1. Un buen consejo
A comienzos de los años setenta, entrando en mi adolescencia, solía ver la serie Kung Fu. El protagonista, un monje Shaolin, deambulaba por el Viejo Oeste ayudando a las personas con su filosofía budista y sus habilidades en artes marciales. Su sentido del equilibrio y de la justicia me atraían profundamente. Un consejo suyo me impresionó y lo incorporé a mi repertorio moral: si tus palabras no son mejores que el silencio, no las pronuncies.
Este consejo ha venido a mi mente al escribir estas líneas, tanto para mí como para sugerírselo a otros. Tras reflexionarlo, creo que no debo callar en esta ocasión, pero algunos personajes públicos quizás sí deberían hacerlo por el bien que dicen buscar.
2. Voces en el debate público
Varios voceros de gremios empresariales y de organizaciones civiles han estado recientemente muy activos en el debate público. Sus discursos varían según el sector, pero en ambos casos hay una notoria ausencia y una clara insistencia. Por una parte, jamás califican de dictadura al régimen madurista y, por la otra, invitan permanentemente al diálogo y al entendimiento entre las partes en conflicto.
Esto es suficiente para que millones de venezolanos reaccionemos negativamente ante sus declaraciones y acciones. No es fácil procesar la idea de que no estamos ante un régimen tiránico y corrupto, y que la solución a nuestros problemas pasa por dialogar y negociar con quienes no hacen ni quieren hacer política.
Seguramente tales voceros no ignoran ese rechazo y, aun así, mantienen sus posiciones. Conociendo personalmente a algunos de ellos, siento la necesidad de entender sus razones. No asumo que todos sean enteramente sinceros, pero tampoco me consta que algunos estén mintiendo o manipulando de manera deliberada a favor del régimen. Sobre todo, deseo evitar que nos divida la diferencia de opiniones entre quienes aspiramos con sinceridad al cambio político, ayudando así a la dictadura que nos quiere enemistados y debilitados.
3. Hablan algunos empresarios
Quiero referirme, en primer lugar, a las ideas expresadas por algunos voceros empresariales. Creo que la idea central de su argumento es la de «prevalecer». Afirman que, en cualquier situación política, por más conflictiva que sea, la actividad económica debe mantenerse. Lo que está en juego es la posibilidad de que los ciudadanos consuman los bienes y servicios que les garantizan la existencia. Además, debería hacerse lo posible para preservar las fuentes de empleo formal, especialmente considerando el pequeño número de empresas que van quedando en el país.
Esos objetivos no podrían alcanzarse, nos dicen, si el sector empresarial no mantiene comunicación con quienes, en la práctica, ejercen funciones gubernamentales, pues numerosas dificultades económicas solo pueden ser resueltas mediante políticas públicas concretas y concertadas.
Por todo ello, sería legítimo que el sector empresarial se ubique al margen del complejo proceso político actual y se concentre en formar parte activa de un “diálogo social” con el sector laboral y con el régimen.
4. Sobre “prevalecer” y otras cosas
Aceptando la obviedad de que sin empresas no habría producción, la idea de prevalecer presenta varios problemas, especialmente cuando es el fundamento de un discurso público. Primero, la noción de «prevalecer» admite dos significados: uno enérgico, que implica mantenerse superior o más fuerte en una situación, y otro débil, que supone simplemente seguir existiendo. En una tiranía, la mayoría de los empresarios no prevalece vigorosamente, solo subsiste. Algunos quizás puedan obtener del régimen, a cambio de su sumisión, algún paliativo que le permita continuar estirando su existencia. Otros, pensando que el régimen es invencible, se plantean cómo funcionar con provecho dentro de un sistema que podría consolidarse como una autocracia de mercado.
Segundo, cualquier sector, grupo, familia o individuo y no solo el empresariado puede tener razones válidas para plantearse “prevalecer”, en el sentido débil del término. Pero, si todos los oprimidos simplemente subsistieran, un orden social libre, como bien común, desaparecería. Esto es más grave si se considera que incluso la posibilidad de sobrevivir con un mínimo de dignidad bajo un régimen estructuralmente incapaz de promover el bienestar tenderá a desaparecer para la mayoría de los venezolanos. Por querer cada uno prevalecer, nadie lo logrará, o solo los privilegiados del régimen lo harán.
Tercero, conviene al régimen lucir no como la dictadura sangrienta y corrupta que es, sino como un gobierno en “diálogo social” con empresarios y trabajadores sobre los problemas que sufre la actividad económica y, lo cual no se dice, han sido y son el resultado de su destructivo paso por la historia de nuestra nación. Un diálogo social es intrínsecamente político —aunque ahora, para “prevalecer” en dictadura, muchos eviten usar el término “político”— y tiene consecuencias que favorecen sin duda al régimen madurista.
5. Hablan miembros de la sociedad civil
Paso ahora a considerar los argumentos de algunos voceros de organizaciones civiles. La palabra clave en este caso es «acuerdo». Sostienen que la situación venezolana consiste, básicamente, en el enfrentamiento entre dos sectores. Esto es difícilmente rebatible, pues, en efecto, el conflicto entre la mayoría del país que votó por un cambio político y una minoría que se aferra al poder involucra dos partes, aunque numéricamente muy desiguales. Pero esta trivialidad no es lo importante.
En ningún momento estos voceros, como he comentado, hablan públicamente de dictadura, autocracia o algún término equivalente. En tal sentido, no toman partido a favor de uno u otro sector, tratando de asignarse a sí mismos, aunque solo sea discursivamente, el papel de mediadores. Argumentan que siempre, incluso entre bandos en guerra, es deseable que exista algún canal de comunicación entre los sectores enfrentados o entre algunos miembros de ellos. Esto haría posible una negociación, algo a lo que ningún sector, si actúa con apego a la racionalidad, debería renunciar. Y, eventualmente, este acercamiento podría conducir a un acuerdo democrático, basado en lo que a todos interesaría: la construcción de la paz, el respeto a los derechos humanos y la satisfacción de las demandas sociales, independientemente de quién ejerciese el poder del Estado.
Son estas posibilidades las que ocuparían a estos voceros, quienes no se verían a sí mismos como políticos, sino como analistas y expertos, dispuestos a asesorar y facilitar el entendimiento que los políticos, por distintas limitaciones, serían incapaces de materializar por su cuenta.
6. Sobre “acuerdos” y otras cosas
En el caso de estos voceros de organizaciones civiles, mis cuestionamientos fundamentales son también tres. Primero, aunque su posición parece implicar un delicado ejercicio de equilibrio, esto resulta ser una ficción cuando uno se pregunta a quién perjudica y a quién beneficia en realidad. Es difícil negar que este aparente acto de funambulismo perjudica la lucha contra la dictadura, banalizándola al definirla como una disputa por el poder entre sectores políticos. Esta equiparación política y moral entre la mayoría democrática y el régimen es una ganancia neta para este último, el cual apreciará mucho que no se le califique como dictadura.
Segundo, en consonancia con lo anterior, no sería sorprendente que el régimen haya entendido que la existencia de iniciativas civiles como esta le resulta conveniente. No tendría entonces que financiarlas o apoyarlas de otro modo, sino dejar que cumplan, consciente o inconscientemente, su labor de socavamiento de la lucha antidictatorial. De hecho, puede ser más eficaz y barata una oportuna foto de algún vocero civil departiendo con el tirano como dosis de veneno dictatorial en el cuerpo democrático de la sociedad.
Tercero, cualquier intento de mediación política hoy no puede obviar el hecho histórico del triunfo de la oposición democrática el 28J y del desconocimiento de la soberanía popular por parte del régimen. Esto no es negociable, pues es hoy una de las razones esenciales de la lucha de los sectores opositores. No debería, pues, extrañar a estos voceros de organizaciones civiles recibir la amarga pero justificable crítica de tantos demócratas, especialmente de quienes sufren la muerte de familiares, persecución, cárcel o exilio.
7. En sus zapatos
He tratado de sistematizar las posiciones de algunos voceros empresariales y civiles, y he realizado varios cuestionamientos críticos. No creo, repito, que estos sean ignorados por ellos, por lo cual me parece forzoso ir un poco más allá en estas reflexiones. Imaginaré dos casos hipotéticos, basándome en los objetivos que unos y otros perseguirían y las circunstancias que enfrentarían.
En el primer caso, un empresario que ejerce funciones de liderazgo en su sector desea preservar su actividad económica y, por tanto, quiere evitar el riesgo de ser castigado por un régimen que no respeta el Estado de derecho y que lo puede llevar directamente a la quiebra o confiscarle su propiedad. ¿Qué posición pública debería adoptar en estas circunstancias?
En el segundo caso, un conocido miembro de la sociedad civil desea ser protagonista en el debate público, pero no quiere correr el riesgo de ser sujeto de persecución política y se entera del interés de una organización internacional en financiar un proyecto de construcción de paz. De nuevo, ¿qué posición pública le convendría adoptar?
En los dos casos hipotético que he presentado, las respuestas de las personas con respecto a su comportamiento en la esfera pública pareciesen ser la misma: no calificar al régimen como dictadura y promover el entendimiento entre las supuestas partes en conflicto.
7. En sus zapatos
Lo grave de todo lo anterior, reitero, es que, al no llamar las cosas por su nombre en el debate público, estos voceros debilitan la causa de nuestra liberación y acaban favoreciendo al régimen, aunque eso no esté en sus planes. Quizás sería prudente que estos voceros siguieran el consejo del monje Shaolin y optaran por un discreto silencio…