El evangelio es de una dulzura y sencillez increíbles. Jesús nace entre nosotros para traernos la Buena Noticia de un Dios Padre-Madre que nos ama entrañablemente y quiere que vivamos como hermanos. Jesús, el poeta de la misericordia, la alegría de los pobres y necesitados, nos vino a traer la libertad, la esperanza, el amor. Ciertamente, entre tantas malas noticias que leemos o escuchamos todos los días, esta es una extraordinaria Buena Noticia, capaz de llenarnos de alegría y esperanza. Lo que pasa es que no terminamos de creerla. Hemos convertido la navidad en una rutina o añoranza de hallacas, aguinaldos, regalos, arbolitos, pesebres, pero muy pocos tienen el coraje para sumergirse en el insondable misterio de un Dios que se acerca a nosotros con su radical propuesta de cambio de corazón y de valores. Por ello, la mayoría en Navidad, pendienes de las compras y regalos, los posibles bonos, los estrenos, y la cena de Nochebuena, olvida lo más importante y la razón de la fiesta: al Niño que sigue naciendo entre nosotros y nos convoca en su silencio de niño desvalido a cambiar de vida y empezar a preocuparnos y ocuparnos por todos, en especial por los que sufren y están siendo golpeados por el hambre, la miseria, la soledad, o la desesperanza.
La navidad es una excelente oportunidad para convertirnos al Dios de Jesús, un Dios cercano y misericordioso, que está siempre con los que sufren las desgracias y no con los que las causan. Es un Dios amigo de las víctimas y no de los victimarios. Dios está en el dolor de los que pasarán la Nochebuena lejos de sus familias: en la tristeza de las madres a las que no les alcanza el dinero para comprar comida, juguetes y estrenos; en la soledad de esos niños porque sus padres se marcharon en busca de una mejor vida; está en el sufrimiento de los presos políticos y en el llano y gritos de los que no entienden cómo hemos llegado a esta situación de caos y penuria… Es urgente que nos libremos de la imagen de ese Dios insensible ante el sufrimiento de las víctimas y nos convirtamos al Dios sencillo y misericordioso de Jesús. Dios no causa las tragedias, sino que las sufre. Dios se esconde y se manifiesta en ese niño que no tiene dónde nacer, que tiembla de frío sobre las pajas de un pesebre, que enseguida tiene que emigrar y huir al destierro para salvar la vida pues los poderosos lo persiguen para matarlo y durante varios años vivirá como un indocumentado en un país extraño.
Celebrar la Navidad debe ser una excelente oportunidad para releer nuestras vidas a la luz de la humildad y ternura del pesebre y reflexionar con sinceridad si somos seguidores de ese Dios humilde, tierno y amoroso, o más bien seguimos a los prepotentes, egoístas y violentos. Para preguntarnos si somos sembradores de encuentro, paz y hermandad, o sembradores de división, violencia e intolerancia; para ver si trabajamos por una Venezuela donde todos los niños puedan nacer y vivir de un modo digno, o si sólo nos preocupamos por nosotros y los nuestros. Para aclararnos si nuestra conducta y vida celebran a Jesús, la ternura y el amor, es decir, la verdadera Navidad; o a Herodes, la violencia, la crueldad y la opresión, es decir, la antinavidad.
Navidad: tiempo para convertirnos al estilo de vida y los valores de Jesús. Para sembrar en nuestros corazones la solidaridad y el servicio. Para el mundo, lo importante es triunfar; para Jesús, lo importante es servir. Para el mundo es primero el que más tiene; para Jesús es primero el que más sirve con lo que tiene.
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