Que usted será lo que sea -escoria de los mortales- un perfecto desalmado pero con buenos modales (J.M. Serrat).
La estabilidad democrática y la prosperidad de Europa occidental siempre se han considerado de interés vital para Estados Unidos. En ese sentido, la política estadounidense respecto a Ucrania debe evaluar cuidadosamente cómo preservar los logros del orden de paz instaurado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La supervivencia de ese orden resulta esencial para garantizar la seguridad regional una vez finalizada la guerra ucraniana.
Sin embargo, en 2024 el panorama global sigue marcado por la violencia, con más de 56 conflictos armados, entre los que destacan el israelí-palestino, la guerra ruso-ucraniana, así como enfrentamientos en países como Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria, Siria y el Congo, entre otros y contando. La falta de visibilidad mediática de estas guerras afecta su desarrollo, disminuye la presión internacional – inexistente – y ralentiza cualquier iniciativa para lograr alto al fuego efectivos. Esto contrasta con la narrativa predominante de protección de la paz mundial.
En el ámbito económico, la situación no es más alentadora. Aunque compartimos un mismo planeta, las realidades económicas son drásticamente distintas. Por ejemplo, desde los años sesenta, la tasa promedio de crecimiento de la economía global ha disminuido de forma constante. En el gráfico se muestra la esperanza de un modelo económico «cincuenta y cincuenta» en la década de los setenta; sin embargo, a partir de entonces, la tasa de crecimiento se redujo a menos del 50%.
La Unión Europea (UE), en particular, enfrenta graves desafíos económicos. Desde 2008 hasta 2023, su tasa promedio de crecimiento ha sido de apenas 0,9%, lo que evidencia una economía estancada. Las proyecciones para 2024 son igualmente preocupantes: se espera que el crecimiento global alcance 2,5%, pero en la UE sólo será del 1,1%, comparado con 5,0% en China y el 6,0% en India. Esto refleja un claro cambio del poder económico de Occidente hacia Oriente.
En un contexto de creciente incertidumbre geopolítica, situación que no se ha aliviado, la evolución futura de los precios de la energía sigue siendo motivo de preocupación para la mayoría de las economías de la UE, en particular Alemania. Su PIB va camino de caer por segundo año consecutivo. Las industrias con un uso intensivo de energía, como la química y la metalúrgica, están en crisis. Campeones nacionales como Volkswagen y ThyssenKrupp han anunciado recortes de empleo y cierres de fábricas sin precedentes.
Las consecuencias de la guerra en Ucrania han contribuido a desestabilizar la política europea y han profundizado las crisis del neoliberalismo progresista. Aunque la intención inicial era frenar el avance de las autocracias globales, nacionalistas y de derecha en Europa. La polarización política ha dado lugar a coaliciones de gobierno frágiles y conflictivas, como se observa en países como Alemania y Francia, donde las soluciones moderadas parecen agotarse, dejando espacio solo para alternativas extremas.
La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y su enfoque, complicará el rediseño militar europeo, las limitaciones fiscales y el débil crecimiento económico impiden cumplir con los compromisos en materia de defensa. Los países europeos enfrentan ahora una difícil disyuntiva: mantener el envío de armas y equipos a Ucrania o priorizar el rearme interno para garantizar su defensa territorial.
La zona euro enfrenta además problemas estructurales: falta de capacidad industrial, energética y de competitividad en comparación con otras economías globales. Europa, que alguna vez fue un pilar de la estabilidad económica, ahora parece un bosque lleno de hojas secas, donde un simple descuido podría desatar un incendio devastador.
Un caso crítico es el eje franco alemán, que atraviesa un período de inestabilidad política y fiscal sin precedentes. El creciente gasto en Ucrania y las políticas de endeudamiento podrían provocar un aumento peligroso de los rendimientos de los bonos del gobierno francés, lo que afectaría a otros países de la zona euro, como Italia, altamente endeudados. A diferencia de la crisis griega de hace una década, una crisis en economías tan grandes como Francia o Italia podría poner a la moneda única europea contra las cuerdas.
Aunque el Banco Central Europeo (BCE) ha creado herramientas como el Instrumento de Protección de la Transmisión (TPI) la matemática de la deuda sigue siendo implacable. Según el Fondo Monetario Internacional, la deuda italiana representó 137% del PIB en 2023, mientras que la deuda francesa alcanzó el 111%. Ambas tienen un déficit del 7,2%y 5,5% del PIB, respectivamente, y reflejan un panorama preocupante.
En el futuro inmediato, los gobiernos europeos deberán destinar más recursos a defensa, cambio climático y en envejecimiento de la población, lo que limitará aún más su margen fiscal. Si Rusia derrota a Ucrania, el pánico podría impulsar un gasto militar desmedido, con recortes severos en políticas de bienestar social.
Europa no podrá salir fácilmente de su deuda. El FMI proyecta que la economía francesa crecerá apenas 1,3% en los próximos seis años, mientras que Italia alcanzará un escaso 0,6%. La situación podría deteriorarse aún más si la guerra comercial entre Estados Unidos y Chinase intensifica, a lo que se suma el regreso de Donald Trump a la presidencia.
Seguir ciegamente la estrategia de Estados Unidos en Ucrania ha sido un grave error para Europa. Este conflicto no solo ha costado estabilidad política y económica, sino que también pone en peligro el futuro mismo de la región.