Luis Esteban G. Manrique: Diáspora China, potencia global

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Los astutos responden a las circunstancias, pero solo los sabios saben adaptarse a los tiempos. Proverbio que suele citar el presidente chino, Xi Jinping.

En un extenso artículo que publicó en el diario oficial El Peruano con motivo de su asistencia al foro de la APEC en Lima –donde inauguró el megapuerto de Chancay, construido por la naviera china Cosco con una inversión de 3.500 millones de dólares–, Xi Jinping trazó un paralelismo muy detallado entre las civilizaciones china y la surgida en el antiguo Perú.

La Gran Muralla y el Qhápac Ñam, el sistema de calzadas que unía el Tahuantinsuyo, fueron creadas por descendientes de los mismos ancestros asiáticos, lo que hace que chinos y peruanos sientan una profunda afinidad mutua que explica, señala, la fluida integración de los inmigrantes chinos en el país andino desde que en 1855 llegaron los primeros, la mayoría cantoneses.

“Aquí a los restaurantes chinos se les llama chifas” (comer en mandarín), recordó. Lima y San Francisco tienen los más antiguos chinatowns de la costa del Pacífico, construidos por los culíes que tendieron las primeras vías férreas de California y entre Lima y La Oroya, a 3.745 metros sobre el nivel del mar, en 1869.

Debido a que casi todos eran hombres jóvenes, terminaron uniéndose a peruanas. Sus descendientes, los tusán crearon la famosa fusión culinaria que describió Xi, que en la cumbre eclipsó a Joe Biden, el cual llegó con dos Boeings y una escolta de 600 marines y dos helicópteros Black Hawk.

El código secreto civilizatorio

Para confirmar lo que llamó el “código secreto civilizatorio” que une al Perú y China citó al amauta [sabio en quechua] José Carlos Mariátegui, que en sus célebres Siete ensayos (1928) escribió que “espiritual y étnicamente” el país andino estaba más cerca de Asia que de Europa.

En esos mismos días, CGTN, la televisión pública china, emitió un documental –De la Gran Muralla a Macchu Picchu– que recordaba que un dicho mandarín equipara ir al Perú, en las antípodas de China, con “recorrer el mundo”. En otro pasaje, se muestra una exhibición en el museo de Jinsha (Sichuán) de piezas del antiguo reino Shu, que floreció hace 3.000 años, al lado de otras de los reinos Chimú, Chavín, Sipán y Mochica de la misma época en la costa peruana en la que las iconografía de ceramios y máscaras metálicas es extrañamente similar.

Un seguidor del amauta, Abimael Guzmán, líder de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso que provocó una guerra que se cobró 70.000 vidas entre 1980 y 1995, creía también en ese viejo parentesco civilizatorio y feudal, que creyó confirmar cuando en 1965 y 1967 viajó a la China de Mao en plena revolución cultural, cuando Radio Pekín tenía transmisiones en quechua y aymara. Según escribe Julia Lovell en Maoism (2019), Guzmán fue uno de los pocos miles de activistas políticos latinoamericanos que recibieron entrenamiento militar en China.

De Shanghái a Chancay

A Xi se le vio sonriente y exultante en Lima y Río de Janeiro durante la cumbre del G20, en su sexta visita a la región desde 2013. No era para menos. Chancay, que se escribe con los sinogramas de dinero y victoria, es una pieza clave de la Franja y la Ruta (BRI), el macroproyecto de infraestructuras que Pekín lanzó en 2013 y que desde entonces ha construido carreteras desde Costa Rica a Jamaica y hasta un cable interoceánico de fibra óptica entre China y Chile.

En tiempos virreinales, la plata peruana salía del Callao hacia Acapulco, Manila y Shanghái, que la dinastía Qing (1644-1912) convirtió en la puerta oceánica de China. Hasta bien entrado el siglo XIX, la moneda más atesorada en Asia fueron los reales de a ocho, el llamado spanish dollar, la primera divisa de uso global.

En el siglo XXI, Chancay, con una bahía de 17,8 metros de profundidad, parece destinado a ser el epicentro del comercio exterior entre el Pacífico asiático y suramericano por su capacidad para acoger buques de gran tonelaje. Hasta ahora, buques más pequeños debían descargar en Manzanillo (México) o Long Beach (California). La apuesta china en Chancay es, como todas, a largo plazo.

En 2000, el mercado chino representaba menos del 2% de las exportaciones latinoamericanas. En la década siguiente, el comercio bilateral creció a una tasa media anual del 31% hasta alcanzar en 2023 los 480.000 millones de dólares, con Brasil, Chile y Perú como sus principales socios.

El gobierno de Lima, por prudencia geopolítica, sin embargo, no aceptó incorporar al puerto de Chancay como un eslabón de la BRI. En el China Index del taiwanés Doublethink Lab, que analiza datos de 82 países para medir la influencia de la República Popular, el país ocupa el quinto lugar, al lado de Suráfrica.

El cuerno de la abundancia

La integración en la cuenca del Pacífico ha sido muy provechosa para la economía peruana. Desde que en 1998 ingresó a la APEC –un foro de cooperación concebido en 1989 por Australia y Japón y que hoy tiene 21 miembros que suman el 60% del PIB mundial– su comercio exterior con sus socios ha aumentado a una media anual del 12%, de 7.500 a 78.000 millones de dólares (66% del total).

En Lima, el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, recordó que en 2024 se celebra el 125 aniversario de la inmigración japonesa al Perú, donde residen 200.000 de sus descendientes, la tercera comunidad nikkei del mundo, y que fue Alberto Fujimori (1990-2000) quien integró al Perú en la APEC.

Pero la ventaja china es abrumadora. Desde 2009 es su principal socio comercial. Entre 2010 y 2023 el país cuadruplicó sus exportaciones (60% cobre) al gigante asiático, hasta los 25.000 millones de dólares  (37,5%) con un superávit a su favor de 13.000 millones. China es el mayor inversor en minería, con 11.400 millones en el 20% de los proyectos peruanos, entre ellos la mina de Las Bambas de MMG, que produce 300.000 toneladas de cobre anuales.

En 2023, Three Gorges Corporation  y Southern Power Grid pagaron casi 6.000 millones de dólares por Luz del Sur y Enel, con lo que se hicieron con el monopolio de la electricidad de Lima y casi la mitad de los activos y de la distribución de energía eléctrica del país.

Dragones y vicuñas

Pero con niveles de desarrollo tan desiguales, la competencia china ha sido devastadora para el textil y el calzado peruanos, incapaces de competir con el dumping chino. El impacto socioambiental de sus operaciones extractivas en zonas de alta biodiversidad y territorios de comunidades nativas es considerable.

Según las asociaciones de pescadores artesanales, cientos de barcos con bandera china entran irregularmente en aguas del litoral peruano, donde depredan el calamar gigante y otras especies. El TLC con China (2009) no incluye, a diferencia del firmado con la UE, exigencias o estándares ambientales o laborales.

El último US-China Security and Economic Review del Congreso advirtió que el PCCh está empeñado en absorber la región en su ‘bloque sinocéntrico’. Según el Atlantic Council, si China invade Taiwán, su Armada cuenta con una red de 38 puertos gestionados o de propiedad de Cosco y otras navieras chinas que se extienden desde el Egeo al canal de Panamá y que podrían plantear serios problemas logísticos a la hora trasladar flotas o suministros al Indo-Pacífico.

Las redes del dragón

El frente diplomático no es menos importante. Según el Global Diplomacy Index del australiano Lowy Institute, la red diplomática china superó a la de EEUU en 2019. En 2023, tenía 274 delegaciones, entre embajadas y consulados, frente a las 271 de Washington, que solo lleva ventaja en Europa (78:73), América del Norte y Centroamérica (40:24). CGTN tiene el doble de corresponsalías que CNN.

Los overseas chinese, dispersos desde Tailandia a Canadá, son otra baza importante de las relaciones internacionales de Pekín. En las Américas, son la mayor minoría asiática. En Perú, sin contar a los tusán, entre ellos Erasmo Wong, dueño de una de las mayores fortunas del país, viven unos 60.000. En Brasil, donde su presencia se remonta al imperio portugués, que los llevaba desde Macao, son casi un cuarto de millón; en Canadá 600.000 y casi 1,6 millones en EEUU.

Los han

Según la leyenda, los han, la etnia mayoritaria china, son descendientes del Huangdi, el emperador amarillo que habría reinado hace unos 5.000 años. Sun Yat-sen, primer presidente de la República de China (1912-1949) solía hablar de la “sangre común” de los han. En 2014, el propio Xi dijo que pese al paso de las generaciones, los tusán nunca olvidaban qué sangre corría por sus venas.

De los 281 millones de emigrantes a escala global, la china es la tercera diáspora (10,5 millones, dos veces más que en 1990), después de India (18) y México (11,2). Si se añaden los tusán hasta la cuarta generación, es la mayor del mundo.

Hace medio siglo, Asia albergaba al 90% de los overseas chinese; hoy solo 70%. El 25% vive en las Américas y casi la mitad en países desarrollados del Norte Global. Unos 30 millones (60-70%) viven en países del Sureste asiático.

Según escribió Amy Chuan en World on fire (2003), en 2000, pese a ser solo el 2% en sus países adoptivos, los tusán controlaban el 60% del sector privado filipino: aerolíneas, banca, hoteles… En Indonesia, el 80% de las compañías cotizadas en bolsa; en Malasia, el 70% de la capitalización de la bolsa de Kuala Lumpur y en Tailandia todos menos tres de los grandes grupos económicos.

Según el Economist, el 75% de los 369.000 millones de dólares en activos de las mayores fortunas del Sureste asiático son propiedad de familias de origen chino, muy unidas por organizaciones comunitarias que funcionan como cámaras de comercio y entidades benéficas o crediticias, incluidas sus versiones criminales: las llamadas tríadas o gangster tongs.

Del tercer al primer mundo 

En ningún otro país la influencia de los overseas chinese es mayor que en Singapur, el único país del mundo, fuera de Taiwán, de mayoría étnica han (74%). En Downtown Core, la hoy ciudad-Estado alberga el mayor centro financiero del Sureste asiático. Tras su independencia de la federación malaya en 1965, durante 30 años gobernó con mano de hierro Lee Kuan Yew, descendiente de cantoneses y al que Deng Xiaoping –que visitó por primera vez la entonces colonia británica en 1920– consideraba uno de sus maestros.

En 1978, en su primera visita oficial a Singapur, Lee, que tituló su autobiografía From third world to first (2000) convenció a Deng de que si los cantoneses habían tenido tanto éxito en Singapur, a China le iría aún mejor si imitaba su apertura comercial y economía de mercado. Hoy el PIB per cápita de Singapur, que ha duplicado el tamaño de su economía cada 20 años, ronda los 85.000 dólares, pese a carecer de recursos naturales, fuera de su cosmopolita población y su estratégica posición en el estrecho de Malaca entre el Índico y el Pacífico, corazón marítimo del Sureste asiático.

En 2010, Lee y Xi descubrieron un busto de Deng en Singapur. Xi Zhongxun, padre del presidente chino, dirigió las reformas en Guangdong, la provincia vecina a Hong Kong y Macao y con mayor número de emigrantes, desde Saigón y Yakarta a La Habana y El Callao.

Las injerencias del dragón

El problema es que en los últimos años, Pekín ha cruzado varias líneas rojas en sus intentos de aumentar su influencia en Singapur, que desde 2020 ha aprobado varias leyes contra “injerencias extranjeras”. En 2023, las esgrimió por primera vez contra Philip Chan, un empresario inmobiliario singapurense nacido en Hong Kong, columnista del Lianhe Zaobao y miembro del comité político consultivo del PCCh en asuntos relacionados con la diáspora.

Durante una de sus visitas a Pekín, Chan dijo que los overseas chinese debían “contar bien” la historia de la República Popular, apelando a una solidaridad étnica que pone nerviosos a muchos. El éxito tiene un precio: la sinofobia. En el yakartazo, el golpe de 1965 que derrocó al régimen de Sukarno, las turbas arrasaron los chinatown de Sumatra, Java y Borneo. En Camboya en 1975, los pogromos antichinos de los jemeres rojos de Pol Pot en Phnom Penh se cobraron las vidas de unos 200.000 camboyanos de etnia han.

Vectores de influencia

En los sondeos de Latinobarómetro, solo el 35% tiene una buena opinión del sistema político de la República Popular o del PCCh, que tiene filiales en los órganos ejecutivos de Alibaba, MGG, Cosco, Huawei y otras corporaciones estatales y privadas chinas. Según el Economist, cada año el partido invierte entre 7.000 y 10.000 millones de dólares en propaganda política en el exterior, buena parte de ellas dirigida a los overseas chinese, objetivo habitual de sofisticadas campañas de persuasión y vigilancia para detectar a potenciales disidentes.

Según uno de sus lemas, el PCCh no tiene fronteras. Los embajadores chinos son miembros del partido. Desde 2020, el FBI ha acusado a 16 ciudadanos chinos residentes en EEUU de actividades intimidatorias contra inmigrantes de ese origen. En Canadá, EEUU y Australia, grupos chinos se han hecho con el control de los más importantes medios en mandarín.

El más importante en Canadá, donde el 4,3% de la población es china o tusán, es el Sing Tao Daily, hoy parte del imperio mediático Sing Tao. En The sentinel state (2024) Minxin Pei escribe que el PCCh controla hoy el mayor sistema de vigilancia pública de la historia. Según Freedom House, representantes de 36 países han participado en cursos de capacitación del gobierno chino sobre cómo controlar los medios y la información en internet.

 

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