¿Cuántas historias podrían contarnos sesenta años de labor ininterrumpida? Si pudiéramos entrevistar al micrófono, seguramente nos diría que tener al notable Alfonso Saer como personaje estelar de sus andanzas es un hecho de significativa importancia. Estamos hablando de una verdadera leyenda de la descripción. Su enorme aporte lo hace una referencia obligada para todos aquellos que amamos al deporte.
En su casa libanesa de Barquisimeto no se respiraba béisbol. La actividad estaba vinculada al comercio de la ciudad. Seguramente desconocían que el zuliano Luis Aparicio hacía jugadas extraordinarias en el estadio Comiskey Parx de Chicago con un tal Nellie Fox. Una mixtura tan pimentosa como combinar trigo, perejil, hierbabuena, aceite de oliva y zumo de limón para elaborar un buen tabule. Tampoco que el narrador argentino Buck Canel casi convierte en interfecta a su voz- con coche fúnebre incluido- cuando Bill Mazeroski de los Piratas de Pittsburgh conectó cuadrangular para derrotar a los Yankees de Nueva York en el séptimo juego de la serie mundial de 1960. En uno de los episodios más recordados en la historia de esta disciplina.
Así qué la aproximación de Alfonso Saer con este pasatiempo llegó escuchando las transmisiones a través de la radio. Se deleitaba oyendo a los ases que con amenidad iban describiendo los pormenores de los encuentros. Cada uno le colocaba su propio sello para registrar un distintivo. El cubano Felo Ramírez proyectaba su voz con niveles estratosféricos al narrar su jonrón. Buck Canel tenía un estilo que atrapaba al oyente. El mexicano Eduardo ´´Lalo´´ Orvañanos gozaba de una tesitura melodiosa y cálida. Con una frase rimbombante: ´´la cuenta del diablo, la cuenta del ponche.´´ Marcos Antonio de Lacavalerie simbolizaba la jocosidad envuelta en una alegría que llegaba hasta el éxtasis. La cabalgata Deportiva Gillette era el boom en todo el Continente. Aquel joven barquisimetano comenzó a imaginarse que algún día seduciría- al igual que ellos- al micrófono. En esos tiempos comprendió que allí estaba su razón de ser.
Alfonso Saer.
Los juegos olímpicos en Japón marcaban la pauta deportiva del año 1964. Venezuela contaba con alguna expectativa. Cuatro años antes, en los juegos escenificados en Roma. Enrico Foncella Pelliccioni ganaba la medalla de bronce en tiro con rifle. Era lógico que los aficionados soñaban con seguir creciendo en los próximos juegos. Un bisoño, Alfonso Saer escribió un artículo para el diario El Impulso sobre el magno evento a realizarse en Tokio. Aquella nota significó el inicio de una fructífera carrera como destacadísimo comunicador social.
El 15 de octubre de 1965 Cardenales de Lara alzaba el vuelo en la Liga Central. En el viejo estadio Olímpico de Barquisimeto iniciaba su periplo histórico en el inventario del deporte. Las tribunas se llenaron temprano. Antonio Herrera Gutiérrez, vestido de blanco, gesticulaba mientras observaba a su equipo salir al campo. En el montículo un buldog quería maniatar a los aguerridos Leones del Caracas. Ken Sanders con rostro de pocos amigos fue coleccionando ceros. La faena fue acompañada por un frenesí vestido de cardenal. Los pájaros rojos ganaron cuatro por cero a los Leones del Caracas. Allí, en alguna improvisaba caseta de transmisión, Alfonso Saer, igualmente daba sus primeros pasos en la profesión.
Su carrera fue haciéndose meteórica en la región. En la radio fue logrando adeptos. En el medio impreso alcanzó ser reconocido por su talento. Cardenales de Lara no gozaba del mismo éxito. Siempre andaba entre los últimos lugares. En Barquisimeto se construye un nuevo estadio que sería un nido más espacioso y con mayores probabilidades de crecer. Alfonso Saer escribió una buena nota sobre la importancia de contar con un escenario deportivo de primer nivel, era una forma de alisarle las alas al pájaro en la búsqueda del ansiado título. Un buen día junto al manager Cubano Tony Pacheco se apareció en la casa de Alfonso Saer el reconocido hombre de beisbol Oscar ´´Negro´´ Prieto Ortiz para invitarlo a estar en el circuito de los Leones del Caracas acompañando a Delio Amado León como narrador en radio Rumbos de la Serie del Caribe en su segunda etapa. Una gran oportunidad se abría para este larense. La espectacularidad del escenario soñado para un provinciano, cita para lograr trascender del ámbito local. Era llegar a otro nivel de compromiso profesional.
El gran estadio universitario estaba allí coqueteando con las nubes bajo la atenta mirada de un cerro El Ávila Majestuoso. Regresaba la Serie del Caribe después de un cese de actividades por motivos extradeportivos. En la caseta del gigante Rumbos estaba aguardándolo una verdadera leyenda del deporte Delio Amado León, su enorme señorío estaba revestido de una calidad inigualable. Los aficionados lo seguían con gran devoción. Un maestro del relato deportivo simbolizaba la fábula de aquellos que lo colocaban en el universo. La oportunidad que recibía el barquisimetano era una gigantesca puerta que se abría. Nada más y nada menos que el número uno de Venezuela conjuntamente con la cadena radial de mayor penetración y prestigio nacional. Fue una experiencia extraordinaria que hizo que su nombre comenzara a cotizarse. Luego se consiguió con Carlos Tovar Bracho. Aquel fantástico narrador valenciano con un poder descriptivo que impresionaba. Su calidad para relatar con un lenguaje perfecto en el manejo del idioma. Un caballero de trato afable que jamás desentonaba. Conocer a los dos mejores hizo que Alfonso Saer descubriera que con esfuerzo y tenacidad estaría en el futuro en la misma órbita.
Alfonso Saer se convierte en la voz de Cardenales. Su calidad comienza a proyectarse con los años. Se convierte en una referencia obligada. Es un narrador con una gran voz y un estilo único que combina eficazmente las incidencias del juego con un buen manejo descriptivo hasta el punto de también hacer comentarios. Eso lo hace distinto a sus colegas.
El equipo no ganaba, terminaba ahogándose en la orilla. Grandes equipos galopaban la ronda regular hasta sucumbir en las instancias finales. Era como un complejo de inferioridad, quizás hasta un miedo a ganar. Otros hablaban de una maldición. Éramos la burla de otras oncenas. Todos los años era la misma dolorosa historia. Solo que el destino tenía marcado al martes 29 de enero de 1991 para romper el maleficio. El entonces estadio Barquisimeto estaba lleno hasta los tequeteques. Jamás el recinto deportivo había gozado de semejante adhesión. Todo estaba decorado de un rojo cardenal. Una alegría desbordante en un juego para el infarto. Cada pieza parecía encajar en el tablero del destino. Un equipo cansado de coleccionar derrotas frente al mayor ganador de nuestra pelota. Leones del Caracas exhibía el álbum de sus barajitas de héroes inmortalizados. El nuestro lleno de sinsabores. Sin embargo, la oportunidad de revertir por primera vez la estadística estaba en la esquiva posibilidad. Cada pelota llevaba la ilusión larense. Miles de corazones en cada lance hasta llevarnos al cenit de las emociones. Los nervios saltaban como buscando refugiarse en las dudas de siempre. Regresar al calvario de volver a cargar en los hombros un nuevo revés, significaba atravesar descalzo un campo de puntiagudas lanzas. Los inning fueron recorriendo un camino lento. Un sufrimiento mayúsculo para defender una ventaja tan exigua. Cuando Luis Sojo tomó la bola para retirar a Oscar Azocar en primera para terminar el juego. Lara se desbordó en una fiesta incomparable. Miles de personas derramaban lágrimas de felicidad contenidas en el límpido cielo de sus ojos. Los sueños atascados en el alma prevalecían en un instante en donde el mundo se detuvo en nuestra región. Caravanas improvisadas y gran jolgorio. Cuántos abrazos esa noche como para no despertar jamás. La voz del excelso narrador entre un mar de gente en oleaje arrollador. El vuelo del cardenal en la nocturnidad de poder observar el nido hirviendo en fiesta. Noche fastuosa para quedarse en ella eternamente. Habíamos logrado cumplir el sueño que siempre amanecía en pesadilla. El pájaro rojo sobre el cielo más hermoso del crespúsculo larense. ¡Ganamos…¡
Alfonso Saer es hoy un inmortal del béisbol. El reconocimiento en sus sesenta años de fructífera carrera es algo extraordinario, pero ya los larenses lo habíamos premiado desde hace décadas. Para nosotros es un motivo de gran orgullo. Un señor narrador nacido en esta tierra que hace malabares entre las resequedades y el verdor; horizonte mágico en donde la gente buena tiene su templo. Sesenta años en donde el micrófono supo de sus andanzas como un predestinado con una forma de describir el juego con visos de perennidad. Sin olvidarnos que también hizo historia en un deporte tan apasionante como el ciclismo. Es una temeridad obviar olímpicamente este hecho.
A la distancia aparecen los hombres´´ vociferaba Luis Alfonso Ramírez, mientras el gusano multicolor se desplazaba por carreteras en donde se confundían el esfuerzo de los atletas con un abrumadoramente paisaje maravilloso. Estamos en territorio andino le gustaba decir mientras nosotros lo escuchábamos en Duaca por la potente señal de Ecos del Torbes. Tiempos de un dominio abrumador de Colombia. Martín Emilio Cochise Rodríguez- posteriormente campeón mundial- ganando la primera vuelta al Táchira. Luego se intercalaría el dominio neogranadino con Álvaro Pachón. Hasta que en 1973 en una edición inolvidable Santos Bermúdez obtiene para Venezuela una corona muy recordada. En el eco móvil número dos andaba Alfonso Saer con valiosos comunicadores venezolanos entre los que estaban: Carlos Alviares Sarmiento, Luis Alfonso Ramírez y Guillermo ´´Guillo ´´ Villamizar. Sin olvidar a Nelsón Augusto Buitrago un poco después. Portentos tachirenses de amplio prestigio en su región. De Colombia venían figuras muy consagradas. La categoría de Alberto Piedrahíta Pacheco, llamado el padrino de la radiodifusión neogranadina. El amplio conocimiento del colombo- argentino Julio Arrastía Bricca, el célebre viejo macanudo, catalogado como la biblia del ciclismo. El memorioso Héctor Urrego un ex ciclista bogotano con una gran calidad. Rubén Dario Alcila, era la magia poética en cada descripción. Cualquier detalle observado lo utilizaba para inmortalizar el momento. La genialidad de Rubencho. Abriendo siempre la puerta de los sustos. Con ellos Alfonso Saer coleccionó vueltas en diversas partes del planeta.
Kilómetros infernales que pulverizan hombres. La sangre brota profusamente confundiéndose con el sufrimiento, los atletas caen como naipes en la mesa de una geografía inconmovible, es el riesgo que se corre cuando desafiamos al destino. Como una escabrosa estratagema del infierno, fallecen sus ilusiones ante la feroz acometida de las alturas. El sudor bebiendo en la fuente inagotable de las lesiones profundas. Copiosa lluvia que emerge entre quebradizas pendientes, que parecen gigantescas tenazas apretándolos a todos, los senderos se entrecruzan como una serpiente recostada en una planicie coronada por riscos vestidos de dolor. Los esforzados corredores entregan su último aliento, el aire escasea en pulmones que se aferran como clavos ardientes, la difícil topografía se abalanza con la furia de quien mantiene la supremacía de sus misterios. Son como hormigas caminando por el espinazo de un ambiente que guarda sus códigos, para presentárselos a los osados exponentes de la bicicleta. Hombres impulsados por corazones vehementes en la búsqueda de la gloria eterna, es precisamente esa motivación lo que los hace subir por aquellos territorios inhóspitos; tan punzantes como sus motivos para proseguir su lucha. Cada pedalazo es una renovada ilusión que consigue fuerzas en los deseos, detrás de cada incursión se escribe una historia particular que en algún momento soñó con esto, la bicicleta es su testamento escrito con la pluma de un sudor que sabe a compromiso. La montaña sigue allí con la sonrisa del imposible, los observa con sus ojos profundos de dificultad, sabe que llegar hasta sus predios hará que muchos sean reducidos al fracaso, son sus rígidas reglas, los principios de su naturaleza, los que ponen trabas a la intrepidez de aquellos hombres que renacen entre kilómetros destinados para las dudas, pero siempre existirán los desafiantes que jamás se rinden, esa raza inextinguible que persigue colocar su nombre en la cima de los héroes.
Cuántas historias contadas a través del micrófono y las teclas de donde emerge el genio de un predestinado. Sesenta años resaltados en letras doradas. Orgullo de nuestro estado Lara para exhibirlo en las vidrieras del deporte. Una leyenda que prosigue en la búsqueda de nuevos desafíos.
@alecambero