Vivimos en una sociedad sometida a cambios bruscos. En la misma, cada persona adquiere sus propias experiencias y da valor a sus conocimientos, permitiendo con ello, el pensar y percibir de forma diferente el lugar o espacio en el que se desenvuelve. La comprensión del otro es posible con base al respeto y la tolerancia, para canalizar la sana convivencia social. Sin esa diferencia la vida sería monótona, aburrida y autómata. El crecimiento como persona estaría supeditado a cumplir con el mandado encomendado por el que cree es el genuino ser pensante.
Abrir la posibilidad de aceptar distintas perspectivas permite desarrollar una visión mucho más completa y amplia de la diversidad de temas que pueden ser interesantes para mejorar la vida en sociedad. Ello requiere de amplitud, para evitar la imposición de opiniones y acciones, sumando la descalificación de las posturas que no agradan al paladar de alguien en particular, generando confrontaciones que derivan en enemistades, marcadas por la inmadurez e imprudencia.
Cada ser humano tiene el derecho de expresar libremente sus ideas y opiniones, siempre que admita la existencia del otro, y le acredite los mismos derechos. Cuando se dialoga e intercambian opiniones se crea la base para el reconocimiento y el surgimiento de la equidad. Los amigos de alguien, los escoge ese alguien, nunca un ajeno. El que alguno de ellos elija un camino distinto, no tiene porque ser señalado con epítetos venidos de la incomprensión y la mezquindad. Eso, tal vez, permite entender que existe la diversidad, y que es propia del mundo en el que se vive.
Desconocer la inteligencia del ser humano, es apostar por la ignorancia, y cerrar el debate que conlleva la dinámica social. Es obstruir la puerta al cambio de paradigma. Es asumir la existencia de una sola verdad absoluta. Eso es pretender que todas las personas deben pensar y actuar igual. Es negarse a escuchar al otro para aprender, porque siente que ya lo sabe todo. Enriquecer la vida en comunidad requiere de desprendimiento, apartando la vanidad y egocentrismo que carcome lo bonito y noble de una persona.
Apostar por el respeto y la tolerancia de las opiniones ajenas, es estar dispuesto a aceptar sus propios errores, y sacudirse de encima los aduladores, para avanzar en el entendimiento y la comprensión que inspiran los seres humanos. Es atender y practicar la enmienda en el capítulo del compartir, la solidaridad e integración. Partir desde la base de la imposición, con la pretensión del beneplácito obligado, para aupar los caprichos del caudillo, es consumar la carrera en los brazos del reconcomio y el rechazo infinito. Eso es ahogar la esperanza renovadora de la sociedad, que busca nuevos rumbos para alcanzar el éxito. El cambio llega en manos de los que realmente están dispuestos a cambiar.
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