Manuel Barreto Hernaiz: Encontrar ese intermedio

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Una sociedad se hace grande cuando los ancianos siembran un árbol, aun sabiendo que nunca se sentarán bajo su sombra. Proverbio griego.

A lo largo de estos disparatados años el régimen ha hecho cuanto esté a su alcance – y mucho más allá- para sostenerse en el poder. Pero el desgaste por tanta ineficiencia, intolerancia, incapacidad, y corrupción, va marcando inexorablemente su propia caída. A pesar del control absoluto sobre todos los poderes del estado, y con el monopolio de las armas, ha sido incapaz de lograr la necesaria y sana gobernabilidad, pues su estrategia es ambigua y demuestra un estado de desesperación del que no se sabe cómo salir.

Por supuesto que aún acumula mucho poder pero adolece de confianza y credibilidad, elementos muy necesarios cuando un país tiene que enfrentarse a unos retos de la magnitud actual; y sobre todo con el debilitamiento moral que sufre toda una Nación, con la deshonestidad instalada como modelaje de conducta social, con la mentira como imagen y como supervivencia, que evidencian los altos niveles de insensibilidad humana que aparecen cotidianamente en el país.

Vivimos la anomia total, pues aquel país trabajador que una vez fuimos, aquella fuerza laboral comprometida, animada para entrarle al siglo XXI con fuerza, motivación y preparación, ya colapsó, y buena parte buscó un futuro mejor en el extranjero. Hoy se depende de una exagerada intromisión estatal que no favorecen la productividad ni la rentabilidad, el trabajo con el Estado no logra convertirse en una fuente de riquezas para la sociedad, ni en una condición para satisfacer la estructura de necesidades de las familias. No es un motivador social.

Ahora bien… ¿Cómo pensar en el porvenir ante tan aquiescente silencio e indiferencia? Se entiende que el régimen pisa y pisa fuerte, de manera inmisericorde, como también se puede comprender la debida prudencia y cautela. Lo que resulta injustificable es la aquiescencia o la indiferencia ante desmesura del poder; como tampoco ese sinuoso cálculo, las intrigas o esas artimañas pragmáticas que suelen conocerse como “químicas políticas”, que ni siquiera llegan a fétida alquimia. Luego, resulta imprescindible identificar contra quien es la lucha, con la debida sindéresis y sin dejarnos llevar por sentimientos innobles.

No podemos conformarnos con lo que lo que hoy se nos presenta como país. Queremos seguir soñando y no desanimarnos ante la dura realidad.

Así las cosas, hoy como nunca, debemos ir preparando el terreno para sembrar el porvenir que nuestros hijos merecen, pero para ello, más que un proyecto alternativo, lo que necesitamos es una manera diferente de encarar el futuro.

Si encontramos ese intermedio entre la impotencia y la realidad, entre la incertidumbre y la realidad, entre el fatalismo y la realidad, entre el miedo y la realidad, tal vez, y partiendo de allí, sí podremos actuar.

 

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