Sí, dentro de un mes Venezuela estará empezando el año con nuevo gobierno. El voto soberano de los venezolanos el 28 de julio decidió que el nuevo presidente debe ser Edmundo González Urrutia. Los 7,3 millones a su favor, más del doble que los de Maduro, ordenaron a éste entregar el poder y consagraron el liderazgo de María Corina Machado. Esa realidad y voluntad de cambio la conocemos los venezolanos y el mundo. Maduro con las pruebas de su derrota en la mano necesita inteligencia y valentía para asumir la verdad.
Venezuela está enferma, gravemente enferma. El salario mínimo mensual no llega a 5 dólares y tres de cuatro familias no pueden cubrir sus necesidades básicas. Por eso casi 8 millones se han tenido que ir a otras tierras buscando vida. El gobierno tiene evidencia de su poca y decreciente popularidad y por eso ha desatado la persecución en todos los sectores sociales. Nos impresiona palpar el miedo creciente que lleva a no hablar de política o a hacerlo con sigilo. El derrumbe de los servicios públicos de salud, educación, luz, agua y otros, tiene secuestrada la esperanza de los venezolanos. En la mayoría de las familias venezolanas cada niño nace hoy atado al fracaso.
Para salir de esta cárcel no basta un cambio electoral, se necesita un terremoto, una sacudida profunda capaz de transformar la resignación en esperanza y el miedo en voluntad de cambio. Necesitamos un “23 de Enero” que movilice fuerzas nacionales e internacionales, de modo que juntas y combinadas puedan encender la reconstrucción y rescatar la esperanza. Toda una política para renacer luego de una guerra devastadora.
Hace falta un nuevo gobierno que movilice las potencialidades nacionales con clima y garantías para las indispensables inversiones de decenas de miles de millones de dólares. Éstas no vendrán de fuera, ni se activarán internamente sin confianza, ni garantías jurídicas que han sido sistemáticamente eliminadas por la “revolución”. Solo un nuevo gobierno puede crear las condiciones de posibilidad y la confianza para crear una amplia solidaridad de los gobiernos democráticos del mundo, y generar una activación excepcional de inversión nacional y extranjera y con apoyo excepcional de los organismos multilaterales, que sólo ocurre en respuesta a grandes catástrofes. Eso no puede impulsarlo el gobierno usurpador ni aunque quisiera. El actual gobierno agonizante sabe que está atrapado en un callejón sin salida. Por eso ha retirado -o al menos silenciado- la propuesta de políticas “socialistas”, y está dispuesto a abrir las puertas a cualquier capitalismo sin frenos, con tal de que contribuya a mover el país, a dar trabajo, generar producción y dar un respiro a su gobierno carente de propuestas. Ya no es posible revivir aquella confianza indispensable, que hace un cuarto de siglo sopló fuerte dando alas a las promesas de la revolución. Lo vemos en todos los sectores, especialmente en los más pobres.
Necesitamos y sin dar entrada al comprensible deseo de venganza… Peor aún.