Clodovaldo Hernández: ¿Qué ventajas ha perdido la derecha respecto a elecciones pasadas?

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Los escenarios políticos son extremadamente cambiantes. Esa es una verdad que muchos dirigentes y analistas pasan por alto, la mayor parte de las veces porque prefieren pensar lo contrario. Les resulta más cómodo creer que el marco en el que se produce la lucha por el poder es invariable y que solo cambian algunos aspectos coyunturales.

Ese enfoque conduce a errores gruesos de estrategia y de interpretación. Por eso es importante comparar a cada actor político respecto a sí mismo en tiempos precedentes. Este análisis es especialmente importante de cara a una gran encrucijada, como es el caso de un proceso electoral presidencial.

En las dos primeras entregas de esta serie revisaremos el caso de la oposición de derecha y ultraderecha. Luego estudiaremos, bajo esos mismos parámetros comparativos, al presidente Nicolás Maduro y el Partido Socialista Unido de Venezuela, así como al sector no polarizado.

Al dar esta mirada se puede anticipar la conclusión de que la oposición venezolana, a lo largo de los últimos 25 años, ha tenido importantes elementos a favor, pero hoy ha perdido varios de ellos, mientras otros se encuentran considerablemente debilitados.

La hegemonía mediática

Uno de estos elementos salta a la vista por su propia esencia: los medios de comunicación social. En los primeros trece años de la Revolución Bolivariana, la inmensa mayoría de periódicos, radioemisoras y televisoras del país fueron un factor fundamental de la oposición.

Los propietarios de la gran maquinaria mediática estaban alineados contra el gobierno, a tal punto de que el derrocamiento de abril de 2002 —efímero, pero derrocamiento al fin y al cabo— ha sido calificado como el primer golpe de Estado mediático de la historia.

[La hegemonía comunicacional del antichavismo favoreció el florecimiento de un liderazgo “mediodependiente”, desconectado del sentir popular y empeñado solamente en alcanzar la figuración mediática. Pero ese es otro tema].

Todo el período de gobierno del comandante Chávez fue de enfrentamiento abierto con esos medios. Su estrategia, luego del golpe de Estado y del paro-sabotaje petrolero y patronal, consistió en aumentar la presencia comunicacional del Estado para contrarrestar la aplastante mayoría del sector privado opositor. Logró en ello grandes avances a los que se sumó el deterioro de la credibilidad de los medios adversos, que cada vez tuvieron menos lectoría y audiencia debido a sus propios errores y acciones suicidas, como la participación en el paro-sabotaje de 2002-2003.

Los cambios en el modelo de negocios de la prensa y el surgimiento de los medios digitales y las redes sociales (un fenómeno global) le dieron el puntillazo a muchos periódicos, aunque para sus dueños siempre ha sido más cómodo decir que fueron cerrados por un régimen autoritario.

En la etapa del presidente Nicolás Maduro, la estrategia ha sido distinta. Varios medios rabiosamente opositores fueron vendidos por sus propietarios y los nuevos directivos asumieron líneas editoriales más equilibradas o claramente progubernamentales. Eso ha inclinado de manera notoria la balanza a favor del chavismo y ha dejado huérfana a una clase política que parasitaba en el anterior ecosistema mediático.

Hoy, de cara a las elecciones de 2024, es bastante menor el peso específico de los otrora poderosísimos medios de comunicación convencionales, al menos en su capacidad de influir en la intención de voto del grueso de la población. Los nuevos medios y las redes han ocupado parcialmente ese espacio, razón por la cual muchos políticos —de todos los bandos— parecen seguir creyendo que es allí donde se ganan o pierden las elecciones.

El empresariado

La hegemonía mediática de la contrarrevolución era, en buena medida, el reflejo de la postura política del sector privado en general. El rechazo o el miedo al socialismo hizo que prácticamente todo el espectro del empresariado se mantuviera en contra de los gobiernos de Chávez y Maduro.

Nuevamente, los sucesos de 2002 son una demostración clara de esto. No es casualidad que el gobernante de facto que se autojuramentó el 12 de abril fuese Pedro Carmona Estanga, presidente de Fedecámaras, la cúpula patronal.

Ese sector privado radicalizado políticamente estuvo siempre en contra de Chávez, aunque se apaciguó bastante en la medida en que lograron esquilmar los fondos públicos aprovechando mecanismos corruptos como Cadivi y otros similares. Tras el fallecimiento del líder, y con la renta pública en declive por el comportamiento del mercado petrolero, el empresariado protagonizó la guerra económica mediante la cual se intentó sacar del poder a Maduro entre 2013 y 2018. Desabastecimiento, especulación, incentivo al bachaqueo, despidos masivos, ataques a la moneda nacional fueron algunos aspectos de la panoplia de esa guerra, cuya víctima evidente fue el pueblo más pobre.

Los cambios sustanciales en la política económica, que comenzaron a aplicarse a finales de 2018, modificaron la correlación de fuerzas en el sector empresarial, que hoy luce mucho menos politizado y dispuesto a conciliar con las autoridades constitucionales. Los propietarios aliados del gobierno (lo que el ministro Wilmar Castro Soteldo llamó la “burguesía revolucionaria”) han ocupado espacios en el mundo empresarial, incluso entre su dirigencia. Es un bastión en el que la oposición política tuvo toda la fuerza y ha perdido buena parte de ella.

La clase media disociada

La hegemonía mediática y la unanimidad de la clase dominante tuvieron un efecto calculado desde el punto de vista social: las clases medias (reales y aspiracionales) y un segmento de la clase empobrecida se declararon también antichavistas, y lo hicieron de un modo que no pocas veces llegó a tener manifestaciones irracionales.

La oposición partidista y mediática durante las dos primeras décadas del siglo utilizó a la clase media disociada como ariete de sus más perversos planes insurreccionales, desde aquellas primeras manifestaciones de madres, padres y representantes contra la resolución 1011 del Ministerio de Educación (el célebre “Con mis hijos no te metas”), hasta alcanzar el paroxismo en las guarimbas de 2014 y 2017.

Pero esa militancia demencial de la clase media, esa disposición a hacer cualquier cosa que le pidieran sus líderes políticos y mediáticos, se ha ido agotando, en especial después de los traumas de 2017 y del corolario del nefasto gobierno interino, a partir de 2019. Hoy en día, aunque no se hayan pasado al lado del gobierno, muchos de esos desquiciados de otros tiempos ya no están en la onda de atender histéricos llamados a cerrar calles, quemar la basura del vecindario o envasar sus propios excrementos para tirárselos a la Guardia Nacional Bolivariana.

La unidad electoral

Cuando se compara el actual escenario político con los anteriores, se observa que no hay, al menos nominalmente, una candidatura unitaria opositora, lo que sí ocurrió en 2000 (Francisco Arias Cárdenas), 2006 (Manuel Rosales) y 2012 y 2013 (Henrique Capriles Radonski).

La unidad opositora fue un baluarte crucial en las elecciones parlamentarias de 2015, cuando todos los partidos opositores accedieron a concurrir con una tarjeta única, la de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). De esa manera obtuvieron su triunfo más contundente hasta la fecha.

El candidato-tapa, Edmundo González Urrutia, aparece como abanderado de la MUD, que sería la expresión electoral de la Plataforma Unitaria (PU). En ambas denominaciones destaca la idea de la unidad, pero ¿es realmente unitaria esta candidatura? La presencia de otros nueve candidatos opositores ya luce como un desmentido de esa percepción. Adicionalmente, las confrontaciones internas de la misma coalición (la PU, derivada del llamado G-4) son bastante notorias.

Se suponía que las primarias de octubre pasado iban a ser el mecanismo para que la oposición volviera a presentar una candidatura única, pero las características mismas de ese proceso y el hecho de que se haya elegido a una persona inhabilitada para ejercer cargos públicos, condujo al cuadro electoral de 2024, en el que la cacareada “unidad” es encarnada por un candidato que fue electo a última hora, en un conciliábulo.

[En la siguiente entrega, abordaremos otras armas que tuvo la oposición y ya no tiene, como el clima de conflictividad social extrema; el apoyo internacional amplio; la autoridad moral para denunciar corrupción; la mayoría parlamentaria; y el peor momento en la ola migratoria].

 

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