Esther Solano Gallego: Lula vuelve, pero a un Brasil distinto

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Dos millones de votos. En un país con más de 156 millones de electores llamados a las urnas, esta ha sido la pequeña diferencia que ha salvado a Brasil de ingresar en un nuevo periodo de oscuridad y autoritarismo. La pequeña diferencia que ha posibilitado que Luiz Inácio Lula da Silva haya sido elegido, de nuevo, presidente, el único brasileño del periodo democrático elegido para tres mandatos. Hoy, tal vez, el mayor líder de América Latina.

El mundo se pregunta ahora cómo gobernará Lula. Hay cuatro pistas importantes que permiten vislumbrar por donde podría ir la tercera presidencia del líder del Partido de los Trabajadores (PT). En primer lugar, en sus dos mandatos anteriores, Lula siempre ha utilizado las fórmulas de la conciliación, la moderación y el reformismo centrado. A lo largo de toda la campaña, ha repetido con insistencia en que la ecuación gubernamental continuará siendo la misma.

En segundo lugar, Lula llega a Brasilia, esta vez, con la mayor alianza política que Brasil haya visto nunca. Enemigos históricos del petismo se han unido con él contra Bolsonaro y por la democracia; empresarios que jamás lo habían votado hicieron público su apoyo ante el fracaso de la política económica de Paulo Guedes, el apagadísimo ministro de Economía de Jair Bolsonaro. El vicepresidente de Lula, el derechista Geraldo Alckmin, siempre ha defendido una agenda económica liberal. Simone Tebet, uno de sus mayores apoyos en esta recta final, es una representante histórica del latifundio. Para acomodar todos estos apoyos, el gobierno lulista necesitará de una arquitectura compleja escorada hacia el centro y sin posibilidad de virajes drásticos a una izquierda más radical.

Tercero, el partido de Bolsonaro, el Partido Liberal (PL), ganó la mayor base parlamentaria de todas, 99 diputados. El PT consiguió 79. De los 27 nuevos senadores, el PL consiguió ocho y el PT, cuatro. Brasil tendrá así un Congreso conservador. Además, el Centrão –un enorme grupo de partidos pragmáticos pero de tendencia conservadora, que se venden al mejor postor, entienden la política como forma de hacer negocios y en cuyas manos tienen la llave de la gobernabilidad del país– ha conseguido más de 200 diputados. Hay que gobernar con ellos, o no se gobierna.

El discurso de victoria de Lula fue muy evidente en este sentido. Un discurso de conciliación nacional, de reunificación, donde las agendas de la recuperación económica, la educación y la cultura y el medioambiente tuvieron prioridad. Lula dijo que quiere gobernar incluyendo a todos, recolocando a Brasil en el escenario mundial y retomando el ideal pacífico que el país siempre había ejemplificado. Esta es la cuarta pista.

¿Y Bolsonaro?

El mundo también se pregunta qué hará ahora Bolsonaro. Hasta el momento de escribir este artículo, Bolsonaro no se ha pronunciado. Silencio total de él y de toda su familia. Literalmente desaparecido en combate.

La realidad es que el bolsonarismo ha ocupado el lugar de una derecha tradicional, mucho más moderada y civilizada, que ha desaparecido, víctima, sobre todo, de sus propios errores, guerras internas y luchas de egos masculinos. Se confirma así algo que ya sabemos desde hace tiempo: sin una derecha moderada, competitiva y democrática, la ultraderecha campa a sus anchas. De los cuatro Estados más importantes de Brasil, São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais se quedan en manos de gobernadores bolsonaristas o próximos a bolsonaro. Solo el Estado de Bahía, el en noreste, quedará en manos petistas.

Hoy el bolsonarismo, social y políticamente, está muy fuerte, muy vivo y es muy representativo. Sin embargo, también es verdad que las instituciones brasileñas han cerrado filas a favor de Lula. Y desde luego, en política la gran verdad es que, sin poder, tus aliados tardan segundos en abandonarte. El mismo día de las elecciones, por la noche, el exmagistrado Sergio Moro, la gran figura del lavajatismo, reconoció la victoria de Lula; el próximo gobernador de São Paulo, el bolsonarista Tarcisio de Freitas, anunció que colaboraría con Lula durante su mandato, y hasta el obispo Silas Malafaia, el gran líder de la Iglesia Asamblea de Deus, la rama pentecostal más importante de Brasil y protagonista de una campaña enloquecida de pánico moral y satanización del PT, pidió bendiciones para Lula en el culto nocturno del domingo. Incluso los militares, muy beneficiados por el gobierno Bolsonaro, también han rechazado involucrarse en sus arrobos antidemocráticos. ¿Qué nos dice todo esto? Que puede haber episodios de violencia, sí, pero en el corto plazo y sin apoyo institucional. ¿Un Capitolio made in Brazil? Tal vez, pero creo que sin más repercusiones a largo plazo, porque Bolsonaro no está teniendo ningún tipo de abrigo para sus intentonas golpistas.

El gran desafío a largo plazo será restablecer la convivencia entre los 58 millones de personas que votaron a Bolsonaro y los 60 que votaron a Lula. No será fácil porque la fractura ha sido muy profunda. El racismo, la desigualdad, el machismo, el odio que Brasil tenía vivos, pero escondidos, han emergido de una forma atroz. ¿Qué hacer con ellos ahora?

 

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