La mayoría de los venezolanos opositores, no suficientemente informados, aun los medianamente cultivados políticamente, piensan que después del inconcebible fraude del 28 y la brutal represión posterior se enfrentan a una muy dilemática posibilidad de que el inequívoco ganador del evento electoral, Edmundo González, asuma la presidencia del país el ya cercano 10 de enero. Es más, me da la impresión de que se dividen en partes más o menos similares de que eso sea posible. No pues otras opciones y otros actores de la dramática elección. O la tiranía feroz o el despertar de la democracia. O Maduro y su banda o María Corina y Edmundo. Más simple difícil.
Pero resulta que hay un tercer jugador, de difícil caracterización, que comienza a enardecer la línea opositora y a despertar enconadas pasiones. Se llama Foro Cívico y es particularmente confuso.
Yo recuerdo hace unos años, algo así como un quinquenio, en que yo militaba en la oposición, que surgió la idea de politizar la sociedad civil para enriquecer las huestes opositoras, bastante escuálidas y estropeadas de las más diversas maneras. Así comenzó una ciclópea tarea de unificar, coordinar, repotenciar… asociaciones, sindicatos, gremios, intelectuales, educadores y educandos, luchadores por los más diversos derechos y necesidades y siga usted. Como se sabe es difícil saber cómo se comen esas conjunciones sociales.
La verdad es que la cosa no marchó, no se veía sino una vez por cuaresma. Y, muy a menudo para dar noticias de unas malhadadas golpizas que se daban algunos de los participantes, que terminaban buscando otros caminos. Tanto fue así que yo llegué a pensar que había desaparecido o tenía una de esas largas agonías que suelen ser comunes en la vida de partidos y organizaciones. Pero resulta que en tiempos muy recientes empezó a sonar una especie de grupo, de muy difusa cuantía y que parece una sobreviviente de aquellas intenciones cívicas, el Foro Cívico.
En todos los sentidos difiere de la matriz originaria, según sus duros enemigos. Le atribuyen dimensiones muy pequeñas y elitistas –ellos lo niegan, lo agrandan– y sobre todo se relaciona con el gobierno con una escabrosa proximidad, visitan amistosamente a los caciques mayores con quien quieren construir la paz de la nación, viajan más o menos oficialmente, manejan dinero, comparten con empresarios ricos y con poca moral y gremios comprados por el gobierno y se alejan o niegan a la oposición vencedora en la justa democracia. Una suerte de alacranes de lujo.
Su autodefinición es en su mayoría inversa. Si acaso confiesa abogar por el levantamiento de las sanciones o buscar la unidad patria y ejercer una mayor libertad en el diálogo entre tirios y troyanos, aun con los déspotas y no aman a la lideresa nacional, MCM, culpable de muchos males.
Lo que hace la cosa algo complicada es que para mí hay entre ese complejo batiburrillo personas de mucha solvencia intelectual, como Colette Capriles, o de denodada lucha por la salud de los pobres, Feliciano Reyna; y otros tantos. Amén de que quiero enterarme a fondo de sus empeños.
Pero lo que sí afirmo categóricamente es que esa irrupción cívica es, en este momento, absolutamente inoportuna y cómplice con los trúhanes despóticos de un cuarto de siglo y atempera la posibilidad de volver a la democracia, sea cual fuese su color. Esta batalla de julio, de las más nobles de la historia nacional, hay que defenderla hasta su culminación. Hasta el final que diría su gestora mayor. Lo demás sería la más triste entrega de la mínima dignidad nacional.
El futuro habrá de seguir, siempre sigue, y los escenarios serán otro. Y los debates.