Amigos lectores:
I. He tenido la fortuna de leer La diplomacia, el incomparable libraco de Henry Kissinger. Con mano segura y erudición que pasma, cruza del Cardenal Richelieu a nuestro tiempo, de la geopolítica al enorme baúl de su anecdotario, del análisis de hechos fundamentales de dos siglos al desentrañamiento crítico de las fuerzas políticas y morales que han moldeado la política exterior de Estados Unidos, desde Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson hasta el momento post Gorbachov, en que comenzó a debatirse la cuestión de un posible Nuevo Orden Mundial (importante anotar aquí que el libro fue publicado en 1994, y que se encuentra disponible en internet, completo o por capítulos). Bajo ese influjo me animé a armar el dossier que ocupa seis de las doce páginas de esta edición. Les cuento.
II. Diplomacia en tiempos de crisis se titula el artículo de Adolfo Salgueiro, experto en derecho internacional, columnista de El Nacional, analista de fundamentada reputación, cuya presencia es frecuente en medios de comunicación de Estados Unidos y América Latina. Su artículo se concentra en revisar las formas actuales de ejercicio de la diplomacia. Escribe: “Los episodios aquí reseñados demuestran que la diplomacia no es un coto cerrado a los diplomáticos profesionales, sino que específicamente en tiempos de crisis aparecen otros actores que pueden llevar a cabo esas gestiones, ya sea en forma pública o discretamente”. Página 1.
III. La página 2 trae un artículo del experimentado diplomático Hugo de Zela, ex vicecanciller y embajador del Perú en Argentina, Brasil, Estados Unidos y la Organización de los Estados Americanos (OEA) y ex Jefe de Gabinete de la Secretaría General de la OEA. En La negociación como instrumento de paz y consolidación de la Democracia se refiere a casos en que la intervención diplomática ha sido decisiva, por ejemplo, en el proceso de paz entre Perú y Ecuador, entre 1995 y 1998, o en la crisis política que se desató en Guatemala en 1993.
IV. “Podría decirse que la agitada vida de Francisco de Miranda (1750-1816) fue una continua negociación. Me acercaré a algunos episodios de su vida en los que, aun no siendo oficialmente diplomático de ningún país, ejerció el oficio, una de las tantas habilidades que aprendió, probablemente, gracias a sus lecturas, y perfeccionó con el trato a los grandes personajes que conoció y los numerosos lugares que visitó. Cuando se leen sus diarios es evidente que, mucho antes de convertirse en un hombre de acción, Miranda tuvo tiempo para ejecutar una labor intelectual que lo llevó a concebir el incanato al que llamó Colombia, su gran sueño político (…)”: así introduce Juan Carlos Chirinos su artículo, Miranda, el diplomático de sí mismo. Está en la página 3.
V. Le pedí a Leopoldo Martínez Nucete un artículo sobre ese excepcional caballero que fue José Nucete Sardi (1897-1972), historiador, biógrafo, crítico de arte, narrador, periodista, político, diplomático e Individuo de Número de la Academia Nacional de Historia. Quiero agregar: entre las biografías que escribió, destaca la dedicada a Francisco de Miranda, publicada en 1935.
VI. Nucete Sardi fue dos veces embajador de Venezuela en Cuba, en momentos excepcionales: cuando Fulgencio Baptista, al frente de un golpe militar derrocó al presidente Carlos Prío Socarrás en 1952, y cuando el presidente Rómulo Betancourt rechazó las pretensiones de Fidel Castro en el encuentro entre ambos en 1959, lo que desembocaría, dos años más tarde, en el momento capitular en que Nucete Sardi recibe la orden de Betancourt de romper relaciones con Cuba (1961). Mi abuelo, el embajador Nucete Sardi ocupa las páginas 4 y 5. Dice:
“Tras la muerte de Juan Vicente Gómez, José Nucete Sardi realiza distintas funciones públicas durante las presidencias consecutivas de los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Se desempeña como Director de la Oficina de Prensa Nacional (1936-37), adscrita a la Presidencia, y luego como Director de Cultura y Bellas Artes (1940-1944), adscrita al entonces Ministerio de Educación e Instrucción Pública. Pero hay que destacar, en el marco de este artículo, que entre 1937 y 1938 fue designado por López Contreras como Inspector General de Consulados y, concurrentemente, Representante de Venezuela ante la Liga de Naciones, entidad predecesora de la ONU. Estaba adscrito a la Cancillería bajo el liderazgo de Esteban Gil Borges. Así comienza su trayectoria diplomática, que continúa como Embajador en Alemania con jurisdicción sobre Checoslovaquia, Polonia y Rumania, en plena II Guerra Mundial (1938-1940). Más adelante es designado Embajador ante la Unión Soviética (1946); Embajador en Cuba dos veces (1947-1952 y 1959-1961), capítulo central en su vida en el que me detendré más adelante; también se desempeñó como Embajador en Argentina (1958); y Embajador en Bélgica y Luxemburgo (1966-1968). Además le correspondió encabezar múltiples delegaciones de Estado en El Vaticano, Trinidad y Tobago, y Brasil”.
VII. Llegué a Hilaire Belloc (1870-1953), muy probablemente por el mismo camino transitado por otros lectores: de la mano de G.K. Chesterton, su amigo y más encarnizado interlocutor. Viejo trueno, así le decían, fue historiador, pensador católico, ensayista, biógrafo prolífico, prosista penetrante y de lujos: se lee como quien asiste a un banquete de exquisitas secuencias (Leonard Woolf escribió que hubiese podido pasar su vida leyendo a Belloc exclusivamente).
VIII. Leía la hipnótica biografía de Belloc sobre Richelieu (1585-1642), maestro de las artes del silencio, el secreto y las complejidades de la intermediación, cuando Edmundo González Urrutia, ganador de las elecciones del 28 de julio decide salir de Venezuela y viajar a España. Lo que sucedió a continuación hubiese provocado la sonrisa del cardenal: se levantó una furia expiatoria en contra de un señor de nombre redondo, Eudoro González, a quien le endilgaron pegatinas de este tenor: traidor, doble agente y alguna otra. La torta en cuestión, además, llegó con guinda: al señor lo expulsaron del partido al que pertenecía. Lo expulsaron por cumplir con su deber: no decir ni una palabra de la decisión del presidente electo.
IX. En la secuencia de notas que escribí, El affaire Eudoro. El secreto bajo el prisma de Richelieu, anoté:
“Cuando Richelieu habla no levanta la voz. Fija su mirada en el rostro de su contraparte. Apenas se produce una pausa, formula una pregunta biográfica o pide una aclaratoria, cuyo desentrañamiento ocupará buena parte de la tarde. Escucha sin pestañear. No se mueve en su silla. Asiente. Suelta una frase aduladora o engañosa (“Es menester hablar a los Reyes con palabras de Seda”, dice en su Testamento Político). Simula la amistad sin escrúpulo, si ello le asegura su silencio, si ello le asegura la protección del secreto que guarda todo intermediario.
No inventó el secreto, pero lo elevó al núcleo deontológico de la intermediación política y el ejercicio diplomático. Así, el mejor intermediario es el que guarda un secreto sin matar la conversación, sin romper el vínculo o el simulacro de amistad. Richelieu, lo repetía, quizá pensando en sí mismo: el silencio es una virtud. “Una virtud varonil”.
X. Se cumplieron ayer 150 años del nacimiento de Winston Churchill (30 de noviembre de 1874-24 de enero de 1965). Aníbal Romero nos ofrece en las páginas 7 y 8, el ensayo Hitler en la visión de Churchill. Estos dos párrafos que siguen subrayan el interés que tendrá para los lectores:
“Churchill intentaba ser equilibrado en sus juicios haciendo un esfuerzo de objetividad, lo que de por sí no es condenable; no obstante, llama la atención que Churchill, quien enumeró en el texto varias de las principales atrocidades que habían llevado a cabo los nazis contra los que se resistían a su afán totalitario, concluyó que la parte sombría de la carrera de Hitler, hasta entonces, no debía aún dejar de lado “la posibilidad de una alternativa luminosa” ni conducirnos a “cesar de esperarla”. Churchill apostaba a que, tal vez, “la suavizadora influencia” de sus éxitos llevarían a Hitler a un cambio de dirección, desde el impulso destructivo a un rumbo constructivo: “Y por eso el mundo vive en la esperanza de que lo peor ha pasado, y de que nosotros podremos llegar a contemplar una más amable figura de Hitler en una época más feliz” (pp. 259, 266).
¿Menoscaban tales aseveraciones de Churchill su reputación como uno de los estadistas que más tempranamente, y con mayor clarividencia, entendió el significado atroz de Hitler y el nazismo? Sólo en cierta medida, una medida limitada y humana, pues el punto de verdad relevante no es que Churchill, como muchos otros millones, haya abrigado alguna esperanza infundada, algún anhelo pasajero, antes de que se desatase definitivamente la tormenta, sino que sus preguntas y vacilaciones ponen de manifiesto un problema clave de la política: la enorme dificultad de identificar, a tiempo, quién es un verdadero revolucionario, recabando las fuerzas morales y materiales para detenerlo”.
XI. Milton Quero Arévalo es narrador, dramaturgo, poeta y actor, distinguido con varios premios, nos entrega Animales feroces, el texto dramatúrgico de Isaac Chocrón (1930-2011), presentado en 1963, reconocido con el Premio Ateneo de ese año: “Esta obra posee como nos tiene acostumbrado Chocrón, el afán de la experimentación, muy en boga en los años sesenta, solo que en este caso, se cumple en un juego de diálogos y escenas entrelazadas en el plano y en el tiempo de manera yuxtapuestas, exigiendo del espectador una participación activa en el drama que observa. Parte de la obra transcurre en Maracay y otra en Caracas y suponemos que otra parte, en algún país europeo en donde Sol ha recalado, para huir de sí misma, de modo que se pasa al pasado, se visita el presente y se proyecta el futuro. Un drama con unos alcances intelectuales inestimables y un gusto por la palabra escrita con valores altamente literarios”. Páginas 9 y 10.
XII. Elisa Lerner (1932-2024) tuvo el privilegio que no siempre le concedemos a nuestros maestros: agradecerles, reconocerles en vida. En los últimos años se la ha leído y representado, en alguna medida. Sin embargo, todavía hay mucho por pensar sobre la riqueza y excepcionalidad de su obra. La hora de leer a Elisa Lerner recién comienza.
Nelson Rivera.