Con Carry-On, Netflix ha despachado una de las sorpresas de la temporada de invierno, cuando la oferta suele saturarse de intensidad oscareña o de filmes almibarados.
La película Equipaje de mano se inscribe en la tendencia de aquellas películas de acción que transcurren en Navidad, como la pequeña obra maestra de Die Hard con Bruce Willis, salvando la patria ante la amenaza de un grupo de terroristas.
En el mismo sentido, Carry-On se centra en la historia de un simple empleado del sistema de transporte del aeropuerto de Los Ángeles, cuya vida cambiará al ser víctima de una conspiración, para diseminar gas nervioso en un vuelo comercial.
El largometraje ha sido elogiado por la crítica, debido a su efectividad narrativa y audiovisual, muy propia de la serie “B” que se inspira en los ejercicios de estilo del maestro del suspenso y de su discípulo, Brian De Palma.
El director español Jaume Collet Serra hace un trabajo potente e hiperkinético, detrás de las cámaras, recordando su serie de títulos al servicio de Liam Neeson, así como la angustia de sus cintas de terror que se desarrollan en contextos opresivos y cerrados (The Shallows y La Huérfana).
Pero definitivamente el show se lo roba el actor secundario de la función, Jason Bateman, quien interpreta a uno de los villanos más desalmados y políticamente incorrectos de 2024.
Él es la razón por la que el filme pasará a ser un hito de culto en los próximos años, al momento de hablar de películas navideñas bizarras y adultas.
Bateman rompe con el estereotipo que lo encasilló en la comedia americana, volviendo a un registro siniestro de una serie como Ozark.
Por tanto, nos anuncia que su carrera puede dar un giro interesante, que le permita incorporar personajes oscuros que son distintos a su imagen.
Por su lado, Taron Egerton logra inyectar de carisma y garra al protagonista, que deviene en el héroe accidental del guion, enfrentando a su némesis y a su contracara. Entre ellos se libra una batalla, un diálogo de lo más curioso y atractivo, que nos evoca la tensión que se establece en cintas de corte similar, como los clásicos trepidantes, Phone Both y Speed.
Por tanto, el bueno sufre una especie de posesión digital, por parte de un demiurgo que se le instala en su cabeza, dándole órdenes y operándolo como marioneta, en una sugerente metáfora de nuestra cautividad y secuestro, a manos de un control distópico.
Por ahí se cifra parte del contrabando que oculta el contenido de Carry-On, en su aparente carga de un entretenimiento de vacaciones, para ver durante un vuelo aburrido, un viaje demasiado largo.
El libreto profundiza en los conflictos de ambos, deteniéndose sobre todo en el complejo profesional que sufre el trabajador gris que no está conforme con su rutina.
Parece que el llamado a la aventura le permitirá redimirse ante los suyos y concentrar sus aspiraciones de ascenso.
Sin embargo, tendrá que sortear no pocos obstáculos y escollos en su camino hacia la independencia y la superación.
Por supuesto que los giros estarán a la orden del día, generando una sensación de redundancia y exageración, que pasa factura a partir del segundo acto, rozando el rizo de una fantasía desatada.
De cualquier modo, Carry-On nos expone un peligro real que anida en el inconsciente colectivo, que es el del miedo al contagio y a sufrir un envenenamiento masivo, producto de un complot bacteriológico, de origen ruso.
De seguro, un tropo que viene de la Guerra fría, que ha renacido por el nuevo choque de civilizaciones, entre Washington y Moscú.
De cómo se infiltra la amenaza extranjera, con colaboración interna, va el trasfondo de Equipaje de mano, la cual nos habla de la paranoia que se vive en los aeropuertos, desde el 11 de septiembre.
Al final, un recordatorio, un homenaje se rinde a los héroes anónimos que prestan servicio, mientras volamos.
Cuestión de empatizar con ellos y su duro trabajo.