Gustavo Avendaño: Orígenes del MAS en su 53 aniversario

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Fundado el 19 de enero de 1971 como una escisión del Partido Comunista de Venezuela, el MAS elaboró una propuesta socialista autónoma, fuertemente crítica del marxismo-leninismo, que valoró a la democracia como componente sine qua non del cambio social, lo que significó un rápido alejamiento de su área de origen.

En cuanto a su estructura interna, el Movimiento al Socialismo se apartó radicalmente de los «modelos» prevalecientes, en general, en todos los partidos venezolanos, incluido Acción Democrática, donde el verticalismo, la acción de los «cogollos» y el control partidista de los movimientos sociales son la regla.

En lo interno, el MAS permitió el libre juego de corrientes y extendió a la base partidaria la decisión sobre candidaturas, origen de los debates y renovación de autoridades, con plazos precisos de extinción de los mandatos. En medio del aplastante bipartidismo venezolano, entre AD y Copei, el MAS es el único que logró una presencia significativa, subiendo su tradicional 6% al 10,3% en las elecciones generales de diciembre de 1988.

Para escribir sobre el MAS y las singularidades que acompañan su relativamente vida de cincuenta y tres años, es conveniente una cierta reflexión en torno a algunos aspectos de un debate que en Venezuela ha adquirido especial entidad en los últimos años. Es el atinente a un tópico tan seriamente problematizado como es el de los partidos políticos, tanto en lo que atañe a su «fisiología» interna como a su relación con el cuerpo social, la gente, ciudadanos.

Este debate ha venido adquiriendo creciente pertinencia, a medida que en el país ha ido ganando cuerpo una postura crítica respecto del rol de los partidos. Postura que no es aquella, por cierto, sin ningún peso específico, de origen ultraderechista y militarista, que niega de plano la vigencia de los partidos políticos, porque aboga (añorándolo nostálgicamente) por un régimen autoritario, en el cual la política deja de ser hecho de masas para reducirse a fenómeno de élites, confiscada por el autócrata y su camarilla, y en la cual hasta del partido dictatorial se puede prescindir.

No. Hoy estamos en presencia de actitudes críticas de clara filiación democrática, que partiendo del obvio reconocimiento de la existencia de partidos como expresión de la natural pluralidad del organismo social, plantean, sin embargo, una redefinición del papel del partido político en la sociedad y de sus relaciones con ésta, así como de su propio funcionamiento interno.

El MAS, dentro de la modestia de su magnitud cuantitativa, ha significado, a mi modo de ver, la primera y hasta ahora única tentativa de renovación partidista habida en el país. Por una parte, desde el punto de vista de las ideas, desde el ángulo teórico, el MAS constituye una ruptura radical con el marxismo-leninismo.

A partir de un PC clásico, quienes fundaron y militamos en el MAS hemos elaborado una proposición socialista, mas no marxista-leninista, es decir, no comunista. Lo cual en la práctica política ha significado una valorización de la democracia como componente sine qua non del cambio social, el cual sin aquella no pasaría de ser, tal como muestran diversas experiencias históricas, una nueva forma de autoritarismo político, cuando no de despotismo, dentro de la cual los eventuales logros de una mayor justicia social serían degradados, y hasta anulados, por la inexistencia de la estructura política democrática y por la asfixia de los derechos políticos y civiles de la población.

Para el MAS, el cambio real sólo puede ser producto de un proceso en el cual justicia y libertad se fecunden mutuamente, sin que ninguna de ellas pueda o deba ser sacrificada en el altar de la otra. El proyecto marxista-leninista, fundado en la idea de mayor justicia social, reduce ésta a una irrisión, al no comprender el vínculo esencial existente entre la igualdad de oportunidades que la justicia procura, y la libertad democrática para decidir las opciones, que la justicia debe crear. Si ésta no existe, la justicia tiene patas cortas, del mismo modo que si la justicia no existe, como es visible en sociedades como la nuestra, la libertad también posee patas cortas.

De allí que el proyecto que nos es propio asume, por supuesto, la idea de justicia social, lo cual implica una visión profundamente crítica de una sociedad como la que nos alberga, porque ella mantiene a millones de personas al margen del bienestar material y espiritual, pero la hace inseparable de la libertad, lo cual implica una visión también profundamente crítica de aquellos modelos sociales que la han sacrificado y cuya reproducción entre nosotros sería completamente indeseable.

Para el MAS, el cambio social fue concebido como un proceso de base democrática, nunca acabado, que se crea y recrea a sí mismo a partir de los datos que la propia realidad cambiante va proporcionando. Esto excluye, desde luego, toda idea de cambio social como producto de la acción de un grupo de iluminados que «saben» de lo que se trata y que desde las alturas de su sabiduría guiarían al pueblo hacia una meta cuyas características sólo ellos conocen. No hay, pues, modelo cerrado y prefijado, sino una realidad cambiante, a la cual la voluntad política procura orientar hacia niveles superiores de bienestar, justicia y libertad.

En definitiva, pues, el MAS viene a ser un partido socialista de carácter «laico», si se puede decir así, pues no posee ninguna definición doctrinaria. Sus afiliados sólo están comprometidos por el programa, pero no por la adscripción a una determinada corriente filosófico-política. En este sentido, no sólo no es marxista-leninista, la cual es una categoría puramente política, sino que ni siquiera es marxista en el sentido filosófico-religioso de la palabra.

En otro orden de ideas, más concreto, pero también atinente a sus definiciones de fondo, el MAS comporta igualmente una ruptura con la visión «vaticanista», clásica de la izquierda marxista-leninista. En otras palabras, el MAS no depende de ningún «Vaticano», ya esté éste ubicado en Moscú, en Pekín o en La Habana.

Fue el nuestro el primer y único caso, hasta ahora, de una escisión proveniente de un PC prosoviético que, una vez creada, no optó por ninguno de los polos alternos, sino que proclamó su raíz y su vocación nacional.

Ahora, retomemos el hilo de las consideraciones iniciales, porque en torno a ellas en el MAS también se han producido reflexiones que creemos importantes. La historia del MAS ha sido la de la búsqueda permanente, aunque a veces contradictoria, de un tipo de partido efectivamente democrático en su régimen interno. Esto, desde luego, supone la crítica del modelo leniniano de partido, lo cual en la práctica, viene a ser la crítica del modelo de partido venezolano.

En tal sentido, nuestra primera preocupación fue la de garantizar la protección de las posiciones minoritarias que resultaren de cualquier debate. Al principio esto no pasó de ser un buen deseo, escrito en los estatutos, pero sin instrumentación concreta. Sólo cuando comprendimos que una colectividad humana es plural en su pensamiento y que incluso aquellas que comparten un mismo credo político lo son y que, por tanto, ese pluralismo no puede ser ahogado mediante ficciones estatutarias o medidas disciplinarias, fue que llegamos a la decisión de legitimar la posibilidad de que existan tendencias o corrientes de opinión internas y de reconocer, en la integración de los organismos de dirección, la representación proporcional de cada corriente de acuerdo a su peso electoral interno.

Fuerza es decir que al principio legalizamos las fracciones internas más que tendencias, es decir, «partiditos» dentro del partido, porque esa fue la realidad que se había creado en el proceso de debates anteriores. Pero, poco a poco, las fracciones se fueron disolviendo y los nuevos debates ven la aparición de reacomodos internos a tenor de las ideas en discusión.

Después de la Convención de 1985, las antiguas fronteras internas casi se boraron y aparecieron nuevas correlaciones, dentro del criterio de lo que es una tendencia interna, la cual, por definición, no supone ni lealtades personales a tal o cual dirigente ni posturas apriorísticas y eternas. Que este mecanismo integra, en lugar de desintegrar, lo comprobó precisamente la Convención de 1985, celebrada en medio de un clima de relativa pugnacidad, pero siendo la primera que se realizaba dentro de régimen de tendencias, sus resultados, legitimados por el voto directo de la base, al dimensionar a cada corriente de las existentes entonces, produjeron un clima de estabilidad interna mucho mayor que en ninguna otra época.

Se supo cuánto pesaba cada corriente y tal como ocurre en un país democrático, en el cual las elecciones colocan a cada quien en su puesto, el reconocimiento de esos resultados por todos aseguran la estabilidad de la nueva situación creada a partir del hecho electoral.

Voz y voto de las bases

Ya anteriormente, en el MAS habíamos consagrado la circulación horizontal de ideas, debates y documentos, rompiendo con ello el verticalismo en que se sustenta el poder de las cúpulas. Esto significa que la dinámica de un debate interno no depende exclusivamente del vértice partidista, sino que sedes distintas a éste pueden suscitarlo. Esto, desde luego, comporta una considerable desconcentración del poder interno y un alto grado de descentralización de él.

Esto posee una interesante derivación en relación con la elaboración de las planchas o listas electorales, porque en el MAS es impensable hoy ese mecanismo que confina la elaboración de las planchas a los «cogollos» partidistas. La desconcentración y descentralización del poder interno, al significar transferencia de él a los organismos regionales y locales, colocan en éstos también el poder de decisión sobre las planchas regionales y municipales. En definitiva, el MAS ha roto esa compartimentación interna que, al sólo admitir vínculos verticales entre los organismos, deja a cada uno de los inferiores prácticamente indefensos frente al poder de las cúpulas. La horizontalización del poder es, pues, una condición de democracia interna.

Estas reformas dadas a lo interno, amén de aquellas que establecen la elección directa por la base de los delegados a la convención nacional y a cada una de las intermedias, así como la elección por la base del candidato presidencial del MAS, conformaron un conjunto dirigido a la renovación del concepto mismo de partido político.

En lo atinente a la relación del partido con la sociedad, se insistió en la necesidad de restituir a la sociedad civil su autonomía, pero se comprende que para un pequeño partido, dentro del sistema vigente en Venezuela, resultaría casi suicida tomar esa decisión unilateralmente. Ella tendría que ser producto de un consenso de todos y de un proceso cuyas características es difícil definir desde ahora.

Ahora bien, este proceso de reformas democráticas en el seno del MAS no ha sido fácil ni lineal. Al contrario, se ha producido dentro del contexto de ardorosos debates y en medio del fragor de la lucha política y electoral del país. Aquellas reformas han formado parte del progresivo asentamiento del MAS como fuerza política entretejida en la urdimbre de la política y la cultura nacionales y de su progresiva afirmación como fuerza componente del espectro de partidos democráticos del país.

Un perfil propio

La historia del MAS se puede dividir por lo menos en dos períodos. Uno que va desde su nacimiento, el 19 de enero de 1971, hasta diciembre de 1983, y otro después de esta fecha, 1998-2022.

El primero es el de la lenta y penosa afirmación de su identidad y de su perfil. Se trataba de hacer presente en el país una fuerza socialista, pero (es preciso subrayarlo, porque hasta entonces esa condición estuvo asociada a características completamente diferentes a las que los fundadores del MAS le dio), pero democrática e independiente de todo centro de poder mundial.

Ello implicaba un esfuerzo de desmarcaje respecto de la izquierda tradicional, indispensable para que el país pudiera percibir un planteamiento novedoso y no la mera presencia de un grupúsculo izquierdista más, otra isla de ese archipiélago lleno de divisiones y subdivisiones. De allí que el MAS definiera una postura frente a uno de los más perdurables mitos de la izquierda, el de la unidad, muy poco convencional.

El MAS nació rechazando ese concepto y afirmando la necesidad de marchar al margen de experiencias «unitarias», a las cuales no veía futuro y en cuyo seno, sin embargo, se habría diluido la fuerza que queríamos constituir.

Independientemente de que la conducta haya podido expresarse a veces en forma arrogante o posible de ser confundida con sectarismo, lo cierto es que la definición política de fondo, que es lo que cuenta, no envolvía ningún desprecio hacia nadie, sino la necesidad de hacer perceptible por el pueblo una organización de izquierda que no pudiera ser confundida con la comunista o marxista-leninista, chavista para que pudiera avanzar no como parte de un conjunto cuyo proyecto el país no acepta, sino como portaestandarte de un proyecto socialista y democrático que el país pueda hacer suyo.

Ahora bien, el proceso de afirmación y de creación de identidad se desenvolvió dentro de un marco histórico particularmente difícil, del cual, cuando se le examina en retrospectiva, sólo puede maravillar que el MAS no haya perecido dentro de él mismo. Porque, en efecto, el MAS es en cierta forma un milagro de la voluntad y de la tenacidad de sus hombres, mujeres y jóvenes.

Al MAS le tocó desarrollarse confrontado con tres obstáculos histórico-estructurales y uno coyuntural, cuya existencia obliga a repensar más objetivamente ese 6% que en tres ocasiones repitió en los procesos electorales.

Ciertamente, el MAS no avanzaba electoralmente, pero si ha decrecido y esto es una realidad al que no se debe negar, que es una aparente muestra de estancamiento, debe ser matizado en su consideración al registrar que su influencia política, aún no cristalizada electoralmente, cierto es, ha venido siendo, sin embargo, cada vez mayor, como lo testimonia el hecho de que en los períodos de campaña electoral los sondeos han venido mostrando una intención de voto por el MAS, no suficiente pero sigue captando votos, es decir, una influencia política, en cada campaña es más austera que en la anterior. Tan cierto es esto que en las elecciones de diciembre de 1988, el MAS alcanzó finalmente el 10,3% del total de votos, rompiendo el «techo» del 6%. Y con Chávez llego al 9% de los votos obtenidos.

En fin, pensando como pensamos, siempre en debate con nosotros mismos, todo lo que nos proponíamos era participar del esfuerzo colectivo que pueda dar a los venezolanos una mayor capacidad de vivir con dignidad y una mayor capacidad para realizar sus potencialidades. No queríamos otra cosa que formar parte del que esparábamos fuese un cada vez mayor universo impugnador de la actual sociedad capitalista venezolana.

Decir esto, sin embargo, no es suficiente hoy, porque mucha gente, cuando oye hablar de impugnación del capitalismo inmediatamente asocia esa noción con socialismo soviético, de allí que sea necesario esclarecer que nuestro propósito poseía una doble dimensión. Por una parte, transformar el capitalismo venezolano y, por la otra, hacerlo de modo que el socialismo no comportase la implantación de una sociedad burocratizada, no democrática, ultracentralizada, regimentada y en la cual el monopolio del poder político conduciera a la creación de nuevos privilegios sociales y nuevas desigualdades.

El desafío, pues, que se debía vencer, es aquel de cómo alcanzar justicia sin sacrificar la libertad y cómo mantener la libertad sin sacrificar la justicia. De lo que se haga en nombre de la aspiración socialista, en nombre de un ideal que impregna hasta el tuétano nuestros huesos, tenemos todo el derecho del mundo a exigir cuentas. Y si éstas no nos cuadran, tenemos no sólo el derecho, sino el deber, de mantener viva la noble idea que da sentido a nuestras vidas, luchando para que lo que deba ser cambiado lo sea en un sentido que no contradiga aquella idea. Esto es todo.

Como lo dijo nuestro dramaturgo Ignacio Cabruja, “el MAS de mis tormentos”.

X: @Gustavo01594595

 

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