Benjamín Netanyahu y sus seguidores más fieles esgrimen la tesis según la cual toda crítica a su política frente a Gaza, Cisjordania o Líbano, representa un apoyo a los grupos terroristas de Hamas y Hezbollah, y una justificación del criminal ataque de Hamas el 7 de octubre de 2023.
Este modo de enfocar los hechos que se desencadenaron después del 7-0 constituye una distorsión inaceptable. Representa una forma cínica de eludir la responsabilidad del Primer Ministro en la matanza de miles de civiles, especialmente niños, ancianos y mujeres; la prohibición de abastecer de alimentos y agua a la población de la Franja; la destrucción de hospitales, escuelas, centros de refugiados, vías de comunicación e infraestructura, en general, que permiten mantener una calidad de vida medianamente confortable. Gaza tomará varias décadas y generaciones en reconstruise.
Me encuentro entre quienes consideran que los judíos tienen todo el derecho a poseer su propio territorio, su propia Nación y su propio Estado. Admiro la disciplina y tenacidad de ese pueblo y sus líderes, quienes en medio del asedio de sus vecinos del Medio Oriente, han logrado preservar el Estado fundado en 1948 por una decisión de la ONU, inspirada en gran medida por el deseo de resarcir la devastación causada por el Holocausto. Considero asombroso que en una región donde dominan las dictaduras laicas, militares o teocráticas, Israel haya podido preservarse como una democracia estable. Es cierto que desde su fundación ha contado con el apoyo activo de Estados Unidos y de buena parte de los países europeos. Sin embargo, ha sido la reciedumbre de sus gobernantes y la perseverancia de sus pobladores los factores principales que la han convertido en la gran nación que es en la actualidad.
A partir de estas constataciones, señalo que el primer ministro Netanyahu, a raíz del asalto de Hamas el 7-O, no ha actuado como el líder de un Estado democrático que respeta el derecho a la vida, sino como el vengador enardecido que desprecia los derechos humanos, y opera movido por el odio y el deseo de retaliar, apoyándose en los núcleos más conservadores, ortodoxos y militaristas de la sociedad. Nada que ver a cómo debe desempeñarse el jefe de un Estado constitucional.
El criminal ataque del 7-O le permitió a Netanyahu armar una estrategia dirigida a eludir los serios cuestionamientos que se le formulaban por corrupción y por pretender llevar adelante una reforma judicial que le permitiría incrementar el papel del Parlamento, donde era mayoría, y reducir la importancia de la Corte Suprema, con el fin de evitar ser enjuiciado. Dentro de Israel se le ha acusado de haber descuidado la seguridad del territorio nacioanal debido a que se había concentrado en defenderse de sus adversarios en los meses anteriores a la embestida del Hamas. Su brutal reacción podría explicarse a partir de la necesidad de intentar reducir el peso de su desidia.
Netanyahu es objeto de serios cuestionamientos dentro de Israel. Los grupos políticos más moderados le critican la forma torpe como ha encarado el grave problema de los rehenes y la incapacidad de diseñar una estrategia que permita resolver la crisis sin que el conflicto siga escalando. Esos cuestionamientos han sido totalmente desatendidos. Netanyahu se ha aliado con los sectores más agresivos, fundamentalistas y guerreristas del espectro político israelí. Esos que asumen la política como el lenguaje de los cañones y los tanques; y bloquean todo diálogo con la Autoridad Palestina y otros grupos que promueven la existencia de un Estado palestino. Los aliados del Primer Ministro fomentan la agresividad expansionista de los colonos judíos que viven en el reducido territorio de Cisjordania.
Netanyahu, para justificar la agresividad con la que actúa, confunde al pueblo palestino con Hamas. En estricto sentido, esa pretendida unidad no es cierta, aunque sea verdad que una parte significativa de los palestinos ve a los miembros de Hamas como sus dirigentes, e incluso sus héroes.
Esa identificación solo conduce a la destrucción indiscriminada. A creer que en cada hospital, cada escuela o cada mezquita existe una célula terrorista que debe ser pulverizada. De la furia de Netanyahu no se ha salvado nada ni nadie. Hasta la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo -UNRWA, por sus siglas en inglés- ha sido objeto de la ira del Primer Ministro.
Uno de los efectos más perversos del comportamiento desmesurado de Netanyahu es que Hamas y otros grupos terroristas probablemente no desaparecerán, sino que mutarán en núcleos más resentidos, más violentos y más crueles. En esos niños y jóvenes que han visto morir a su lado a sus padres, hermanos y amigos cercanos, está incubándose el germen de una nueva generación de seres sin provenir, vasallos de una casta de dirigentes que practican la crueldad indiscriminada e irracional.
Netanyahu, o quien lo sustituya, tendrá que negociar con las fracciones moderadas de la Autoridad Palestina, de Hamas y de otros grupos menos visibles. No queda otro camino. La estrategia del exterminio no va dar resultados permanentes. Solo alimentará el odio.
Como siempre, cuando el lugar de la política lo ocupan los guerreristas, quienes más sufren son los civiles. Netanyahu, el exterminador, está demostrándolo.
@trinomarquezc