Sergio Monsalve: ¿Renace la comedia romántica?

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“Está bien no estar ok” es una de las frases sencillas con las que We live in time va construyendo su empática reivindicación del género de la dramedia, entre el pasado, el presente y el futuro de la tendencia.

El filme se hace desde una plena autoconsciencia de los límites del formato, buscando ampliarlos para superar su sentencia de muerte.

No en balde, críticos y fanáticos llevan tiempo declarando el fallecimiento del cine, donde reímos y lloramos gracias a los desencuentros melancólicos de parejas como Harry y Sally, de obras maestras de la talla de Jerry Maguire y Mejor imposible.

La “romcom” tuvo un último momento de gloria, aseguran los expertos, cuando el vacío de la caída de las torres gemelas se pudo compensar con historias sobre el amor líquido de otrora, con el propósito de alegrarnos el día, a pesar de las malas noticias.

Fue así como el Oscar reconoció el impacto del fenómeno, en virtud de la trascendencia social de títulos como El lado bueno de las cosas500 días con Summer y Crazy, Stupid, Love.

Pero después de un instante de aparente resurrección, la comedia romántica naufragó, producto del ascenso de una cultura más cínica y de una generación poco interesada en dejarse llevar por un clásico storytelling, acerca de los problemas del corazón.

¿Culpa de las redes sociales?

La crisis puede que se haya venido solucionando, en razón de los éxitos de Crazy Richs AsiansPalm Springs y Anyone but You. Sin embargo, la sensación de funeral sigue estando allí.

Por eso, me encanta que We live in time toque el tema del lleno, a partir de su propio tráiler, según el cual Andrew Garfield conoce a Florence Pugh por accidente, viven el romance de sus vidas, hasta que la dura realidad llega en la forma de un diagnóstico de cáncer.

De cómo luchar contra la enfermedad, juntos y en familia, hemos padecido toneladas de cintas lacrimógenas y noveleras, que explotan la sensibilidad y el llanto fácil.

We live in time se abre un lugar destacado entre ellas, para sostener una experiencia muy digna de disfrutarse por el compromiso de los actores y la personalidad del director, el irlandés John Crowley, responsable de Brooklyn.

Por contar con el sello de A24, la película seduce y conmueve, de inmediato, a las audiencias sofisticadas que amaron Past lives.

Por algo tenemos un tiovivo que reluce con una fotografía embellecedora de revista fashion, pero que la verdad es solo un empaque que esconde el drama del guion. El cuidado en cada detalle de la puesta en escena, confiere el acabado de calidad que demanda el público del milenio.

El realizador adopta la estética artie o el look hipster de moda, para precisamente figurar un ambiente de fantasía, propio de una comedia romántica que sabe cortar la falsedad de los colores rosas y pasteles, con golpes secos de montaje que nos sacuden y nos despiertan de una fantasía edulcorada que antes se consumía con el compromiso esperanzador del happy ending.

De adelante para atrás, We live in time coincide con grandes piezas del año, como Anora y Challengers, que recuperan la memoria de las Pretty Woman de antes, con la toma de conciencia de hoy en día, para celebrar la existencia de una posible nueva comedia romántica, tan oscura, agridulce y crepuscular como merece nuestro tiempo algo incierto.

Me quedo con el mensaje de una de las películas del año, que afirma las voluntades humanas para ser resilientes y no claudicar en el primer intento.

Un cine que es de lucha por nuestros sentimientos, nuestros valores, nuestros deseos de superación, como especie. De ahí que comparta un olor a sepelio, pero también a resurrección, que anima a otra de las grandes del año, como La habitación de al lado.

Podemos salir fortalecidos al ayudarnos en el tránsito, de la vida a la muerte, y del luto al renacer del espíritu.

 

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