En Venezuela, cierta derecha extremista acostumbra depositar en otros sus aspiraciones, para nunca asumir sus responsabilidades. Así ha sido, y parece que así seguirá siendo. La derecha a la que me refiero es la que se aferra al macartismo internacional, cualquiera sea su vertiente, patológicamente; también, a los peores exponentes de las oligarquías latinoamericanas y de las tendencias imperialistas, neoliberales, explotadoras y racistas, hasta las que se identifican con el sionismo genocida de Israel que ha destruido Gaza y asesinado a más de 44.000 seres humanos, en su mayoría niñas, niños, mujeres y ancianos. Esa es la derecha venezolana dependiente que ha sabido capitalizar el descontento nacional frente al fracasado, corrupto, represivo y fraudulento gobierno de Nicolás Maduro y Cilia Flores, el PSUV, sus satélites y testaferros.
Así, esta derecha criolla, ilustrada por CEDICE y el IESA durante décadas, viene de glorificar al sanguinario Pinochet, admirar a Uribe y su criminal parapolítica, aplaudir al loco anarcocapitalista Milei y, por supuesto, exaltar a todos los exponentes de la derecha y la ultraderecha europeas. Se sienten parte de la «anglosfera» y siguen las pautas del poder profundo estadounidense, atado a la OTAN y a todas sus tropelías en Europa, África y Medio Oriente.
Le toca el turno a Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos de América (EEUU). El gozo de nuestra derecha extremista se muestra infinito, con la mira puesta en el próximo 20 de enero de 2025, día de la toma de posesión presidencial en Washington. Marco Rubio, secretario de Estado designado; y Elon Musk, secretario para la eficiencia administrativa del Gobierno de Trump, son considerados ‘héroes’ de la nueva política estadounidense hacia Venezuela, para “derrocar” a Maduro. Este renovado «tropismo» venezolano tiene sus esperanzas depositadas en Erick Prince -el mayor contratista de mercenarios del mundo- e Iván Simonovis, el experimentado policía venezolano que le hace de exégeta, desde La Florida.
Trump, con otro equipo tan brutal e imperialista como el anunciado por él para su nuevo gobierno, ya había demostrado sus dotes a nivel mundial y específicamente hacia Venezuela: siguiendo la pauta dejada por Barack Obama -quien declaró «amenaza inusual y extraordinaria» al Gobierno de Maduro, en marzo de 2015-, el entonces presidente de EEUU (2017/2021) desató un agresivo cerco político, económico y comercial contra el gobierno y la economía venezolana, que luego reforzó a partir del 23 de enero de 2019, cuando se produjo aquí, la auto juramentación de Juan Guaidó como “presidente interino”, sin soporte constitucional ni apoyo efectivo de la Asamblea Nacional (2016/2021). Terminó el primer gobierno de Trump y Guaidó fue defenestrado por quienes lo habían acompañado y sacado ventajas de aquel penoso dizque «gobierno interino».
El gobierno de Maduro, Flores, el PSUV, sus satélites y testaferros ha sido tan incompetente, ladrón y traidor a los trabajadores y al pueblo empobrecidos, que sobre las cenizas de Guaidó & Co., sus expolios y políticas represivas y antipopulares generaron un rechazo gigantesco en la sociedad venezolana, que no pudo revertir. En medio del insoportable apartheid político-electoral fraguado por Maduro, Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez con la abyecta complicidad de los Poderes Públicos Nacionales, la mayoría de venezolanas y venezolanos les dió una histórica paliza electoral, el 28 de julio de 2024.
El candidato triunfador, Edmundo González Urrutia, no supo “cobrar”, se escondió en una embajada y se asiló en otra, para después negociar su exilio en España, mientras María Corina Machado, la líder descollante de ese esfuerzo político-electoral, se mantuvo firme y comenzó a remendar el capote.
La represión gubernamental ha sido brutal y sin precedentes, ni en los tiempos de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Así, Maduro & Co. pretende perpetuarse en el poder sin legitimidad democrática, hundido en la vertiente dictatorial, algo inaceptable por violatorio de la Constitución, nuestro marco político por excelencia.
Parte de quienes lograron capitalizar el descontento nacional hacia el pasado 28 de julio, parecen abrigar expectativas falsas en las tropelías que pudiera lanzar hacia Venezuela la próxima gestión Trump con Marco Rubio, Erick Prince y Elon Musk. Permítanme contrariarlos, para evitar nuevas y tal vez irreversibles frustraciones: Trump, con sus ya cotidianas amenazas a diestra y siniestra, se ha tornado en una especie de ‘carrito chocón’, anclado en lo que fue su primer gobierno. Desconoce el mundo multipolar que emerge, y tendrá que enfrentar los crecientes conflictos bélicos en Ucrania y Medio Oriente, cuyos descarrilamientos son tan posibles como terribles para la humanidad. También lo acosan los ingentes problemas internos de EEUU, desde la gigantesca deuda pública de 35 billones de dólares y la ralentización económica, hasta el desempleo, la violenta delincuencia y la masiva drogadicción que ya muestra tétricas «zonas zombies» en ciudades principales como Washington, Nueva York y San Francisco.
Si, como es previsible, Europa y Medio Oriente sufren una escalada bélica de importancia en las próximas semanas, la atención principal de Washington se posará sobre esos conflictivos escenarios, Joe Biden saliendo y Donald Trump entrando. Latinoamérica y el Caribe sera subalternizada nuevamente, y el caso Venezuela tendrá solo importancia petrolera: Maduro y Trump, igual de inescrupulosos y pragmáticos, se podrían entender a las mil maravillas, y quienes sigan colgados de sus afectos «trumpistas» volverán a caer de bruces.
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