Rafael Fauquié: Cometer menos tonterías…

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Repetiré algo que escribí hace algunos años: “Ha llegado para los hombres el momento de limitarnos. La sabiduría del hombre de nuestros días deberá ser la sabiduría de la mesura, de la humildad. Humildad para acercarnos al mundo en vez de alejarnos de él. Humildad para entendernos con nuestro planeta en vez de tratar de modificarlo. Humildad para vislumbrar que lo humano y lo natural son piezas vivas dentro de un mismo sistema cósmico: expresiones de una sintaxis hecha de balances y armonías; de partes esenciales de una totalidad, a un tiempo, coherente e indescifrable. Por mucho tiempo el ser humano se concibió a sí mismo como construcción final y magnífica de un proceso evolutivo único. Hoy el ser humano comienza a reconocer que su protagonismo dentro del tiempo terrestre  es, esencialmente, accidental. No somos los privilegiados destinatarios de la infinitud universal, somos sólo los habitantes temporales de un fatigado planeta: apenas sobrevivientes. Ni hijos de Dios ni extraordinario resultado de una mágica e irrepetible combinación, sólo sobrevivientes… Y desapareceremos algún día, de la misma manera en que un día llegamos … Efímero humano: nos creímos únicos y nos sabemos, hoy, protagonistas de un tiempo fugacísimo. El papel central del hombre ha sido consecuencia de una serie de circunstancias accidentales, y ese rol protagónico no altera una realidad innegable: todo seguirá existiendo después de que hayamos desaparecido. A partir de esta conciencia efimeral, los seres humanos deberíamos recuperar una humildad perdida. Por siglos, el hombre fue arrogante, demasiado arrogante. Esa arrogancia carece, hoy, de cualquier vestigio de sentido. Es extemporánea y es irracional. La última y necesaria sabiduría del hombre deberá ser la de una humildad que postule, juntas, la sencillez y la imaginación.”

He recordado estas palabras en estos días, cuando me rodean -a mí y nos rodean a todos- una pandemia que pareciera salida de alguna película de catastrófica ciencia-ficción. Un escenario capaz de recordarnos que la humanidad es necesariamente compañera de esa naturaleza de la cual forma parte.

En tiempos desolados como éstos, en medio de un entorno apocalíptico, no hay cabida para el mutismo, y la humanidad está obligada a regresar a ciertas voces reconociendo en ellas la urgencia de lo esencial, de lo necesario, de lo impostergable.

Ante el enfrentamiento con lo amenazador o lo irremediable, los hombres debemos responderle al tiempo aferrándonos a nuevas prioridades convertidas en convicciones y verdades; verdades poseedoras de un nuevo sentido de vida, de acción para la vida. Otras actitudes en la comunicación, en el encuentro entre las razones y los diálogos; una mayor solidaridad en las acciones y en los propósitos.

Es muy frecuente escuchar a quienes, acompañados por una larga memoria, miran hacia atrás y, contemplando el tiempo transcurrido, acompañan su recuerdo con una lapidaria frase: “Si volviera a vivir haría muchísimas menos tonterías”. Enfrentados a su pasado, ya hacia el final del camino, es una conclusión que suele repetirse: “si volviese a vivir haría menos tonterías, cometería menos errores, no me apartaría, como tantas veces lo hice, de lo esencial, de eso que de veras cuenta”.

En estas sencillas declaraciones acaso pueda distinguirse un sentimiento colectivo traducido como: “si logramos superar esto” -o “una vez superado esto”- no deberíamos olvidarnos de lo importante, de lo necesario, de lo humanamente central; ni alejarnos de cuanto contradiga formas de coexistencia menos contaminadas por lo superfluo y lo innecesario, ni mantener una mentalidad frívolamente consumista que nos ocultó la transparencia de verdades y argumentos inapelables, ni dejarnos seducir por dogmas y sistemas de pensamiento negadores de la esencial subjetividad de la persona.

En suma: si logramos atravesar estos sombríos nubarrones, muchas cosas deberán cambiar para la humanidad; y, al igual que las tonterías reconocidas por tantos individuos una vez terminado el tiempo de su camino, obligarnos los hombres a admitir demasiados errores colectivos, comprometiéndonos con recuperar nuevas prioridades y definiendo lo realmente importante: un significado del tiempo humano apoyado en mayor solidaridad, mayor mesura y mayor armonía.

 

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