Desde finales del siglo XX y ahora en el siglo XXI, Venezuela le da la espalda al sufrido pueblo de Haití. Pero no es solo el gobierno de la nación venezolana sino los latinoamericanos en general y, mucho más grave: ¡el mundo!
De ahí que la suerte del pequeño pero significativo país caribeño está prácticamente en manos celestiales y no terrenales, diría que en manos de Dios a quien habría que pedirle con fuerza y mucha fe para que lo salve de la desgracia que viene padeciendo.
El sufrimiento resalta cuando se observan los últimos acontecimientos: un terremoto devastador de enero de 2010 que desoló un tercio de su población, huracanes, sangrientos regímenes dictatoriales de la familia Duvalier y, sobre todo, la actual violencia de las pandillas que controlan el 80 por ciento del país.
El valiente espíritu de los haitianos lucha por sobrevivir mientras el mundo y, en especial Venezuela, desvían las miradas hacia el otro lado.
Antes del chavismo, es oportuno recordar cuando el 30 de septiembre de 1991 a escasos ocho meses de llegar a la presidencia, Jean- Bertrand Arístide fue derrocado en un sangriento golpe de Estado dirigido por el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Raúl Cédras. Capturado en el Palacio de Gobierno, Arístide recobró la libertad a las pocas horas y le fue permitido subirse a un avión enviado por el gobierno de Venezuela y emprender el camino del exilio con una primera parada en Caracas donde el presidente Carlos Andrés Pérez lo acogió con los brazos abiertos. Entonces, muy bien por Venezuela.
Venezuela y sus gobiernos democráticos ayudaron a Haití y estuvieron atentos a los acontecimientos que a diario ocurrían en ese país del caribe. Con una política exterior basada en la solidaridad internacional y el pluralismo democrático se le daba un apoyo a las democracias nacientes en el caribe y Centroamérica, incluido Haití.
Y no podemos olvidar que Venezuela fue un destino para los perseguidos políticos que luchaban por la democracia y la libertad en toda América Latina y el caribe.
Hasta la llegada de Hugo Chávez cuando las relaciones con ese país se convirtieron en solo un instrumento político de propaganda internacional de la llamada “revolución bolivariana“.
Desde 2008 hasta 2016 Haití recibió 2 mil millones de dólares de parte de Venezuela y su revolución a través de Petrocaribe “destinados a sacar a los haitianos de la pobreza”. Nada de eso ocurrió. Todo fue una orgía de corrupción y esa “ayuda” desapareció por arte de magia. Faltó vigilancia de los fondos por parte del entonces gobierno nacional.
Poca suerte han tenido los haitianos con su dirigencia política profundamente corrupta que poco o nada han aportado para el crecimiento y la prosperidad del país.
En la célebre dictadura de Francois Duvalier, conocido como Papa Doc déspota represor y sangriento creador de las milicias paramilitares y de civiles armados, especie de “colectivos”, los llamados Tontos Macoutes, que sembraron el terror por todo el país. Duvalier fomentó la pobreza y instauró el nepotismo y así su hijo Jean-Claude “Baby Doc” heredó el poder y fue finalmente derrocado en 1986.
En la actualidad, Haití está convertido en un Estado fallido donde el gobierno ha perdido el control del país y las pandillas siembran el terror.
Un informe del Fondo de las Naciones Unidas revela el incremento del 70 por ciento en el número de niños reclutados por grupos armados de Haití en los últimos años.
“Los niños en Haití están atrapados en un círculo de violencia, son reclutados por los grupos armados que ayudan a su desesperación, y su número va en aumento” dijo Catherine Russell directora ejecutiva de UNICEF, quien agregó que el caos y el horror se ha normalizado en la vida cotidiana de miles de niños en haitianos.
Naciones Unidas han intentado, de una u otra forma, detener esta vorágine de violencia y envió una fuerza multinacional de soldados de Kenia y se creó un Consejo de Transición que no han podido detener la brutalidad y el salvajismo de las bandas que no dan tregua.
La Conferencia Episcopal Haitiana dando siempre testimonio de solidaridad con la misión de asistencia a los más pobres con Caritas internacional, hizo un dramático llamado con motivo a la navidad y solicitó a la comunidad internacional recordar sus promesas de ayuda a Haití “para salir de la violencia y el aislamiento en que se encuentra”.
Pero nada detiene la crueldad, en un trágico suceso ocurrido el 9 de diciembre de este año una banda armada de pandilleros asesinó al menos 184 personas incluidos 127 hombres y mujeres ancianas en uno de los episodios más sangrientos de los últimos meses poniendo de manifiesto la incapacidad del gobierno y de la comunidad internacional para detener la brutalidad de las pandillas.
El nivel de agresividad es tal que la prensa internacional se encuentra bloqueada, incapaz de ingresar al país y ofrecer un panorama de la crisis humanitaria que afecta a más de 4,5 millones de haitianos.
Los periodistas han sido víctimas de ataques, secuestros y asesinatos con total impunidad.
Los pocos medios de comunicación locales que aún siguen operando se enfrentan a la autocensura de las bandas armadas.
Haití se ha convertido en el país más peligroso para ejercer el periodismo.
Desde el asesinato del presidente Jovenel Moise en 2021 solo el caos, la inseguridad y la pobreza extrema dominan el escenario.
La comunidad internacional solo ha expresado su indignación mientras la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad de Haití ha sido un fracaso y muy poco a servido para detener la espiral de violencia.
El drama que se vive en Haití clama ante los ojos de Dios y del mundo por el número inmenso de niños que están siendo martirizados, de los ancianos que se les hace difícil vivir y son después asesinados víctimas de la violencia, hombres y mujeres que buscan salvar sus vidas mientras una “humanidad” mira con indiferencia o de una falsa piedad.
Solo toca suplicar ¡Dios salve a Haití!
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