La vida humana, individual o social, es dilemática. Asumimos decisiones que marcan el sentido de nuestras vidas.
Cuando se refieren a una nación, reclaman una visión más vasta, más profunda, estratégica.
Actuar de manera pragmática, solo con propósitos electoralistas, partidistas, corresponde a una cultura política cuyo modo de pensar y actuar conduce a un distanciamiento, una separación de los intereses nacionales. La confusión de creer que el poder consiste en los cargos logrados por el partido, sin tomar en cuenta los intereses de los ciudadanos, donde reside la soberanía nacional.
Está por ocurrir con partidos, cuya cultura política se reduce al ejercicio electoralista de acumular pequeñas cuotas de gobernadores, diputados o concejales. Asegurar una ambigua capacidad de negociación, cuya realidad enmascara un desaseado intento de legitimar al poder autoritario y corrupto.
Esta cultura política carece de una visión estratégica. Trabaja contra la mayoría del país que apuesta por un destino democrático y libertario, fervorosamente asumido por la ciudadanía, el 28 de julio reciente.
De pancada en pancada estos deslegitimados partidos avanzan hacia su borroso y último horizonte. El país condenará su dolorosa y menguada realidad. Eso será pasar la página para los ciudadanos.