Mejor no afanarse con lo del 10 de enero próximo. Esos acontecimientos puntuales que parecen flotar en la imprecisión y el azar y hacen tanta bulla más vale dejar que hagan de las suyas. Solo los procesos con densidad racional pueden ser pensados. La historia es una mezcla de ambos reinos, del azar y la necesidad. Y lo que hay de racionalidad en este caso ya lo hemos vivido, un pueblo obstinado de una manada de déspotas que gritó con todas sus fuerzas que se fueran al infierno, el de Dante. Lo que debería ser suficiente para entenderse con la lógica que organiza los siclos humanos pero que no anula el azar, la facticidad, el día 11 de enero del 2025, un día como cualquier otro, seguro con un cielo muy azul como los de enero en estas latitudes.
Lo que sí debemos tener claro es que la moral, que nos habita, tiene una consistencia mucho mayor que cualquier golpe de dados de los acontecimientos. Ella rige nuestra conducta personal y también con el otro y con la polis. Se las ve de otra manera con el tiempo, más allá de las circunstancias. A lo mejor tan permanente y rígida como la pensaba Kant. Nos obliga a atender lo más permanente de nuestras conductas. Por tanto, los imperativos éticos y políticos deben entenderse con esa lógica mayor de la realidad a la que hemos aludido. Son los mandatos para nuestro futuro cualquiera que sea el acontecer y la temporalidad del destino. Por ejemplo, de política hablamos, es un valor permanente el respeto a la voluntad popular, la cara colectiva de la libertad. Ello nos marca un camino y un destino: en este caso la recuperación de la soberanía, la dignidad de los más. Más allá de toda circunstancia y temporalidad. Es el mandato mayor.
Si esto es así, sus normas no caducan. De paso, no olvidemos que somos seres destinados a la muerte. El más común de los lugares, pero corrosivo de todo poder, cuando éste supone que, basado en la violencia, puede vencer nuestra finita condición. Y habría que agregar que los valores tampoco son reflejo del instante. El día siguiente y todos los días siguientes, sea cual fuese ese connotado 11, así sea el más oscuro, seguirá imponiéndosenos la tarea de hacer renacer la libertad, de seguir luchando contra la tiranía.
La historia, es solo probable, nunca tendrá fin. Ni la moral que la acompaña. De manera que ese incesante recomenzar, hace el 11 de enero permanente. Hasta que un día amanezca 12 que será fiesta patria. A mi edad muy avanzada será muy probable que no asistiré al festín histórico. No importa, la finitud es nuestra tragedia y a lo mejor nuestra grandeza.