribuye al fatalismo, a la impotencia y a sentir los obstáculos cotidianos como insuperables.
Además, algunos estudios muestran que los programas de salud mental para adolescentes no están funcionando. Behavior Research and Therapy ha publicado un análisis sobre 1.071 adolescentes australianos. La mitad de ellos participaron en un programa que les ayudaba a gestionar sus emociones con técnicas extraídas de la terapia cognitivo-conductual y del budismo zen. Los resultados mostraron más ansiedad, más depresión, más dificultad para gestionar sus emociones y peores relaciones con sus padres en los jóvenes que participaron en el programa que en los que no lo hicieron. Otro programa más amplio en 2022 mostró resultados muy similares.
También en Reino Unido se analizó a 8.000 adolescentes practicantes de programas de mindfulness en más de 80 escuelas y resultó que el programa no mejoró su salud mental, sino que más bien empeoró sus problemas emocionales.
¿Por qué estos nuevos programas parecen contraproducentes? Posiblemente, estos programas de corta duración e impacto sirven para concienciar pero no para curar, y se ubican en un registro superficial que no parece adecuado para el momento vital de la adolescencia. La psicóloga Darby Saxbe, de la USC de California, sugiere que una mayor conciencia de los problemas de salud mental corre el riesgo de fomentar el autodiagnóstico y la patologización de emociones comunes y cotidianas.
En conclusión, un problema estructural requiere soluciones estructurales y no sirven actuaciones ligeras. Además de mayor presencia de profesionales de psicología en todos los ámbitos, hay que favorecer las relaciones estrechas con adultos, padres, profesorado o asesores vocacionales, ante la evidencia de que estas están disminuyendo en cantidad y calidad. A su vez, crear grupos más pequeños y tutorías en profundidad en los institutos puede ser más efectivo que programas superficiales de salud mental.
Hay otros cambios posibles, aunque sean menos evidentes, como comenzar las clases más tarde para facilitar el sueño, ya que nuestros adolescentes duermen menos de lo que necesitan y eso impacta en su desempeño académico y en su estabilidad psicológica. En la última década ha empeorado el sueño entre los más jóvenes, y solo un 30% duerme las horas necesarias a su edad, entre 8 y 10, según la OMS. También deberíamos fomentar el juego colectivo, el ejercicio físico, las artes y la participación en la comunidad y asociaciones más cercanas. Practicar y disfrutar de la solidaridad es una de las actuaciones que se muestra más efectiva. Todas ellas son estrategias con evidencia científica que sabemos con certeza que mejoran la salud mental.
Doctora en Psicología Social.